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A pesar de que los jugadores de la actual Selección Olímpica han jugado más partidos y suman más minutos que los acumulados por los futbolistas que salieron campeones en los Juegos de Londres 2012, no parece que el conjunto dirigido por Raúl Gutiérrez tenga patas para gallo. Es verdad que tampoco se esperaba la campanada de la medalla de oro hace cuatro años, pero el plantel era más fuerte y completo.
A juzgar por los graves yerros defensivos que ha cometido el Tri en los partidos de preparación (algunos de ellos francamente escandalosos de Carlos Salcedo), más que inclinarse por un lateral por izquierda como Torres Nilo, era prioritario recurrir a un defensa central de experiencia que pusiera orden en la zaga y se convirtiera en la base de la columna vertebral. ¿Alguien pensó en Rafael Márquez?, ¿hubiera sido descabellado llevar al veterano para cobijar a los jóvenes?
A un mes del debut olímpico, con todo y Oribe Peralta, el panorama de la Selección que buscará secundar el oro londinense está plagado de nubarrones.
Cómo hemos cambiado. Con motivo de la publicación de mi libro “La Década Inolvidable”, les comparto unas últimas reflexiones sobre el futbol mexicano en los años 70. En las corcholatas de Pepsi aparecían las caras de los jugadores más conocidos. Tecnología de punta de aquellos tiempos. Luego las pegábamos en una planilla de cartón hasta completar la galería de ases del futbol nacional.
Los boletos no tenían código de barras ni cosa parecida. Eran simples papeles arrancados de un talonario alargado, que llevaban impresa alguna viñeta, la fecha del cotejo, el horario, los nombres de los contendientes, la zona del estadio, el número de asiento, unas pequeñas perforaciones de “seguridad” y el precio de la entrada. ¡Cuántos de esos tesoros acumulamos para el álbum de recuerdos!
Afuera del Azteca había numerosos puestos de grasosos antojitos: quesadillas, tacos y fritangas, que escurrían un aceite reciclado de todo el día; gastroenteritis segura. Sobre el piso, los vendedores ambulantes tendían matracas, cornetas de plástico, prendedores, pósters de jugadores famosos y banderolas hechas de un material chafa, que se salían fácilmente del palo y se desbarataban a la primera ventisca. Dentro del estadio vendían espumosas cervezas y refrescos servidos en pequeños vasos encerados con hielos molidos y una cubiertita de plástico en la parte superior.
Al entrar a la tribuna baja se escuchaba un ruido sordo y continuo, como el de una locomotora. Me imagino que era una planta de luz que operaba en los partidos nocturnos. Echaba un aire caliente, que eludíamos al correr hacia el torniquete de salida.
La entrañable voz del sonido local del Azteca es –y sigue siendo— la del famoso “Perraco” Melquiades Sánchez Orozco. Una voz bien timbrada, inconfundible, gruesa y de muy buen “color”, que forma parte de la memoria acústica de generaciones enteras de aficionados al futbol. “Brandy Bobadilla 103 informa: alineaciones para el juego de hoy”. “Televisores y consolas Packard Bell informan...”.
En la televisión casi no se hablaba de táctica. El juego era más una epopeya que un esquema. El futbol era todavía, salvo contadas excepciones, un espectáculo pacífico. Familias enteras iban al estadio sin ningún riesgo. Estábamos lejos de la aparición de las barras, puñado de autómatas que a veces ni siquiera ven los partidos y en lugar de porras lanzan cánticos que nada tienen que ver con su idiosincrasia. Qué buenos somos para copiar lo malo que viene de fuera.
heribertomurrieta65@gmail.com