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Durante varios años, el escritor Luis González de Alba —uno de los líderes del movimiento estudiantil de 1968— colocó esta frase al calce de sus artículos: “¿Y el asesinato de Gonzalo Rivas, quemado vivo por normalistas que incendiaron —con nobles fines— la gasolinera donde trabajaba?”.
En diciembre de 2011, el ingeniero en sistemas Gonzalo Rivas Cámara realizaba trabajos en una gasolinera ubicada en la Autopista del Sol, a la altura de Chilpancingo. Ese día, normalistas de Ayotzinapa habían bloqueado aquel tramo de la carretera: pedían ser recibidos por el entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero, a quien exigían la entrega de mayores recursos a la escuela.
Cuando la Policía Federal llegó a desalojarlos, los alumnos lanzaron piedras; según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, CNDH, los policías respondieron con una granada de gas lacrimógeno e hicieron varios tiros al aire.
En algún punto del violento desalojo aparecieron ministeriales de Guerrero y civiles con armas largas, identificados por la CNDH como policías estatales. Estos civiles comenzaron a disparar, no al aire, sino contra los estudiantes. Dos alumnos murieron por impactos de armas de fuego.
Para entonces, la gasolinera en la que trabajaba Gonzalo se incendiaba. Un grupo de estudiantes había corrido hacia ella con la intención de fabricar bombas molotov. Como Gonzalo y el resto de los empleados no les dejaron hacerlas, los normalistas, a manera de escarmiento, le prendieron fuego a una de las bombas de la estación.
De acuerdo con lo que declararon los compañeros de trabajo de Gonzalo, mientras todos corrían a ponerse a salvo, él tomó un extintor y roció la bomba para evitar lo que de otro modo habría ocurrido: el estallido de los depósitos de combustible subterráneos, la muerte de centenares de personas que a esa hora se hallaban atrapadas por un bloqueo de horas en las inmediaciones de la gasolinera.
Gonzalo impidió que explotara la bomba y que esas personas murieran. Los normalistas, sin embargo, habían dejado sobre el depósito la garrafa de plástico con la que iniciaron el fuego. El plástico se derritió. Ocurrió una explosión. A Gonzalo, las llamas le dejaron quemaduras en 35% del cuerpo.
Era 12 de diciembre. El ingeniero luchó por su vida hasta el primero de enero. Resistió durante 20 días, mientras en Chilpancingo federales y estatales se acusaban de la muerte de los normalistas y los propios normalistas responsabilizaban de la muerte de Gonzalo al entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero.
“Ese incendio fue una reacción ante la violencia de los federales y ministeriales contra nosotros”, dijo, con cinismo inmenso, el vocero de los alumnos.
Un informe de la CNDH concluyó que al menos dos estudiantes de la normal de Ayotzinapa eran responsables de la muerte de Gonzalo Rivas Cámara. Pero ese informe pronto se olvidó.
Gonzalo fue olvidado por todos, menos por Luis González de Alba, quien unió su nombre al suyo en todos los artículos que escribió durante el tiempo que le quedaba de vida. Luis recordó a Gonzalo incluso en el artículo que se publicó el día de su suicidio —ocurrido el pasado 2 de octubre.
Hace cinco meses, González de Alba se dirigió por escrito al senador Roberto Albores, presidente de la Comisión de la Medalla Belisario Domínguez. “Nadie ha exclamado ‘todos somos Gonzalo Rivas’”, le dijo. Y agregó:
“Murió un mexicano valeroso que salvó centenares de vidas a costa de la suya. Lo espera el olvido porque no hay forma de gritar que ‘fue el Estado’”.
Desde entonces, Luis cerró sus artículos pidiendo que se concediera al ingeniero Rivas el más alto reconocimiento de la República.
El Senado entrega esa medalla mañana, el 7 de octubre. La organización change.org, y varios escritores y periodistas, han pedido al senador Albores que el reconocimiento le sea entregado este año al héroe civil que salvó cientos de vidas a costa de la suya.
No, no se puede gritar que fue el Estado. Pero en estos días oscuros, un héroe de la talla de Rivas no merece ser olvidado.
@hdemauleon
demauleon@hotmail.com