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Una mañana como cualquiera, una mamá vio entrar a su hijita sosteniendo dos manzanas, una en cada mano. De modo que sin más preámbulo se dirigió hacia la niña y le dijo: “¿Me regalas una?” De inmediato la nena, presurosa, ante el asombro de su madre, le dio una mordida a cada una de las manzanas.
La señora no podía estar más sorprendida o indignada. Y es que así nos pasa. Muchas veces depositamos nuestros sueños, ilusiones y fantasías en nuestros seres queridos, con la confianza de que nunca nos van a defraudar.
De repente olvidamos que la envidia es uno de los siete pecados capitales, así como lo son: la avaricia, la gula, la pereza, la ira y soberbia. Créanme cuando les digo, estimados lectores de El Gran Diario de México, que tengo la firme convicción de que el único pecado capital que vale la pena cometer, sin temor a equivocarme… ¡Es la lujuria!
Del mismo modo, bueno sería recordar que no es sano precipitarnos en nuestros juicios.
Que antes de tomar una decisión, debemos contar con la información completa. Que siempre existen las dos partes de la historia. Que no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que hiede es estiércol.
De repente se antoja recordar que no somos poseedores de la verdad absoluta. Que cada cabeza es un mundo. Que debemos aprender a ser tolerantes con quienes piensan diferente o tienen otro punto de vista.
Que no somos Dios, para juzgar (sumariamente) a los demás. Que existen preferencias: políticas, religiosas, sexuales y hasta futbolísticas. Y que finalmente en muchísimos temas, nadie sabe de verdad a quién le asiste la razón.
Continuando con el relato de la niña que mordió las dos manzanas, les diré que la mamá, en una mezcla de indignación, sorpresa y preocupación, le preguntó a su hija: “¿Por qué mordiste las dos manzanas?”, al tiempo que su hija le respondía: “Es que quería saber cuál de las dos estaba más dulce y más rica, para dártela a ti”.
Así, esta es una invitación a no adelantarnos en nuestros juicios, a ser más tolerantes, a esperar lo mejor de los de los seres que nos rodean, a estar más dispuestos a dar que a recibir, a soñar con un mundo mejor.
Una invitación a la reflexión, porque en esta temporada navideña estamos de fiesta; pero frecuentemente olvidamos los motivos de la celebración. Que estamos festejando la vida, que no es otra cosa que… el don más preciado que tenemos.
ebrizio@hotmail.com