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Por Enrique Berruga Filloy
De haberse planeado adecuadamente, la visita de Donald Trump debió dejar algo positivo para México. Algo positivo como el ofrecimiento de una disculpa por habernos utilizado por más de un año como chivo expiatorio de las frustraciones de los estadounidenses y para atraer el voto más conservador de Estados Unidos. Algo positivo como convencer al señor Trump, con buenos argumentos, de que sus propuestas de construir un muro o desmantelar el Tratado de Libre Comercio lastimarían indefinidamente la cooperación bilateral y quedarían vulnerados los intereses de los propios Estados Unidos.
De haberse planeado bien, el encuentro habría terminado con un comunicado conjunto, para que después no existan dos versiones diferentes de lo que se discutió y cómo se discutió. Ahora, cualquiera de las dos partes podrá decir que sus visiones prevalecieron, sin que haya manera de constatarlo.
De haberse planeado bien, debió medirse el agravio que debe percibir el presidente Obama, quien hace pocas semanas recibió a nuestro mandatario para condenar las tesis antimexicanas de Trump. El presidente de Estados Unidos debe sentirse sin muchas ganas de defender la postura de México. También habría sido más lógico insistir en que la señora. Clinton viniera primero, como una cortesía a quien ha sido más gentil hacia México y los mexicanos.
De haberse pensado bien, el Sr. Trump no debió venir a México. Esta visita logró inflar los bonos de un candidato que estaba a la baja, enemistado con los latinos y sin el voto de éstos, con muy pocas posibilidades de triunfar en las elecciones. A Trump le funcionó muy bien esta visita fugaz para sus aspiraciones presidenciales. A México lo exhibió ante el mundo como un país que no ejerce la legítima defensa.
El problema, al parecer, es que no se meditó ni se negoció de manera suficiente y adecuada el trasfondo y las consecuencias políticas de esta visita. Trump abordó su avión de regreso a Arizona con las alforjas llenas de argumentos a su favor: podrá decir que está mostrando en los hechos el gran negociador que siempre ha presumido ser. Podrá decir que tiene estatura presidencial, pues fue recibido en tiempo récord, justo el día en que daría su discurso principal sobre migración y no cambió en un ápice sus tesis ni sus posiciones. Podrá decir que vino a México a poner sobre la mesa cinco condiciones y ninguna de ellas fue rebatida por sus anfitriones.
Pero ya que no se planeó ni se negoció previamente que hubiese algún resultado favorable para México, al momento de presentarse ante los medios de comunicación, nuestro Presidente podría haber dicho, en nombre nuestro, en nombre de los mexicanos, que era su deber transmitir al candidato la molestia y la preocupación de nuestro país por sus expresiones ofensivas y por proponer medidas que consideramos contraproducentes e inamistosas para dos países que son socios y vecinos. Pudo señalarse que las amenazas no son aceptables ni benéficas para las relaciones entre dos naciones tan estrechamente vinculadas en materia de seguridad, de prosperidad, de competitividad y de interacción entre ambas sociedades. De cara a la opinión pública nacional e internacional, dejar bien en claro que su actitud hacia México es simplemente inaceptable y que la cooperación solamente puede darse en un marco de decencia y de respeto.
El saldo inicial es que estamos peor ahora que antes de la visita. Los demócratas molestos, los paisanos desamparados, los mexicanos sin sentir que se haya hecho una defensa de nuestros valores y nuestra posición en el mundo. Nos metimos a querer o no en la política interna de Estados Unidos, mientras el Sr. Trump termina la visita con aura de que, efectivamente, sabe salirse con la suya, es capaz de imponerse sin concesiones y ahora, con mayores posibilidades que ayer de convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos. Nunca fue buena idea marginar a la diplomacia cuando más se la necesita.
Internacionalista