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Hace 10 años que Fidel dejó el poder y según algunos Cuba cambió mucho y según otros, no ha cambiado para nada. Para unos, sigue reinando detrás del trono que desde entonces ocupa su hermano Raúl y para otros, ya no interfiere en los asuntos públicos, más que con una que otra columna de opinión en el periódico Granma.
Para unos, la economía está tomando un rumbo de apertura a la iniciativa privada y para otros, el control del Estado sigue siendo el mismo. Lo único constante, en pocas palabras, es que Cuba sigue inmersa en un aura de misterio sobre su futuro, donde hay pocas certezas y muchas incógnitas.
Desde que Fidel entregó la presidencia, lo más importante que ha sucedido es que el PIB cubano ha crecido en un 40%; que Raúl Castro anunció formalmente su retiro del poder en 2018 y, no menos relevante, que se han restablecido relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Estos tres elementos indicarían que la influencia de Fidel se ha ido desvaneciendo en los hechos.
Fidel construyó una trayectoria curiosa: desplegó una audacia y un pragmatismo notables en lo político, pero quizá por lo mismo, fue siempre renuente a la apertura económica. Tenía al país altamente movilizado en lo político y en lo ideológico, pero paralizado en sus reservas económicas o de innovación productiva. Algo parecido sucedió con su política exterior, donde solamente un grupo reducido de aliados, pero sobre todo de seguidores como Venezuela, pasaban a sus ojos la prueba de la dignidad y las causas correctas de la humanidad.
Raúl, con mucho menos carisma y dotes de comunicador que su hermano, resultó más pragmático en toda la línea que Fidel. Cuando percibió que sus aliados tradicionales le servirían de poco —Nicaragua, Bolivia, Venezuela y hasta Rusia— abrió las puertas a reanudar relaciones con su archienemigo histórico a 90 millas de Florida. La semana próxima American Airlines comenzará a volar a la isla y con ello, el turismo norteamericano a Cuba se convertirá en el mayor motor económico. El bloqueo estadounidense contra La Habana se mantendrá vigente hasta que los inversionistas de Estados Unidos se cansen de perder oportunidades y le reclamen a su Congreso que levante el embargo. En ese momento vendrá el cambio y los retos mayores para Cuba.
Después de cuatro visitas que realicé en el último año a Cuba, me parece que la isla apunta hacia un modelo de mayor competencia en lo económico, pero manteniendo un sistema político vertical y, ese sí, sin competidores. El modelo chino es hacia donde se perfila La Habana.
No obstante, cuando Raúl entregue las riendas del poder dentro de dos años, inevitablemente vendrá un cambio generacional y por primera vez un cambio de apellido en la presidencia de Cuba. La lógica de la sucesión parece apuntar hacia el actual primer vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, 30 años más joven que Raúl. El hecho de que pertenezca a otra generación no necesariamente garantiza que sea más liberal o que tenga menos convicciones revolucionarias. Pero el hecho de que haya visto y acompañado la incipiente apertura económica y la reactivación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos desde la vicepresidencia, le permitirá comparar entre el antes y el después de la Revolución Cubana.
Ninguno de los altos dirigentes de la Cuba moderna, salvo Raúl que ya se va, tomó parte en la lucha armada de fines de los años 50. Ninguno de ellos gozará del aura y las credenciales históricas de los Castro. A esa nueva generación gobernante le tocará conciliar lo que, entiendo, quiere la mayoría de los cubanos: preservar su identidad, la singularidad que han alcanzado en el último medio siglo, pero a la vez construir con mayor libertad y sin tanta burocracia, una identidad, ahora como individuos.
Internacionalista