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Muchos aficionados se han mostrado satisfechos con la presentación de los novillos en la actual campaña de la Plaza México y tienen la esperanza de que en la Temporada Grande, que arrancará el 13 de noviembre, se presente asimismo un toro serio en el ruedo del coso monumental.
Uno como aficionado no puede dejar de aspirar a ver lidiarse un animal con edad, peso y trapío en la plaza de Insurgentes, pero es importante no perder de vista el fenotipo del toro mexicano a la hora de soñar con el cuatreño a lidiarse en el serial mayor.
A menos de que se trate de las ganaderías que tienen sangre española, hay que recordar que el toro mexicano es bien hecho, reunido, bien cortado, agradable de estampa y bien puesto de cornamenta, pero más bien bajo, menos voluminoso y menos cornalón que el español. Un toro de gran calidad y duración, que va de menos a más, que humilla con arte y atesora la combinación ideal de bravura y nobleza, gracias al tino de los ganaderos a la hora de planear sus cruzas.
Por mucho que algunos aficionados que ven las corridas españolas por televisión quieran un toro igual de grande en México, tal anhelo es imposible de cumplir. Se trata de dos genéticas completamente diferentes.
Por otra parte, ronda en el ambiente la idea de que se abra el abanico de opciones ganaderas. Por supuesto que nos gustaría ver vacadas con la auténtica bravura (que contradictoriamente son las menos solicitadas), pero aquí se incurre en el error de pensar románticamente que los toros de hierros legendarios serán enormes, lo cual no necesariamente sucede en la realidad pues, fieles a su origen Saltillo, son animales bajos, cortos y en muchos casos, cómodos de cornamenta.
De tal manera que lo sensato es exigir, sí, edad, trapío e integridad, que son cualidades que dan seriedad y categoría al espectáculo, pero ubicarnos en la realidad del tamaño de nuestro toro y no esperar un cambio radical en el renglón ganadero en la próxima Temporada Grande capitalina.
Taurinazo. El fallecido Gonzalo Vega, amén de excelente actor, se desempeñó como novillero, fue ganadero y tenía alma torera.
En 1964 toreó en la placita de La Aurora al lado de Manolo Martínez, quien llegaría a encumbrarse como la máxima figura de la Fiesta mexicana.
Hace algunos años compró la ganadería de La Viuda de Ochoa y la rebautizó con su nombre en el estado de Michoacán. Los colores de su divisa son burdeos, mostaza y verde botella. Debutó como criador de reses bravas en la Plaza México el 17 de septiembre de 2003. Amigo entrañable, el 28 de enero de 2010 tuvo la deferencia de presentar una de mis publicaciones, Instantes 2, con fotografías de Pablo Esparza.
Hace unos meses, cuando tuvo una recaída, respondió a un mensaje mío con estas palabras: “A veces los buenos deseos y el amor intenso no son suficientes para aliviar enfermedades”. Lo expresaba con entereza y resignación. Buen viaje, querido Gonzalo.
heribertomurrieta65@gmail.com