No sé quién haya matado a cada uno de los dieciséis periodistas que han sido asesinados en Veracruz desde el año 2000. Lo que sí sé es que detrás del clima de impunidad que ha propiciado la muerte de cada uno de ellos, la desaparición de otros cuatro, el exilio de 37, los 12 ataques contra medios de comunicación, no sólo está la incapacidad de las autoridades de encontrar a los responsables, sino la complacencia criminal de un gobernador, Javier Duarte, que una y otra vez ha dicho que en Veracruz sólo matan a los periodistas que andan en malos pasos, dicho de otro modo, a los que se lo merecen.

El pasado 30 de junio, en Poza Rica, en una reunión con reporteros con motivo del día de la Libertad de Expresión, Javier Duarte volvió a decir: “Lamentablemente algunos de los trabajadores, colaboradores de los medios de comunicación tienen vínculos con estos grupos (criminales). Les quiero pedir, y se los digo por ustedes y por sus familias, y por mí y por mi familia, porque si algo les pasa a ustedes, al que crucifican es a mí: Pórtense bien. Todos sabemos quiénes andan en malos pasos, todos sabemos quiénes de una alguna u otra manera tienen vínculos con estos grupos (…), quiénes están metidos con el hampa. Pórtense bien por favor, se los pido, vienen tiempos difíciles que al final del día serán tiempos mejores, vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas y yo espero que ningún colaborador de los medios de comunicación se vea afectado por esta situación”.

En un estado que es considerado el lugar más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, el gobernador, es decir la máxima autoridad, no se comprometió a resolver aunque fuera sólo uno de los 14 homicidios que han ocurrido desde que él es gobernador, tampoco aprovechó para solidarizarse con la profesión y enviar un ultimátum a quienes han asesinado periodistas, ni expresó horror y repudió por la violencia que se ha cebado con esta profesión; no, los responsabilizó a ellos y sólo a ellos de lo que en un futuro les pudiera pasar.

Yo no sé si Duarte o alguno de sus colaboradores o subalternos hayan mandado matar a un periodista, eso le toca decirlo a un juez después de una investigación; lo que sí sé es que el profundo desprecio que ha manifestado por la vida y el trabajo de quienes practican esta profesión los ha dejado totalmente expuestos y vulnerables.

En Veracruz se vale matar a un periodista porque su muerte es la prueba de que se lo merecía. Y esto dicho por el encargado de evitarlo. Gran invitación para cualquier funcionario, delincuente, policía, presidente municipal, narcomenudista, sicario, extorsionador, que se haya sentido afectado o exhibido por el trabajo de cualquier reportero. El periodismo, por definición, molesta, incomoda. Cada revelación o denuncia expone y exhibe a alguien, muchas veces a un poderoso. Es condición indispensable de cualquier sociedad democrática soportar y proteger a estos incómodos, incluso cuando se equivocan, porque sin ellos sólo queda el silencio y la oscuridad que propicia todos los abusos.

Veracruz no es el estado más violento del país, no es donde hay más homicidios, no es donde el narcotráfico ejerce el mayor control territorial, pero sí es donde más matan a periodistas. Y nuestros compañeros veracruzanos no son distintos de los del resto del país, ni más cómplices del crimen, ni con vidas más disipadas. La única diferencia es que desde la cúpula del poder político local se ha enviado el mensaje de que no pasa nada si los matan y que sus muertes son la prueba de que eran parte de las manzanas podridas.

De esto, por lo pronto, sí tiene toda la responsabilidad el gobernador Javier Duarte.

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