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Después de más de 20 años de ausencia, la ganadería de Piedras Negras regresó el domingo pasado a la Plaza México. Un caballero, en toda la extensión de la palabra, fue Raúl González, el ganadero de “Piedras”, a quien tuve la oportuni-dad de tratar en algunas ocasiones. Fino en el trato, don Raúl tenía un profundo conocimiento del toro de lidia.
La exigencia de un toro más a modo, noble y suave, hizo que Piedras Negras dejara de lidiar con la frecuencia de antaño. Esta circunstancia no cambió los preceptos de la legendaria vacada. Es decir, resistió la tentación de volverse comercial y mantuvo con firmeza una línea de comportamiento definido. “Toros nada fáciles”, admite Marco Antonio, hijo de don Raúl, actual conductor de la divisa negro y rojo.
Lástima que haya asistido tan poco público al coso metropolitano, si acaso mil quinientos espectadores ganosos de aplaudirle todo a la emblemática ganadería tlaxcalteca. ¿En dónde estaban todos aquellos aficionados que clamaban por el retorno de Piedras Negras a la Plaza México? Ni sus luces, la plaza estaba semivacía.
Los toros potables del encierro fueron el segundo, el tercero y el cuarto, dejando mucho que desear los demás, especialmente el sexto, que de plano se echó sobre la arena a media faena de muleta del hidrocálido Mario Aguilar. Difiero de Marco con respecto a las buenas condiciones de los seis ejemplares. El juego del variopinto encierro fue marcadamente desigual. De cualquier modo, fue un retorno soñado para el criador, que dio una vuelta al ruedo al final de la jornada.
Juan Fernando le pudo a la bravura seca del segundo de la función. Mario Aguilar confirmó la calidad que siempre ha atesorado al trazar naturales de gran tersura al noble tercero y Antonio Romero enseñó cualidades con la muleta. Cuando mejor toreaba fue derribado y herido por el cuarto, que le asestó una cornada grande y dolorosa. Bien merecería un lugar en la Final del próximo domingo, pero se antoja difícil que pueda recuperarse del tabacazo.
Tercera de la serie. Esta tarde harán el paseíllo Christian Aparicio, Fabián Barba, Pepe Murillo y Gerardo Adame, con toros de la ganadería potosina de Marco Garfias.
Circunstancia especial es la de Barba. Se trata de un torero con valor y oficio, que ha sostenido una lucha muy dura para colocarse. Después de numerosos carteles en tercia tanto en La México como en el interior del país, hoy recalará en una cuarteta, con la desventaja de enfrentar un solo toro, a menos que triunfe en su turno y pueda lidiar un segundo astado esta misma tarde.
Será interesante ver a un torero maduro como Aparicio y a dos diestros noveles como Murillo y Adame. Pepe Murillo padre brindó excelentes actuaciones a mediados de los años ochenta del siglo pasado, los tiempos de Hernán Ondarza y Alfredo Ferriño. Apuntaba el toreo de calidad. Vamos a ver si su heredero le sigue los pasos en términos de calidad interpretativa.
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