Por: Ofelia Contreras

FOTO: JUAN CARLOS REYES GARCÍA. EL UNIVERSAL

Yo llegué a la UNAM a los 15 años como estudiante de bachillerato. Recibir mi carta de aceptación fue una de las mejores noticias de mi vida. En aquella época nos llegaba por correo la notificación y siempre estábamos atentos a que llegara el cartero con un poquito de nervios porque si llegaba el sobre pequeño es que estabas aceptado y si llegaba el grande es que te habían devuelto tus documentos. Cuando vi que el sobre era el pequeño, brinqué de gusto y dije: “Ya estoy en la UNAM”. En la UNAM tuve la posibilidad de formarme no sólo con los mejores maestros de México sino también de otros países que venían a darnos cursos de verano o cursos cortos, como por ejemplo el doctor Kantor, quien desarrolló una importante teoría psicológica. Si yo no hubiera estado en la UNAM, mi posibilidad concreta de haber estudiado con tantos personajes destacados hubiera sido muchísimo menor, porque hubiera tenido que ir un semestre en Harvard, otro en Yale y otro en la Sorbona, y eso no hubiera sido posible. Pero no solamente me enseñaron a amar la ciencia y el conocimiento, sino a adquirir una conciencia social muy grande, lo cual conlleva un compromiso con nuestro país.

Creo que pocas universidades tienen una relación tan articulada con la nación como la UNAM. La UNAM es el corazón de este país y es su conciencia crítica, su cerebro. A través de mis prácticas estuve en contacto, por ejemplo, con niños que tenían problemas de aprendizaje, con niños que habían sufrido abandono, con familias desintegradas, con pequeñitos que no hablaban porque su mamá había sufrido desnutrición durante el embarazo. No sólo adquiríamos el conocimiento en las aulas, sino que gracias a la interacción constante con la comunidad, con la sociedad, aprendíamos la realidad del país.

Yo empecé muy joven a ser psicóloga y me acuerdo que llegábamos a los centros de educación para niños y la gente nos decía: “Aquí no queremos psicólogos, si los niños no están locos”. Fue un trabajo muy intenso y muy bonito el haber contribuido a impulsar la iniciación educativa de las criaturitas; el haberlas enseñado a trabajar en ciencia, a esa edad. Por ejemplo, pintaban su globo terráqueo y la mitad la ponían de azul marino, el mar, y la mitad de azul claro. Uno con la precaución debida se les acercaba y les decía: “Oye ¿por qué es de dos colores?” Y volteaban a mirarme y me decían: “Tú de verdad no sabes nada ¿verdad? No sabes que la Tierra da vuelta y que aquí está dando el Sol y acá no; aquí es de día y acá es de noche”. Entonces me encantaba verlos entender a los tres, cuatro años, los movimientos de traslación y de rotación de la Tierra, e iniciarlos así, tempranamente, en el conocimiento; pero también trabajar con su autoestima, su capacidad de socialización. Y no sólo lográbamos la aceptación de la comunidad de preescolar, sino que nos llevaban después a los niños de la primaria de la comunidad y nos decían: “Oiga, sabemos que aquí hay psicólogos y nuestros niños están teniendo problemas en la escuela, queremos que los vean”.

Todo esto ha sido maravilloso, no solamente la posibilidad de aprender y de crecer como profesionista, como científica, sino crecer como ser humano. Si no hubiera estado en la UNAM, creo que no lo hubiera podido vivir de una manera tan fehaciente, tan cotidiana, tan día a día, esta relación con los problemas de nuestro país, con las necesidades de nuestra gente. También el estar al frente de algunos puestos me ha ayudado muchísimo en la UNAM, ha hecho más fuerte mi lazo. Yo creo que traigo tatuado en el alma el Puma. La UNAM es mi vida, es todo.

Para mí es fundamental que cualquiera que ame a su país, cualquiera que piense que como país tenemos una oportunidad, debe compartirla. Si nosotros tenemos la posibilidad de donar 10 pesos o lo que podamos, donémoslos. Porque eso hace el futuro de un joven. En verdad yo he conocido a una gran cantidad de jóvenes que han pasado por mis aulas, que si no hubiera sido por la ayuda de Fundación UNAM, no hubieran podido convertirse en lo que son hoy: excelentes profesionistas, gente feliz, gente brillante. Conozco una chica que hoy en día es una ejecutiva muy importante, cuya vida es, de verdad, muy dura, y que gracias al apoyo de Fundación UNAM logró convertirse en profesionista. Gente que vive en la Sierra de Oaxaca o en el Istmo de Tehuantepec o en la Huasteca hidalguense y que gracias a Fundación UNAM tuvo recursos para estudiar, para cambiar su vida, y no solamente la de ellos, sino la de su comunidad. El poder hacer esto tiene que ver con que todos nos comprometamos con un México mejor, con una Universidad Nacional que pueda apoyar a su población y convertirla en artífice del cambio social positivo para sus lugares y para todo el país. Por ello yo convido a todos a participar en las tareas de la Fundación UNAM. Yo me convertí en asociada y creo que es el dinero que mejor invierto en mi vida.

Coordinadora de Maestría de docencia de Educación Media Superior

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