Tras perder una final más con la selección de Argentina el domingo pasado ante Chile en la Copa América, Lionel Messi anunció precipitadamente su retiro de la albiceleste.

Evidentemente estaba abrumado por la derrota, con el pensamiento nublado. En un pronto, habló del adiós.

En lugar de escucharlo decir: “Ya está, terminó la selección para mí”, me hubiera gustado que un jugador de ese tamaño dijera (con más tamaños): “Primero muerto que marcharme sin un título”. ¿En dónde quedó la convicción, el sueño de la gloria, la meta fija de ganar? Alejarse de su equipo significa darle gusto a sus detractores. Es el mejor futbolista del mundo y jamás lo hemos visto especular en una cancha, pero pensar así habla nítidamente de un carácter con fragilidad.

Claro que no es lo mismo opinar desde afuera que estar en los zapatos del involucrado en una situación tan delicada y frustrante, pero poner sobre la mesa la renuncia a los 29 años de edad, en plenitud de facultades, es abandonar lastimosamente el barco cuando por delante quedan muchas batallas y posibles revanchas. Además, ¡dentro de dos años viene un Mundial! ¿Se pueden ustedes imaginar a Messi viendo los partidos de la selección de Argentina por televisión? ¡Absurdo!

Y tan pronto el astro habló como habló, varios de sus compañeros, ya tirados al drama, también hicieron su tango y amagaron con irse. Pues qué poco compromiso con su selección, y por añadidura, con su país.

¿Cómo que te vas, Lionel? La selección argentina te necesita más que nunca.

Fila india. Con motivo de la publicación de mi nuevo libro La década inolvidable, el futbol mexicano en los años setenta,
les comparto más recuerdos de aquella época en el balompié nacional.

Los equipos saltaban a la cancha cada uno por su lado como las entidades independientes que eran. Los jugadores corrían hacia el círculo central y los vítores de sus partidarios se desgranaban desde las tribunas. Luego saludaban al público con los brazos en alto. ¿A quién se le ocurrió suprimir tan gallarda entrada a la grama? No había esa cursilería de ahora en la que los dos cuadros aparecen al mismo tiempo ante los ojos de la multitud, haciendo que se confundan aplausos y silbidos. Una cosa es el fair play y otra muy distinta, entrar al terreno en fila india, muy recatados y ceremoniosos.

Cuando se llegaban a presentar, las broncas eran descomunales y tenían que intervenir los policías para poner orden. Esas batallas campales terminaron cuando se endurecieron drásticamente las sanciones para los rijosos. Escuché por primera vez la palabra zafarrancho tras una bronca entre el Puebla y el América en el estadio Cuauhtémoc en la temporada 74-75.

Por ridículo que hoy parezca, había un solo balón para jugar los encuentros y si éste se llegaba a ir a la tribuna, había que esperar a que fuera devuelto por los aficionados para poder reanudar las “hostilidades”. Cuando caía un gol, los fotógrafos se metían a la cancha para tomar de cerca sus “placas” al anotador. Supongo que eso se debía a que no contaban con lentes de largo alcance, tan comunes en la actualidad.

Luego le seguimos con más recuerdos setenteros.

heribertomurrieta65@gmail.com

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