Por: Fernando Macedo Chagolla

(CARLOS MEJÍA. EL UNIVERSAL)

Más que un espacio para mi desarrollo profesional, la UNAM ha sido uno de los motores en mi vida. Sólo puedo estar agradecido con esta noble institución que realmente me ha dado muchas cosas. ¡¿Cómo no amar y estar agradecido con esta Universidad?!, cuando ella me permitió estudiar bachillerato,  licenciatura , el posgrado, además de darme un modo digno y honesto de vivir, dentro de sus aulas, laboratorios y espacios académicos.
Curiosamente, cuando  hice mi plan de vida profesional, lo primero que pensé fue en  el lugar donde deseaba trabajar al término de los estudios universitarios; mi perfil académico lo desarrollé para insertarme laboralmente en una empresa que ya tenía bien definida; mientras tanto, comencé a trabajar en la Facultad de Ingeniería como ayudante de profesor, impartiendo mi primeras clases; cuando llegó el momento de rendir protesta como ingeniero, me di cuenta que el lugar donde quería ejercer profesionalmente era mi Universidad; y afortunadamente se han dado las cosas y he tenido la posibilidad de desarrollarme en ella.

Hoy, en este espacio de reflexión, quiero compartir lo afortunado que he sido al encontrarme a la UNAM en mi vida. Igual que una buena parte de los alumnos de la Universidad, mi familia vivía en un entorno económico de lucha; mis padres son “gente de trabajo” y desde muy joven me inculcaron que con dedicación y esfuerzo se pueden conseguir las cosas. Una etapa de mi infancia y adolescencia vivimos en el campo, en un pueblo llamado Tejupilco, al sur del estado de México, en esos años si querías seguir estudiando, la única opción existente en el lugar era la Normal Superior. Recuerdo que platiqué con mi papá que mi vocación no era ser maestro; paradójicamente, hoy soy un orgulloso profesor de la UNAM. Afortunadamente regresamos a la Ciudad de México, ingresé a la preparatoria y posteriormente decidí estudiar Ingeniería Mecánica Eléctrica, pues siempre me han gustado las matemáticas y la física; con los cambios de planes de estudio en 1995 decidí incorporarme a Ingeniería Eléctrica Electrónica. La condición económica de mi familia no era boyante y como éramos varios hermanos que dependíamos económicamente de mis padres, decidí comenzar a trabajar y a estudiar; esto afectó mi rendimiento académico, pero al mismo tiempo me dio una de las mayores lecciones de vida. Trabajaba como voluntario en Protección Civil en el Ayuntamiento de Tlalnepantla, y como parte de las actividades visitaba diferentes localidades; en una de esas visitas pude ver algunos chicos de mi edad consumiendo alcohol y drogas en la vía pública, inmediatamente pensé en lo que sería de ellos con una oportunidad como la que yo tenía, con la oportunidad de estudiar en la UNAM y que yo no estaba aprovechando al 100%, así que renuncié al trabajo y regresé a la Universidad a tratar de recuperar el tiempo perdido. Terminé mi licenciatura y de inmediato ingresé a la maestría, fue  en ese momento que me ofreció  mi primer trabajo en la Universidad el doctor  González Villela, en el Departamento de Mecatrónica, 10 horas como Ayudante de Profesor, así empezamos  muchos.

Poco después quedé enganchado plenamente a la Universidad, esto durante mi examen profesional como ingeniero, con mi compañero de tesis, el maestro Gabriel Hurtado; yo conocía el protocolo del examen profesional y el contenido de la protesta. Al leer el texto para asumir mis compromisos como ingeniero, el último de éstos es mantener una relación permanente con “mi alma mater, para contribuir a que ésta siga brindando a otros jóvenes la generosa educación que a mí me dio”…, a lo que mi director de tesis, el doctor  Jesús Manuel Dorador, concluyó:  “Si así lo hacen, como lo están haciendo en este momento, que la Universidad se los premie y si no, que se los demande”.  Recordé en ese momento todo lo que había pasado para llegar ahí: el esfuerzo de mis padres, mis experiencias de vida, las develadas para los exámenes y los momentos de trabajo con mis amigos; esos recuerdos me hicieron sentir orgulloso; pero no sólo eso, supe  que el compartir con otros jóvenes mis conocimientos era la mejor manera de agradecer a esta Universidad lo que hizo por mí.

Afortunadamente, los retos han sido bastante interesantes; he tenido la oportunidad de participar en la creación de algunas carreras en la Universidad y administrar algunos programas académicos; pero el dar mi clase es algo que me satisface; es dejar esa pequeña piedrita que está empezando a ser la diferencia, es hacer crecer esta Institución, hacerla que trascienda y que ayude a más mexicanos. Actualmente mi esfuerzo está en la FES Aragón; administro algunos programas de ingeniería y me siento muy orgulloso de los retos que afrontamos día a día con mi equipo de trabajo y de los logros académicos de mis alumnos.

La UNAM tiene algo que difícilmente va a tener otra institución: la cantidad y calidad de alumnos, además de su conciencia social adquirida día a día en sus aulas. También es un mar de conocimiento; hay veces que me sorprendo cuando voy de un laboratorio a otro y encuentro cosas nuevas e innovadoras. Al final, la sociedad mexicana es la receptora de esos beneficios que la Universidad está generando. En algún momento alguien me dijo: “La UNAM es como una madre amorosa que comparte con sus hijos”.

La UNAM juega un papel muy importante en la movilidad social y ha hecho que un sinnúmero de personas que tenían un entorno económico adverso, transformen su futuro basados en el conocimiento. Indudablemente, un respaldo económico es un factor muy importante en el desarrollo de las capacidades de un alumno y, lamentablemente, tenemos casos de muchachos que no tienen ni para comer. No tengo la menor duda que Fundación UNAM es una palanca que está contribuyendo para que podamos formar con éxito a estos alumnos desfavorecidos. Hay veces que una beca es la diferencia entre un alumno que abandona y uno que continúa  sus estudios; y Fundación UNAM está haciendo mucho en ese sentido. Puedo atestiguar los beneficios que han traído los diferentes programas de becas a la población de alumnos de la Facultad, y esto se ve reflejado en el desempeño de los muchachos, ellos viven en un entorno muy complicado, los ingresos por familia son muy bajos, y si consideramos que el ingreso se tiene que dividir entre sus integrantes, pues simplemente están satisfaciendo sus necesidades básicas, dejando de lado la educación. Esa es la realidad de muchos mexicanos. Hoy,  la Universidad hace su mayor esfuerzo para tratar de llegar a más jóvenes, pero en muchos casos eso no es suficiente, se requiere más apoyo y la intervención de organizaciones como Fundación UNAM hacen la diferencia.

Finalmente quisiera resumir todas las ideas que he tenido la oportunidad de compartir en estas líneas en una pequeña frase: “¿Cómo no voy a amar a la Universidad?, cuando ésta me ha dado todo a mí y les ha dado todo a muchos mexicanos.

Jefe de la División  de  Ciencias físico-matemáticas y de las ingenierías de la FES Aragón

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