El triunfo de la Selección Mexicana 1-3 sobre El Salvador fue simplemente el reflejo de la superioridad futbolística que existe entre ambos países y se produjo en el marco de la más elemental lógica por las grandes diferencias entre unos y otros. La victoria era obligada y punto.
Las frías estadísticas señalan que la Selección continúa con su paso perfecto en este cuadrangular eliminatorio —5 triunfos en fila— y seguramente lo terminará con un nuevo triunfo frente a Honduras mañana en el Estadio Azteca. Normalmente, México avanza sin mayores dificultades esta fase clasificatoria, sólo con la excepción del Mundial 2010, cuando estuvo a punto de ser eliminado ante Canadá en la lamentable y lastimosa era del sueco Sven-Göran Eriksson.
El primer tiempo ante El Salvador fue gris, deslucido, de discreto nivel de calidad para la Selección Mexicana, jugó poco futbol y exhibió muchas carencias, desorden y falta de inventiva para generar juego ofensivo, ante un rival impetuoso y animoso, pero muy limitado en lo técnico y estratégico.
En la segunda parte mejoró la actuación de la escuadra dirigida por el colombiano Juan Carlos Osorio y el desempeño llegó apenas al punto de aceptable para ganar sin mayores problemas al débil equipo salvadoreño, integrado por jugadores semi profesionales.
Sería un error hacer alarde, como muchas veces ha sucedido, del “imponente” paso del Tri en la eliminatoria de la Concacaf y no aceptar la debilidad y fragilidad de los rivales en turno. En el más profundo y exigente análisis se debe reconocer que no ha jugado bien, que le ha faltado consistencia, futbol colectivo, y en este último encuentro fue la capacidad individual de cada uno de sus integrantes lo que produjo el discreto triunfo.
México no domina todavía un sistema de juego y si su entrenador se empeña en mantener la rotación en sus alineaciones, pagará muy caro las consecuencias, como le sucedió en la pasada Copa América Centenario en la goleada 0-7 frente a Chile. Si Osorio no modifica este principio y se obsesiona en mantenerlo, pasará muchos problemas para armar un equipo sólido. Es muy peligroso cambiar tanto, cuando no se domina lo elemental.
Ganó México, sí y con claridad, pero este resultado no cambia la deteriorada imagen que dejó en la aplastante derrota ante los andinos.
Tiene que hacer muchos más méritos para recuperar el prestigio que se había ganado en foros internacionales más importantes y exigentes.
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