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Hoy, como ocurre muy pocas veces, hay un clamor generalizado por armar una fuerte resistencia social para enfrentar las amenazas del nuevo ocupante de la Casa Blanca. Hace unos días, Carlos Slim se mostró sorprendido por la unidad que existe en contra de las políticas antimexicanas de Trump y es que el alud de ofensas hacia nuestro país ha provocado un ánimo de activación ante el enemigo común. La pregunta, entonces, es quién debe y quién puede convocar a esa manifestación de unidad para dejar atrás intereses y agravios internos y respaldar acciones conjuntas y bien orquestadas. Urge aprovechar este momento para mostrar músculo social en defensa de nuestra dignidad como nación dentro y fuera de EU.
El gran problema es que detrás de esta intención de agruparnos, hay una sociedad agraviada por una clase política que cada vez más se ve involucrada en actos de corrupción y frente a lo cual nuestro sistema de justicia sigue mostrando su incapacidad para atajar la impunidad. Esta debilidad institucional se evidenció en el arresto y liberación del ex gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, y no es casual que en 2016, la posición de México en el índice de Transparencia Internacional sobre percepción de la corrupción haya caído ¡28 lugares!
Por supuesto que el enorme desprestigio de los partidos políticos impide que sus dirigentes nacionales puedan asumir esa tarea, so pena de hacer el ridículo, como sucedió con la pretensión del líder del PRI de que sus homólogos se sumaran a construir una agenda de unidad. Ante la falta de legitimidad de nuestros dirigentes políticos, hay quienes sostienen que sólo la sociedad civil, a través de connotados líderes de opinión, puede lanzar el llamado a la resistencia unificada, pero ¿es posible que por esta vía se construya algo más que quizás una gran manifestación de cobertura nacional?
Tengo para mí que con todo y que la aceptación del Presidente está en el suelo del 10%, es de ahí de donde debe emanar la convocatoria, por supuesto que no como un llamado de la persona, sino del jefe de Estado. Tampoco puede emanar de manera aislada y menos con una invocación abstracta a la unidad en torno al gobierno, porque ello de inmediato le imprime un reprobable tinte partidario. La convocatoria tiene que basarse en un trabajo previo de interlocución e interacción entre los gobiernos federal y estatales, los líderes del Congreso, las fuerzas políticas, empresarios, sociedad civil e iglesias, que derive en acuerdos sobre acciones precisas que permitan ir más allá de dar rienda suelta a las reacciones viscerales. Hay que tomarle la palabra a Carlos Slim en el sentido de que la mejor barda son inversiones, desarrollo y oportunidades de empleo.
Para pasar de una semana de respuestas reactivas a la batería de ataques del gobierno de Trump a construir una posición de ofensiva, que tome la delantera en función de un gran respaldo social, requerimos de una suerte de tregua política interna, que deje de lado el interés político-electoral inmediato, para demostrar nuestro repudio de manera inteligente, pero con determinación. Es indispensable, como muchos han insistido, que exista una comunicación fluida y honesta entre gobierno y sociedad, porque la información sobre cómo se suceden los encuentros y las mesas de negociación ha sido genérica e imprecisa, como lo fue la relativa a la llamada telefónica entre los dos presidentes.
La unidad no ha surgido de esfuerzos o convicciones internas; la ha provocado el enemigo común, porque Trump agrede por igual a los inmigrantes que a los empresarios mexicanos. No desaprovechemos esta oportunidad para mostrar al presidente norteamericano y al mundo entero nuestra voluntad de defender nuestra integridad colectiva.
Académica de la UNAM.
peschardjacqueline@gmail.com