El juez que no concedió la extradición de Joaquín El Chapo Guzmán, Vicente Antonio Bermúdez Zacarías, recibió un balazo al salir de su casa por la mañana. 30 centímetros de distancia hubieron entre el cañón y su cabeza. La noticia golpea emocionalmente a todo un gremio, a todo un Poder y, sobre todo, a todo un Estado. Cuando las vidas de quienes imparten justicia comienzan a ser amenazadas, no sólo son vidas lo que se pierden: se pierde estabilidad, se pierde orden, se pierde objetividad, se pierde imparcialidad; pierde, en suma, la justicia.

Pero no son tiempos para flaquear ni para tratar de encontrar medidas extremas y mal pensadas. Por el contrario, es tiempo de demostrar que los jueces siguen estando de pie. Que los jueces seguirán en sus sillones, en sus salas y en sus tribunas dictando sentencias; haciendo justicia; dando a cada quien lo que le corresponde.

Desde antes de este suceso, y ahora con mucho más empuje, se ha venido discutiendo en México la figura de los jueces sin rostro. Pensar en proteger la integridad física de los jueces cubriendo su identidad ante la ciudadanía, se entiende como un recurso que permitirá proteger la imparcialidad de los jueces y sus vidas. Parecería una suma cero en la que todos ganamos. Sin embargo, las cosas no son así.

En aquellos países donde optaron por esta medida, saben que es un fracaso. Colombia, por ejemplo, cubrió las caras de sus jueces y nunca detuvo los homicidios. No se contiene a la delincuencia organizada con una máscara. Sabemos de los muchos recursos que el narcotráfico tiene, sabemos de los aparatos inmensos de inteligencia, así como su capacidad de corromper a los servidores públicos. Si sabemos ésto, porque ingenuamente soñamos con detener esta situación cubriendo el rostro de quien se encarga de juzgar a aquellos que han transgredido las leyes del Estado.

Cubrir el rostro de los jueces es completamente contrario con el espíritu del nuevo sistema de justicia penal. Queremos una justicia abierta, una justicia transparente y garantista. Que reconozca a los acusados y a las víctimas, que el uno entienda porque ha sido juzgado y, el otro, sienta que la justicia ha sido servida. Cómo lograremos esto teniendo un juzgador que tiene temor por mostrar su cara. Por mirar de frente a quien juzga.

El Estado no puede combatir a la delincuencia con la misma técnica que ellos emplean: escondiéndose en la sombra, hablando desde la oscuridad, y actuando en la clandestinidad. No son tiempos en los que el Estado se deba esconder tras una máscara. A la delincuencia se le combate con la cara limpia y de frente. No hay miedo, no puede haberlo, porque la razón está de nuestro lado.

Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México

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