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Justo cuando más se discute el estilo, sin duda innovador y entretenido, de Christian Martinoli y Luis García, se cumplen 90 años del nacimiento de Ángel Fernández, el hombre que hizo de la crónica futbolera por televisión un espectáculo formidable.
Ángel Fernández Rugama nació en Morelia, Michoacán, el 2 de agosto de 1925. Creció en la colonia Guerrero de la ciudad de México, “en medio de trompadas y valedores, de la fuerza y la amenaza”. A los 13 años empezó a trabajar en un taller mecánico y a los 16 entró a Excélsior. En 1954 recibió una oportunidad en la estación de radio XEB, donde transmitió importantes peleas de box y condujo el programa ‘El Juego de Hoy’. Cuando Emilio Azcárraga Milmo se enteró del éxito impresionante de Ángel en esa emisión, se lo llevó a Telesistema Mexicano, cuando corría el año de 1960. Ya como narrador de partidos de futbol, hizo famoso un saludo que danzaba entre lo romántico y lo churrigueresco: “A todos los que quieren y a todos los que aman el futbol”.
Grandilocuente y pirotécnico, a los partidos más tediosos les ponía la sal y la pimienta que los volvía entretenidos. Entendió mejor que ninguno que el narrador de televisión está destinado a complementar las imágenes con sus palabras. Algunas de sus narraciones son verdaderos clásicos de la televisión deportiva y sus frases, en momentos dramáticos, quedarán grabadas por su originalidad y contenido en la memoria electrónica, como aquella en que lamentó la falla de Antonio de la Torre de una oportunidad clarísima de gol contra Túnez en el Mundial de Argentina 78. Después de un largo silencio, exclamó: “Yo todavía no lo perdono”.
Dueño de una personalidad única, locuaz, escandalosa, Ángel impuso un estilo de narración que marcó toda una época en la radio y la televisión. Su plática era intensa, salpicada de anécdotas y referencias históricas. Cambiaba de tema a cada momento, sin decir “agua va”. Le encantaba hablar. De pronto, cuando algo interrumpía la charla, se retiraba dando brincos de júbilo, como si dar por terminada su alocución significara la conquista de un gol en Maracaná.
Siempre estaba prendido. La sensación de estar a su lado era parecida a la de quien escucha un estruendo de fuegos artificiales con lluvia de chispas encendidas. Su palabra surgía llena de pólvora. Cuando iba a una cena propiciaba un ambiente de alharaca, serpenteaba entre las mesas y se abrazaba con todos mientras iba contando alegorías.
Con sus pulmones de acero, alargó el fantástico grito de gol hasta el infinito acústico de la tele. Para el televidente, aquel gritazo era como algo perturbador que continuaba aún durante “la gloria de la repetición”. Nunca desafinó, a pesar de la altura de los decibeles, porque sabía utilizar esa voz metálica de peculiar tesitura que aún retumba en las tribunas del Estadio Azteca. Y se puso de pie cuando el lance lo ameritó.
Era un hombre culto e ingenioso. Los sobrenombres que imponía tenían un fondo literario. No ponía apodos a destajo como algunos cronistas posteriores a él. Es mejor poner cinco apodos buenos que decenas de apelativos burdos y sin chiste. Llamó ‘El Niño de Oro’ a Hugo Sánchez, ‘El Confesor’ a Miguel Ángel Cornero, ‘Jefe pelo amarillo’ a Gerardo Lugo, ‘Cyrano’ a Enrique Borja y ‘El León de la Metro’ a Leonardo Cuéllar, entre otros.
A muchos aficionados siempre les traerá gratos recuerdos la voz estereofónica del estilista que llenó las pantallas con su personalidad incomparable.
Su vida terminó el 23 de mayo de 2006. Ángel Fernández murió... y puso el grito en el cielo.
heribertomurrieta65@gmail.com