Las filtraciones son en sí mismas una evidencia de debilidad. El golpe al gobierno no es sólo que todos escuchemos el martilleo dentro de las celdas de alta seguridad de Almoloya, o que seamos testigos del surrealista intercambio entre el custodio y su comandante cuando descubren el hoyo en la regadera, el simple hecho de que lo veamos porque alguien dentro de la estructura gubernamental consideró mejor para sus intereses y los de su grupo hacerlo público que guardarle lealtad al gobierno en el que trabajan y que encabeza Enrique Peña Nieto, es revelador.

Hay equipos, como el de Vicente Fox, que antes de tomar posesión ya eran incapaces de guardar un secreto. Desde el periodo de transición, bastaba que el presidente electo saliera a decir que nadie de su equipo estaba cobrando para que en cuestión de días aparecieran en la prensa las cantidades exactas de lo que recibían, con copias de recibos incluidas. No había secretos ni disciplina.

El inicio de este gobierno fue diferente. Recuerdo la sorpresa de los priístas cuando en una de las reuniones de transición un funcionario saliente, José Luis Luege, les compartió abiertamente que en el tema de qué hacer con el proyecto del nuevo aeropuerto él disentía con lo que pensaba el presidente saliente. —Inconcebible —decían los priístas, la línea de obediencia y disciplina priísta no permitía esos márgenes. Y efectivamente se sintió la diferencia, durante un tiempo, pero ya no es así.

La filtración del video con audio de la fuga del Chapo lo demuestra, pero no es el único ejemplo. Fue también a través de una filtración que pudimos ver y oír la cercanía entre el hijo del ex gobernador de Michoacán, Fausto Vallejo, y La Tuta. También se filtraron las fotografías de los cuerpos de los miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación que fueron ultimados por la Policía Federal en Tanhuato y que ponen en entredicho la versión de que todos murieron en un enfrentamiento.

Desde hace meses es a través de estas infidencias que sabemos lo que no dice el gobierno. ¿Por qué? Son varias las razones. En algunos casos los funcionarios encargados de las investigaciones le han perdido el respeto a sus superiores por la ineficacia y lentitud con la que manejan los asuntos o por los límites y obstáculos (políticamente motivados la mayoría de las veces) que les ponen para hacer su trabajo. En otros casos, las filtraciones nos revelan las pugnas entre diferentes grupos dentro del gobierno. Es el caso de Tanhuato, por ejemplo, donde la Policía Federal, dicen, ha logrado que no se investigue a fondo lo ocurrido, consiguiendo de entrada que el caso quedara en manos de la Procuraduría de Michoacán durante más de tres meses. En el caso de la fuga del Chapo son grupos distintos dentro del mismo gobierno los que están tratando, por medio de de filtraciones, de imponer una narrativa de lo ocurrido ese día que los deslinde de responsabilidades. Con el video/audio de la fuga se trató de mostrar que los que aparecen sentados frente a los monitores sin inmutarse, mientras en la celda se escuchan los martillazos, son los culpables. ¿Tenían justamente esos monitoristas acceso al audio? No lo sabemos de cierto, su abogado dice que no. Lo que está claro es que alguien dentro del gobierno tiene prisa de que les echen la culpa a ellos.

El gobierno de Peña Nieto perdió el control cuando dejó en sus cargos a los responsables de todos estos eventos, o peor, cuando les encargó a los mismos que investigaran lo ocurrido. Son ellos los que ponen obstáculos, los que tratan de inclinar la investigación de manera que no los toque, los que litigan en los medios para salvar el pellejo. Por eso hoy parece que está más cerca la recaptura del Chapo que la explicación completa y detallada de cómo fue que se les escapó. Acallaría las críticas, piensan, sin que caigan cabezas.

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