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Para Lilia Rossbach
En 1995, la Filmoteca de la UNAM, gracias a Iván Trujillo, su director entonces, publicó unos pequeños cuadernos con la magia de unas secuencias fotográficas que permiten recrear algunos grandes momentos cinematográficos que titularon “Imágenes formativas”, con 10 escenas fundamentales del cine mexicano elegidas por Carlos Monsiváis: Pardavé cantando el Makakikus en México de mis recuerdos, Cantinflas y Medel en la cantina en Águila o sol; las impresionantes mujeres vestidas de blanco, de espaldas a la cámara, mirando el mar en La perla, de Emilio Fernández, o Miguel Inclán como el ciego “que maldice y se alegra de los males que convoca” en Los Olvidados. A esas se añadieron escenas elegidas de Nosotros los pobres, Danzón, La Cucaracha, Aventurera, Vámonos con Pancho Villa, El rey del barrio y Nosotros los pobres. Con su selección es posible entender una buena parte del cine (y de la Historia) del México del siglo XX.
Seguramente le fue difícil elegir una escena con María Félix, quien fue su gran amiga y con quien hablaba y comía cada vez que podían. Alguna vez contó que estaba sentado en un restaurante con la célebre Doña, quien tomaba lentamente un cognac, mientras fumaba su delgado puro con boquilla, cuando un comensal con unas copas de más se acercó y le dijo a la Doña: “María, no sea mala, abra y cierre los ojos como en Enamorada”. Ante la insistencia, una muy poco tolerante María Félix respondió, muy a su estilo: “¡Yo abro y cierro ojos cuando se muera su madre!”. “En ese momento —contaba Monsiváis sin contener la risa—, ante las miradas incrédulas de los dos, el comensal sacó de la bolsa interior de su saco el certificado de defunción de su madre.”
Este 4 de mayo, que Monsi cumpliría 79 años, es urgente recordar al gran escritor, cronista, cinéfilo, coleccionista y testigo de todo, que sabía de memoria desde los actores de reparto de Little Ceasar, de Edward G. Robinson, hasta una cita extensa de un discurso de Ignacio Ramírez, en un festejo de la Independencia Nacional en 1861, y lo decía mientras desayunaba huevos a la veracruzana (sin chile y sin chorizo), con un jugo de naranja y café, en un espantoso Toks de la avenida Tlalpan, muy cerca de su casa.
“Monsiváis, Tonsiváis, Monsividas, Monsiviadas” fue como llamaron James Fortson y Carlos Fuentes al fragmento de la extensa entrevista que le hiciera el periodista a Fuentes con el nombre “Perspectivas mexicanas desde París” en 1973. La entrevista se publicó a manera de suplemento para la revista Él, que dirigía Fortson. Ahí, Fuentes cuenta un fin de semana que pasaron juntos en casa de Nathalie Delon, quien le asignó la recámara de Alain Delon, no sin antes advertirle: “Mire usted, señor Monsiváis, por favor, cuando esté usted en la recámara, apague las luces, baje las persianas, nunca tenga una luz encendida, que no vean cuando usted se desviste o se acuesta, porque todos estos de la mafia yugoslava andan detrás de Alain, quieren matarlo y pueden disparar si ven una silueta y matarlo a usted.” Fuentes cuenta que le dijo a Carlos: “El colmo absoluto de tu existencia es que te maten porque te hayan confundido con Delon… y entonces va a llegar la policía, te van a ver y van a creer que… Delon era un Dorian Gray cuya verdadera efigie era la de Monisváis”.
En la Fonoteca Nacional hay más de 70 diversos archivos sonoros y una selección de ellos (que le sugiero buscar) está en un micrositio en su página. Desde una poco conocida entrevista de Monsiváis a Octavio Paz (con quien tuvo una de las más célebres controversias literarias, por allá de 1978), hasta espléndidas entrevistas y conferencias donde su lucidez y sentido crítico es formidable. Alguna vez le preguntaron qué pensaba de los contenidos de la televisión comercial mexicana y respondió en segundos una frase aún vigente: “Sería preferible que dejaran nuestra ignorancia en estado de pureza”.
Alguien, seguramente, recordará mañana al Monsiváis defendiendo las causas de las minorías, comprando todo lo que podía los sábados en el Bazar del Ángel, como espectador en las muestra de cine, escribiendo en todos lados, caminando cerca de una manifestación en contra del fraude electoral en 1988, o agotando sus recursos en las librerías de viejo. Alguien, seguramente, lo recordará con su extraordinario oxímoron: “La oscuridad es luz suficiente”. Alguien estará mañana en su museo, “El Estanquillo”, mirando un grabado de Linati o un dibujo de Miguel Covarrubias, o tocará sus libros en su biblioteca, que por fortuna se resguarda en la Biblioteca de México. Alguien, en alguna redacción, recordará cómo apoyaba a las publicaciones de jóvenes o citará su entrañable amistad con José Emilio Pacheco.
Y ojalá que muchos lo hagan releyendo desde Días de guardar hasta el capítulo de su autobiografía precoz que tituló: “Corren los granaderos, los grandotes y los chiquitos”, o su imprescindible libro sobre Salvador Novo o su Nuevo catecismo para indios remisos. Este país, al que entre otras cosas le falta tanto su presencia, debe recordarlo siempre.
*Director de la Fonoteca Nacional