En la anterior entrega me refería al, aparentemente, trabado proceso de clasificación hotelera en el país; en esta ocasión abordaré un tema estrechamente ligado con aquel, al que, de manera amplia, se puede denominar como el de las certificaciones turísticas.

Conviene tener en cuenta que en los años de alta intervención gubernamental en la operación del turismo –las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado– la clasificación hotelera era obligatoria, siendo este el único reconocimiento de calidad que podía identificar un consumidor de servicios turísticos, aunque, en realidad esto no era una absoluta garantía.

Para la parte final de los ochenta y principio de los noventa sucedieron dos cosas en el país; por un lado, la clasificación hotelera dejó de ser obligatoria y, por otra parte, diversos estudios mostraban que los mercados turísticos internacionales percibían las condiciones de higiene en las que se preparaban los alimentos en el país como no apropiadas. Con el propósito de modificar esta última percepción, desde la Secretaría de Turismo se lanzó una norma de cumplimiento voluntario que permanece hasta nuestros días y que se identifica como el Distintivo H.

A este primer ejercicio siguieron diferentes modalidades para, en una lógica de mejora de la calidad de los servicios, poder presentar al cada vez más exigente mercado, evidencias del cumplimiento de estándares apropiados por la vía de cumplimiento voluntario. Surgieron y permanecen vigentes acciones públicas y privadas entre las que se cuentan el sello de calidad Punto limpio, una especie de h minúscula que también está relacionado con buenas prácticas de higiene alimentaria, pero con una orientación a Pymes; el Distintivo M (un reconocimiento de buenas prácticas empresariales, también en establecimientos de tamaño pequeño y mediano) con un segundo nivel (M especializado) y una modalidad disponible para empresas ecoturísticas; el reconocimiento de calidad ambiental turística de la Profepa y el Distintivo S de la Sectur, ambos vinculados con el cumplimiento de estándares ambientales, a los que habría que sumar los reconocimientos de Banderas Azules (para playas), el de Hotel hidrosustentable (creado por una fundación preocupada por el ahorro de agua) y algunos internacionales en la misma temática como Green Globe y Earth Check.

Otros programas que ostentan y presentan algún tipo de etiqueta para el mercado turístico son el de Tesoros de México que tiene como propósito impulsar la excelencia en hoteles con carácter y singularidad y el archiconocido Programa de Pueblos Mágicos, impulsados de igual manera desde la Secretaría de Turismo, dependencia que anunció el año pasado la creación de un distintivo denominado “Cerca de China” que estaría diseñado para elevar la calidad de la oferta orientada al mercado de dicho país.

Evidentemente, a este cúmulo de certificados, distintivos o reconocimientos, hay que agregar otros ya sea de carácter específico para el turismo o general (Empresa Socialmente Responsable, por ejemplo), así como los sistemas de clasificación que presentan las agencias de viajes virtuales, firmas de reputación internacional como Michelin o Zagat , las opiniones de los propios consumidores disponible en las redes sociales o condensadas en sitios especializados como Trip Advisor, así como un numeroso conglomerado de esquemas para estos fines que se siguen en otras latitudes. Todo ello, además del cumplimiento de los marcos legales, reglamentarios y normativos

Este escenario parece sugerir tres conclusiones: ante todo, es de reconocer la realización de un importante esfuerzo público y privado por mejorar la competitividad de los productos turísticos a través del seguimiento de lineamientos propuestos y validados por terceros, esta no es una consideración menor en un escenario en el que la competencia es feroz; sin embargo, y en segundo lugar, no se puede dejar de pensar que este mar de etiquetas sea claro para el consumidor que en un sobrecomunicado entorno quiere simplicidad y garantías de confiabilidad. Por último, con la información disponible no está clara la verdadera rentabilidad de las iniciativas y del esfuerzo asociado a ellas, por lo que parece que es tiempo de hacer una completa evaluación que permita confirmar o reorientar la conveniencia de estos procesos de certificación turística.

Director de la Facultad de Turismo y Gastronomía, Universidad Anáhuac México Norte.

@fcomadrid

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses