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El domingo 11 de diciembre de 2016 quedará grabado en los anales de la historia de la Plaza México porque ese día Morante, en estado de gracia, realizó una faena sublime con “Peregrino” de la ganadería de Teófilo Gómez.
Sonó la hora del crepúsculo cuando el esteta sevillano invitó al toro a dar juntos un garbeo saleroso hacia el centro del redondel, acariciando con la tela roja sus nobles embestidas. ¿Camina toreando o torea caminando? Sincronía de patas y pies, toro y torero a un mismo compás, mágico intercambio de andares y miradas. El soberbio cambio de mano por delante en los medios era apenas el inicio de un recital extraordinario en la cumbre de la gloria del torero de época, prodigio de soltura y naturalidad.
Las claves de la milagrería morantista se dibujan en nuestro emocionado recuerdo:
Arte. Un fallido criterio estético lleva a algunos escritores taurinos a calificar como toreros de arte a diestros que simplemente han pulido un poco sus maneras. Los diestros con arte son contados en la historia del toreo. Morante es uno de ellos. Nació con ese atributo. Siglos de historia y de belleza desembocan en el elegido que nació a unos pasos del Guadalquivir. Una milenaria forma de vivir y de sentir, proyectada por un creador que se nutre de la savia de los más grandes de la tauromaquia universal. Etéreo y eterno, Morante se expresó con hondura y empaque, ritmo y musicalidad, logrando que el diletante experimentara ese goce que estimula los sentidos hasta el paroxismo.
Pinturería. Las pinceladas, impulsos arrebatados que rezumaban pinturería, adornaron la faena a “Peregrino” como chispazos de pirotecnia. Orfebrería en oro: las chicuelinas gráciles, la revolera invertida, los molinetes aflamencados, las trincherillas sutiles, los medios muletazos y el pase con la sarga por encima de la cabeza del toro. Airoso y feliz se iba del terreno de la suerte…
Medidas. De Silverio Pérez dijo Manuel Capetillo que tenía las medidas perfectas para torear. El largo de brazos y piernas, la figura toda. Morante tiene también esas formas perfectamente proporcionadas que hacen que el conjunto escultórico de sus lances o pases tenga una plasticidad única, sin afectaciones ni tensión.
Catarsis. Somos unos privilegiados por haber estado ese día en la plaza, que entró de pronto en un estado de frenesí. La locura colectiva invadió el volcánico foro, donde se vivía un ambiente de auténtica pasión. Hace muchos años que no veía a los aficionados saltar de sus asientos, como impulsados por un resorte, cuando Morante se abandonaba.
El silencio. En una plaza a veces bullanguera que es claro reflejo idiosincrásico, donde los gritos ingeniosos o soeces cruzan como flechas de un tendido a otro, el silencio provocado por Morante fue sencillamente impactante. Un silencio respetuosísimo. José Antonio era el oficiante de un acto sacro que por momentos le hizo recordar el Domingo de Resurrección en Sevilla.
Seguridad. A pesar de que el juez Jesús Morales incomprensiblemente negó el otorgamiento del rabo tras una obra de arte histórica de grandísimo calado, Morante me dijo en entrevista que no le importaba en lo absoluto la falta de sensibilidad de usía. Y claro, cuando se torea de esa manera, cuando se ha dejado una huella profunda en los corazones, cuando se alcanzan esos niveles de calidad artística, las orejas, que para otros toreros son cruciales, se convierten en insignificantes retazos de toro (ahora bien, si se va a premiar, que se premie bien, y la autoridad de La México, tan propensa al dispendio, esta vez se quedó corta).
Dicha. ¿Qué fue lo que sentimos el domingo pasado? Emoción, felicidad, estremecimiento. Salimos del coso llenos del espíritu. Extasiados. Morante nos drenó. El genio de Sevilla es el gran reivindicador de nuestra afición.
heribertomurrieta65@gmail.com
***Ilustración: José Antonio Morante (LUIS CARREÑO, Pincelada Taurina)