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Se han cumplido 50 años de la muerte de Carlos Arruza, acaecida el 20 de mayo de 1966 en la carre-tera Toluca-México. Tenía 46 años de edad, pues había nacido en la Ciudad de México el 17 de febrero de 1920. “No se le ha hecho justicia”, me dice con cierto pesar su viuda Mari Carmen Vázquez, la sevillana que conquistó el corazón del gran torero. Y es que, aduce, en México muchos lo consideraban español, a pesar de que siempre rechazó la ciudadanía española y se ufanaba de su nacionalidad mexicana.
Con un aire más dinámico, Arruza fue el continuador del toreo de poder que Fermín Espinosa ‘Armillita’ llevó a los más altos niveles tanto en México como en España. Sobrino del poeta zamorano León Felipe, Carlos Ruiz Camino —su verdadero nombre— triunfó en grande en Barcelona el 25 de julio de 1944 y le cayó una lluvia de contratos que le sirvieron para torear 108 corridas en la temporada española del año siguiente.
Fue precisamente en 1944 cuando conoció y alternó por primera vez con quien sería su rival y amigo, Manuel Rodríguez ‘Manolete’. Era el primero de junio de aquel año en la plaza de Lisboa. En el patio de cuadrillas del coso portugués, el saludo frío y distante del ‘Monstruo’ incomodó a Carlos, quien pasó más de un año sin dirigirle la palabra al mítico torero cordobés. Pero una vez que el empresario Antonio Algara llegó a España y alivió las tensiones, surgió una hermandad irrompible entre los dos titanes. El gran éxito del mexicano en España se debió en buena medida a que, a diferencia de numerosos diestros de la época, Arruza no cayó en la tentación de imitar a ‘Manolete’. Antes al contrario, el gran contraste entre los estilos de ambos significó un atractivo irresistible para los públicos peninsulares de aquellos tiempos. En 1945 logró la hazaña de torear 112 corridas, 108 en España y cuatro en México, superando así la marca de Juan Belmonte, quien había hecho 109 paseíllos en 1919.
En el libro Vertientes del toreo mexicano expresé que Arruza era un torero alegre y dinámico, ágil y preciso frente a los toros, a los que dominaba sorprendentemente, proyectando un espíritu desenfadado y lúdico. Con las banderillas mostró siempre facultades portentosas. Se dejaba llegar a los toros antes de incrustar los arponcillos dentro del diámetro de un anillo. Su especialidad fue el par de poder a poder, para el que se necesitan piernas para ganarle la cara al toro en una distancia corta. Y con la muleta hacía gala de un toreo macizo, sobrado de valor para acercarse al enemigo y para torear reunido. Con piernas de acero se incorporaba para rematar series de lasernistas de rodillas. Inventó el desplante del teléfono, la arrucina y el péndulo, que estrenó en 1953 en la Plaza México.
Sin decir “agua va”, el 10 de febrero de 1952 se cortó la coleta ante los desconcertados aficionados que no esperaban una despedida intempestiva del ‘Ciclón’, como lo bautizó el crítico español Ricardo García ‘K-Hito’. Días después regresó para cortar un rabo en la corrida guadalupana y más tarde se convirtió en exitoso rejoneador y ganadero de Pastejé, hasta que llegó su llorada muerte en un infausto accidente automovilístico.
Arruza despertó fascinación por su poder sobre los toros, a los que conseguía aplacar con su muleta mandona. Importantísima figura histórica, hombre temperamental, transmitía seguridad y dominaba ampliamente la escena con los pies atornillados en la arena o moviéndolos, resuelto, al machetear de pitón a pitón para acabar de someterlos en el ocaso de sus faenas. Fue un estratega sin estratagemas, que no fingía y se estrechaba con sus enemigos, sin rehuir al reto que representa salir a la plaza.
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