El futbol es un deporte maravilloso que no requiere de un equipamiento y accesorios demasiado sofisticados. ¿Por qué nos subyuga? Por sencillo y por dinámico. Y porque el viaje de la pelota y sus botes y rebotes han hipnotizado al ser humano desde que alguna redonda piedra rodó por primera vez. El dinamismo aumentó cuando dejó de haber un solo balón en las inmediaciones de la cancha. Ridículamente, en el pasado sólo había un esférico y si se iba a la tribuna, había que esperar a que los aficionados lo devolvieran al césped.
El balón siempre está en juego, nadie lo “confisca” por segundos como el baloncestista, y esto, el hecho de que los pies no lo puedan “sujetar”, bajo el riesgo de que el árbitro marque retención, le da al juego una enorme continuidad. El trajín de los partidos es casi siempre entretenido, más aún cuando juegan equipos revolucionarios y verticales como el Barcelona.
Los deportes no son artes, pero alcanzan momentos artísticos, de una gran estética y plasticidad. Recuerdo el gol de chilena de Hugo Sánchez contra Ricardo La Volpe en la cancha del Estadio Azteca. “¡Goles más hermosos, nunca!”, exclamó el pirotécnico Ángel Fernández, que narraba aquel partido memorable desde la cabina de televisión en Santa Úrsula. Hasta el árbitro Jorge Alberto Leanza se acercó a Hugo para felicitarlo con una palmada en la espalda. Me viene a la memoria también aquella anotación de volea del elegante Zidane en la final de la Champions de 2002, un lujo de técnica, el plumaje abierto de un ave, un movimiento dancístico, el giro lento de un compás.
El precioso gol de chilena del colombiano Avilés Hurtado el sábado pasado en Guadalajara forma parte de la galería de las grandes anotaciones artísticas de todas las épocas y es desde ya candidato a ganar el premio Puskas al mejor tanto del balompié mundial, aunque uno de los criterios de premiación de la FIFA es la importancia del partido donde caiga la anotación de marras, y aquí se trataba de un simple encuentro de temporada regular, donde sólo estaban en juego los tres puntos de rutina.
Inacabable frustración. La película de la noche del martes en Morelia ya la vimos varias veces, como en los viejos cines de permanencia voluntaria. El Cruz Azul se quedó por enésima vez en la orilla, sin llegar a otra final, la del torneo de Copa.
No se trata de una maldición o un acto de hechicería. Esto pasa por la incapacidad, la fragilidad mental y la falta de contundencia. La hipotética conquista de la
Copa no iba a salvar el semestre cementero, pero ciertamente hubiera reanimado a la sufrida y masoquista grey cruzazulina. Ahora a esperar una clasificación en la Liga, que en estos momentos se ve poco probable.
Despedida. Esta ha sido mi última columna en EL UNIVERSAL. Agradezco profundamente a Juan Francisco Ealy Ortiz la oportunidad que generosamente me brindó para colaborar en este periódico centenario, prestigiado y referencial.
Gracias también a los amables lectores y a Ignacio Ayala, Francisco Santiago, Esteban Román, Osvaldo Anaya, Jorge Guzmán y en su momento Iván Pirrón, por el excelente trato que me dispensaron. Pronto emprenderé un nuevo reto periodístico.
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