¿Puede un discurso cambiar la percepción que se tiene de un presidente, y por lo tanto, de su gobierno? Importa hacerse la pregunta ahora porque mañana Enrique Peña Nieto dará su Tercer Informe de Gobierno desde los sótanos de aprobación y de confianza en que lo tienen hundido su manejo de los ya muy conocidos eventos de este último año.
Y no es una cuestión de oratoria porque desde luego es imposible que algunas palabras pudieran competir con los dramáticos hechos: 43 estudiantes desaparecidos y muy probablemente asesinados en Iguala por delincuentes que actuaron en contubernio con autoridades; la sombra del mal uso del poder y de la corrupción que siempre se cierne sobre nuestra clase gobernante y que en este caso se encarnó crudamente en el affaire de las casas del presidente y de su secretario de Hacienda, y la fuga del criminal más buscado del mundo de entre las rejas de la cárcel supuestamente más segura del país.
Nada podría ni va a cambiar lo anterior, la única novedad podría estar en la forma en que el presidente aborde, interprete o asuma estos hechos. La incógnita está en saber si estas crisis han modificado a Enrique Peña Nieto y si sí, en qué sentido. ¿Las certezas con las que llegó siguen siendo las mismas? ¿Sus prioridades? ¿Quiere simplemente cómo Fox que la pesadilla termine o le queda ánimo para revirar y apostar a que puede pasar a la historia como algo más que el presidente que cumplió su cometido (por importante que sea) en los primeros 18 meses y luego ya no supo qué hacer con la encomienda? ¿Se siente víctima de las circunstancias o asume responsabilidades?
Por eso, el próximo miércoles, lo que importa es lo que diga (o no) en su mensaje político, los interminables minutos que lo precedan con las listas de datos siempre imprecisos e interesados serán un mero trámite, como lo son siempre, por cierto.
Enrique Peña Nieto es un buen político priísta, lo demostró desde que optó por Eruviel Ávila en detrimento de Alfredo del Mazo como candidato de su partido a la gubernatura del Estado de México. Misma cualidad que le reconocen los especialistas con el reciente nombramiento de Manlio al frente del PRI y con el cambio del gabinete. El PRI no se le va a desbalagar y sabrá conducir (como ellos dicen) el proceso de selección del candidato del PRI a la presidencia de 2018.
Pero lo que está en juego con el discurso del próximo miércoles es de otra naturaleza: saber si Enrique (sin apellidos) supo digerir los reveses de este año y puede reencausar su gobierno o se seguirá simplemente impulsado por la inercia. Nada menos.