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Juan Carlos Osorio, técnico de la Selección Mexicana de futbol, calificó como “consagrado” a Carlos Vela en una entrevista para la cadena ESPN. Increíble que un hombre inteligente como el colombiano, analítico observador de jugadores, caiga en este tipo de exageraciones. Vela es un jugador con grandes cualidades, pero está lejos de ser un consagrado. Su carrera ha sido intermitente, rechazó jugar un Mundial y nunca ha logrado consolidarse. Un consagrado es aquel que ha llegado con prestigio y blasones a lo máximo de su carrera.
El término “consagrado” podría aplicarse con Hugo Sánchez o Rafael Márquez, pero de ninguna manera con el delantero nacido en Quintana Roo. Ultimadamente, si es un “consagrado” en plenitud de facultades, ¿cómo es que Osorio no lo convoca para jugar con la Selección Nacional?
¿Fusilamiento? No se necesita saber mucho de música para darse cuenta de que existe un enorme parecido entre el nuevo himno del América y el del Sevilla. Similitud en la estructura, la melodía y los coros. El América se ha deslindado del fallido cántico de Jorge D’Alessio, vocalista del grupo Matute. Después de muchos años, ahora existe una regulación muy estricta sobre los derechos de autor. Instancias legales seguramente determinarán si se trata de un plagio o si el hijo de Lupita sólo se inspiró en el himno sevillista para llevar el del América al pentagrama.
Si se comprueba alguna falta, será lamentable la falta de originalidad del compositor. La originalidad es un don extraordinario en las artes y la comunicación. No hay nada como desarrollar un estilo propio. La imitación es lo más burdo que se puede hallar. En la crónica deportiva o taurina, de nada sirve apropiarse de frases o expresiones que hizo famosas algún comunicador del pasado. Conociendo la escrupulosidad de José Romano y Ricardo Peláez, debieron estar muy incómodos y preocupados con este asunto. En todo caso, ¿era necesario presentar un nuevo himno teniendo el anterior, compuesto por Carlos Blanco, tan arraigado entre los americanistas?
Código de adorno. Horas después de dar una entrevista a Roberto Gómez Junco, en la que proyectó una imagen de inteligencia y sensatez, Tomás Boy cometió un nuevo exabrupto, que rayó en lo grotesco. Al enseñar la cartera en el partido del Cruz Azul frente al Morelia, lo que hizo fue insinuar que el árbitro Luis Enrique Santander se había vendido. ¿En dónde están las pruebas? Después de la cascada de cebada espumosa que le cayó encima, fue suspendido de oficio con dos partidos, una sanción ridículamente tibia, si tomamos en cuenta la gravedad de la acusación. ¿No se le debió imponer un castigo ejemplar para sentar un precedente? Lo malo es que el cacareado Código de Ética está de adorno y no sirve para absolutamente nada, porque la Federación Mexicana de Futbol es la primera en desatenderlo.
En su artículo 8, el ignorado documento señala: “El respeto a la integridad moral de los otros es uno de los principios más importantes dentro del futbol federado, por lo que no se deberá realizar ningún tipo de declaración que tienda a desacreditar, desprestigiar, causar perjuicio o daño, o ir en detrimento de un tercero”. El acto de Tomás fue toda una declaración sin palabras, en la que pone en duda tácitamente la integridad moral del silbante.
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