Diez años después, Jesús Ramírez no encuentra trabajo tan fácil en la Primera División. Hace diez años imaginó que no le faltaría trabajo en el futbol mexicano, tras lograr romper la barrera de la incompetencia cíclica de nuestros equipos jugando en torneos importantes. No visualizó el quinto partido, puso la mirada hasta el título. Y aquello en Perú fue apoteósico. Contra Brasil, una goleada en una final de Mundial, Jesús se convertía en el ‘mesías’.

Pero más rápido que la publicación al día siguiente de la nota de ocho columnas en todos lados, surgieron los sicarios del éxito para intentar quitar méritos a la proeza. Se dijo que con “niños” no tenía tanto chiste. Como si los brasileños, y antes los holandeses, no hubieran sido de la misma edad.

Vela y Giovani llamaban la atención de los mercados europeos, mientras Héctor Moreno avisaba que iba para crack. Aldrete y Juárez harían carreras razonablemente buenas. Araujo viviría largos días de gloria y dolor con Chivas. Villaluz era una demonio y después apagó su luz con ese caballazo dentro del área en una final contra Toluca y ahora está desaparecido.

Carreras con más o menos éxito de un grupo históricamente inolvidable, que fue capaz de crear un pacto de energía, solidaridad y talento irrompible. Un grupo de piedra con un liderazgo auténtico, humano, sensible y cercano de Jesús Ramírez.

A esa edad, a los 16, uno es una ensalada de hormonas, por lo que se ocupa un jefe de manada inteligente emocionalmente. Chucho estaba en estado de gracia, dosificó los cambios con tino magistral y le dio funcionamiento de reloj suizo a un equipo que antes de ser campeón, se encontró cara a cara con el dolor y la frustración de una eliminación casi hecha por los costarricenses.

Jesús peinó el país y con la ayuda de los clubes, formó un equipo de héroes. El legado es inconmensurable. Y si la envidia fuera proteína, no habría desnutrición en México.

Mientras a decenas de extranjeros y mexicanos se les recicla 20 veces, Chucho no tiene más crédito para sentarse en alguna banca de nuestra Liga. Así somos: el pasto del vecino se ve siempre más bonito.

Hace diez años, estimado Chucho, rompiste paradigmas y cambiaste la mentalidad de los niños futboleros. Tú y los seleccionados de Perú 2005, lograron que muchos niños, jóvenes ahora, entre ellos mis hijos, me digan cuando se juega contra Brasil: “Papá acuérdate que se ganó el Mundial contra Brasil”. La historia cambió para siempre. En otro país, les hubieran hecho mínimo, mínimo una plaquita y comida por los diez años. Aquí, el olvido se corona.

Twitter: @Javier_Alarcon_

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