Fracaso: resultado adverso o falta de éxito. Hoy por hoy es la palabra que mejor define a la Selección Mexicana que terminó de manera poco decorosa su participación en la Copa América de Chile.

Por increíble que parezca, el más fuerte de los invitados de la Concacaf resultó ser un equipo endeble, carente de ideas a la hora de jugar futbol y dependiente de un hombre -Jesús ‘Tecatito' Corona- cuya participación, aunque verdaderamente notable, no podía ser el peso que llevara a su equipo a la clasificación para la siguiente fase.

Hay que reconocer que más que las decisiones arbitrales, la vergonzosa participación de México es responsabilidad, no sólo del técnico, sino también de quienes se pusieron la casaca para defender los colores y buscar mermar el arco rival.

No se puede culpar a los de negro, no se les puede detectar como los verdugos, en un torneo en el que, desde un inicio, no se mostró un desenvolvimiento digno de una Selección como la nuestra.

Tampoco se puede anteponer haber llevado a un equipo B, pues las aspiraciones no podían cambiar ni demeritarse por la calidad de jugadores que se convocaron.

Por donde lo analicemos, no hay justificación válida, no hay pretextos que amolden para minimizar el impacto del fracaso. México hizo un auténtico ridículo que va de la mano con las desastrosas participaciones de los combinados que también fracasaron en sus respectivas aventuras por Toulón, en el Mundial Sub-20 y la Femenil en Canadá.

¿Qué más falta para darse cuenta que los procesos deben tomarse con absoluta seriedad? Definitivamente hace falta menos espectáculo fuera del rectángulo y más acciones dentro de él.

El siguiente reto no tiene margen de error, la Copa de Oro, y también los amistosos que están programados antes de que inicie el torneo, deben ganarse con el convencimiento de un juego plausible, ofensivo, que guste y que sea a la altura de un representativo que llevará a la cancha a sus mejores hombres.

deportes@eluniversal.com.mx

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