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José Juan Tablada (1888-1948) fue el protagonista de una buena cantidad de vanguardias mexicanas: colaboró a terminar con el modernismo del porfiriato, esa retorta llena de ajenjo y de betún; fue el primer poeta que redactó “poemas sintéticos e ideográficos” en español; con La resurrección de los ídolos inventó la contradictoria novela futurista del pasado mexicano; introdujo a México la música de Stravinsky y Varèse (que le musicalizó un poema); se hermanó con López Velarde para consumar (y consumir) la poesía “mexicanista” y jicarera; fue el primer teosofista original de México; y, al final de su vida, curtido de haschich y mariguana, el inventor de la poesía “supradimensional”, escuela tan original que sólo tuvo un miembro.
(Pero bueno, como en México los profesores han decretado que lo “vanguardista” se mide por la cantidad de veces que se emplea la palabra “pueblo”, el viejo Tablada continúa más o menos clandestino. Tanto mejor.)
Hace años que la UNAM publica sus Obras: sus memorias; toneladas de crónicas sobre Japón, Francia, Sudamérica, Estados Unidos y México; estudios de artes y letras, narrativa y poesía; historia y política. Nueve tomos hasta la fecha, quizás encontrables en las librerías universitarias, en ferias de libros y en los vientres de ballena de Donceles.
Hace años me encontré en un viejo armario en mi instituto (el de Investigaciones Filológicas), un tesoro: el manuscrito original —hermosa caligrafía y redondas acuarelas— de Un día… (1918), libro fundador de Tablada que hoy se encuentra a buen resguardo en el Instituto. Había también una veintena de inéditos que no recogió Héctor Valdéz en el tomazo de su Poesía. Y un montón de páginas de las que, en 1992, extraje, prologué y anoté su Diario (1900-1944): imágenes y visiones del crepúsculo porfiriano, incluyendo registros vivaces de la capital bajo el asedio zapatista o de la decena trágica; la crónica de su exilio a Nueva York (pues cometió el error, como Enrique González Martínez, de trabajar para el gobierno del usurpador Huerta y quedar de reaccionario).
Evoco ese diario (parcialmente en línea) en estos días en los que la burundanga de las redes sociales realiza juicios express y escupe sentencias tronitrosas sobre feminismo, porque otra de las gestas en las que Tablada vanguardeó fue la del derecho de la mujer al control natal, a planear y a decidir su vida reproductiva y a una libre sexualidad. Y lo evoqué porque me topé con el nombre de Margaret Sanger (1879-1966), cuyo nombre resuena otra vez a partir del renovado asedio de los conservadores norteamericanos contra la planificación familiar.
Tablada fue amigo y aliado de Sanger, a quien conoció en los círculos teosóficos de Nueva York. Ella había fundado en 1916 la primera clínica de control de la natalidad en el mundo y cuando conoce a Tablada, en 1921, lo invita como consejero. La gran feminista aparece aquí y allá en la obra de su amigo, cuya devoción le dedicó un poema feminista y belicoso por femenino y antibélico. Lo publiqué en un número de la revista Biblioteca de México (en línea: http://dgb.conaculta.gob.mx/coleccion_sep/libro_pdf/32000000143.pdf) dedicado a Tablada, cuando la dirigía Jaime García Terrés en 1991.
Dice en parte: “En casa de Margarita Sanger/ se golpean los vientres las que no serán madres/ y cantan esa bella canción/ que apenas recién nacida/ la Guerra les ahogó en el corazón:/ ‘¡A nuestros hijos no los hemos criado/ para que los hagan soldados!’/ Golpeándose el vientre las mujeres cantan:/ Por estas puertas ya no saldrá el dolor (…) ¡Oh, Margarita Sanger, al evangelio de tus palabras/ ya crujen los cuarteles y las fábricas,/ las prisiones y los hospitales,/ y los caballos ciegos de las minas/ relinchan al cielo azul y al sol!”
Es un poema de 1922. Ese mismo año, algunas revistas y periódicos de México comenzaron a publicar los escritos de Sanger sobre “regulación de la natalidad”. La reacción se erizó de furia y Vasconcelos ordenó acallarla. ¿Habrá intervenido el “reaccionario” Tablada en la difusión de sus ideas en México? Yo creo que sí.