"Si todavía existe alguien que le vaya al Atlante...”, digo un poco en broma en la televisión, antes de soltar el resultado del día del equipo azulgrana. Lo hago casi al final de los programas, copados por temas de los que las mayorías quieren saber: América, Guadalajara, Pumas, Selección, ‘Chicharito’, Cruz Azul en menor medida…

Aunque hoy por hoy existen infinidad de formas de enterarse de un resultado, hacerlo de esa manera me recuerda cuando el Atlante cayó a la Segunda División por primera vez hace 40 años, en 1976. Me comunicaba a las redacciones del Esto, el Ovaciones o La Afición para preguntar el marcador final del encuentro que había sostenido ‘el equipo del pueblo’, que hoy es ‘el equipo del pueblo... de Cancún’.

Pues resulta que no existe “alguien” que le vaya al Atlante, sino que prevalecen muchos fieles seguidores, como quedó demostrado la noche del martes en el estadio Azul, donde la sobreviviente afición a los Potros ocupó una cabecera del inmueble para ver a su equipo (innecesariamente vestido de blanco) jugar frente al Cruz Azul en el Torneo de Copa. Ya no es la porra brava liderada por Juan Charro, que se “surtía” a cuanto pelado se le pusiera al brinco, y el clarín de órdenes y la vieja tambora han sido remplazados por los cánticos ‘sudamericanizados’, nosotros que somos tan buenos para copiar lo malo que viene de fuera. Pero más allá de nuestra manía copista, lo importante es que el corazón del Atlante aún late en la capital.

En la página mediotiempo.com se encuentra una entrevista donde Rafael, un integrante de la Tito Tepito, comenta que ha mandado escritos a Esteban Arce, ‘El Rudo’ Rivera y un servidor para ver si, por intercesión nuestra, el Atlante regresa a la Ciudad de México, de donde nunca debió salir. Acuso recibo de esas cartas, cuyo contenido se lo hemos transmitido en distintas ocasiones al presidente del equipo Eduardo Braun. Si en 2007 las malas entradas obligaron a Alejandro Burillo a llevarse al club a Cancún, no sé qué tan rentable sea mantenerlo en una plaza donde ha bajado el interés por ir al estadio a ver a los equinos. En Cancún, el Atlante está condenado al olvido y a un desarraigo cada vez mayor.

El Atlante pertenece a la Ciudad de México. Aquí nació hace 100 años, entre polvo y miseria, cuando en 1916 un grupo de jóvenes muy humildes, entre los que se contaban obreros y albañiles, encabezados por los hermanos Refugio y Trinidad Martínez, se juntaron para jugar con pelotas hechizas, formadas con medias, en los llanos de Tacubaya. “La leyenda del Atlante —nos dice Manuel Seyde en La Fiesta del Alarido— es de llano y de pobreza. Era un grupo de muchachos que inventaron un futbol con una imaginación insospechada. Y el misterio: ¿cómo aprendieron a pasar la pelota con tanto donaire y cómo encontraron la dimensión precisa de un futbol que se adelantó a tal grado que venció a equipos como el Sabaria, Sportivo Buenos Aires y Bellavista, que eran entonces potencias mundiales?”.

El Atlante es el equipo de los barrios pobres de la urbe, y es aquí donde tiene que estar. Desde hace mucho tiempo, hemos lanzado al aire el nombre de su nueva casa: Palillo Martínez. ¿Por qué no pensar en esa opción, remozándolo y ampliándolo? Ese campo está incrustado en un barrio popular, la Magdalena Mixhuca. Eduardo Braun ha estado en contacto con Horacio de la Vega, director del Instituto del Deporte de la Ciudad de México, y Antonio de Valdés le comunicó al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera el interés de Eduardo por semblantear el tema de un eventual retorno del equipo a la capital.

Ver al Atlante de nuevo en el DF puede estar más cerca de lo que se imaginan los fieles porristas de la Tito Tepito, esos que todavía tienen sueños pintados de azul y grana.

heribertomurrieta65@gmail.com

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