Con el coche de mi padre en movimiento sobre el Periférico, saqué la bandera del Atlante por la ventana y empezó a deshilacharse. Minutos antes se había consumado el primer descenso en la historia del equipo azulgrana. Eso ocurrió el 29 de julio de 1976 tras empatar a cero con el Potosino en la cancha del Estadio Azteca (la escuadra tunera había ganado el partido de ida por 2 goles a 1).

La alineación de aquella noche fue la siguiente: Rubén Omar Sánchez, Arturo Zárate, Rolando Mejía, ‘Bonavena’ Ramírez, Ignacio Negrete, Rafael Romero Reyes, Gerardo Lugo, Gustavo Beltrán, Alfonso Techera, Orlando Medina y Alberto Domingo Romero ‘Romerito’.

En actitud tierna y paternal, el técnico Carlos Iturralde intentaba atenuar la pena de los jugadores del conjunto moreno, que lloraban desconsolados en el vestidor. “El Atlante cayó en la Segunda División: sonó la hora de la lágrima”, sentenció al día siguiente el agudo periodista Manuel Seyde, al tiempo en que hacía una remembranza de la azarosa trayectoria del equipo que había nacido en condiciones de extrema pobreza cinco décadas atrás en los llanos de Tacubaya.

Los uniformes desteñidos, roída la tela, el escudo ausente, la irregularidad crónica, las quincenas atrasadas y el penoso peregrinaje para encontrar canchas polvorientas donde entrenar, ese era el Atlante de 1976. Los números rojos y las enormes carencias asfixiaban a su propietario, Fernando González ‘Fernandón’, que a su vez rendía simbólicas cuentas deportivas al legendario patriarca y salvador atlantista, el general José Manuel Núñez.

Al año siguiente, el equipo regresó al máximo circuito después de una extraordinaria campaña en la liga de ascenso. Recuerdo que sólo se abría la parte de abajo del Azteca y los fieles partidarios del equipo del pueblo asistían en buen número a Santa Úrsula.

Después del referido descenso sucedieron tres más, en 1990, 2001 y 2014. El de 2001 no se consumó gracias al invento de una promoción en la cual venció al Veracruz. Hubiera preferido que el equipo bajara a la Segunda en lugar de permanecer en Primera de una forma tan indecorosa.

Cuarenta años después del primer descenso, el Atlante se encuentra nuevamente en la Segunda División. Triste sino. Una institución que tropieza cada tanto con la misma piedra, la lección que sigue sin aprenderse, un presupuesto limitado y una causa más desarraigada que nunca.

Con el equipo en Cancún, a miles de kilómetros de su casa de siempre, nada queda del espíritu que aquella noche de 1976, a pesar del descenso, flotaba sobre el gigantesco coliseo de Tlalpan, el espíritu de la garra, el amor a la camiseta y una fuerte raigambre popular.

heribertomurrieta65@gmail.com

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