Profeso una sincera admiración por la escritora canadiense Margaret Atwood, novelista y poeta. No he leído muchos libros suyos, pero recuerdo un par de novelas verdaderamente notables aparecidas con su firma. Una de ellas fue escrita en el muy significativo año de 1984 y se titula, en inglés: The Handmaid’s Tale, frase traducida como El cuento de la criada en su edición en español. De esa novela se ocupó ella misma hace unos días. De lo que escribió tratan estos renglones.
No ocurre muy a menudo que un escritor hable o escriba acerca de su propia obra. Más raro es que se ocupe de sus libros con una lucidez como la de Margaret Atwood en esta evocación crítica que ahora comento.
Fue publicado ese texto en un periódico de los Estados Unidos en este mismo mes de marzo y lo leí una mañana de la semana pasada, con emoción. Llamo a esa escritura “evocación crítica” porque cumple con el sentido de ambas palabras y las combina en una reflexión ejemplar, por sus alcances y por la diafanidad de la expresión.
Para Atwood, no hay falsa modestia ni se ocupa en absoluto de tratar de convencernos de la pertinencia o el valor de sus ideas y observaciones: sabe que su novela es importante, lo da por sentado sin la menor soberbia, y procede a ofrecernos su opinión actual sobre lo que escribió en 1984. ¿Por qué? Por una razón abrumadora: la historia de esa criada es una distopía, una fábula del futuro totalitario, que ahora comienza a perfilarse en los Estados Unidos. Los “expertos” afirman que todavía estamos muy lejos del cumplimiento de esa promesa siniestra de los gobernantes actuales en los Estados Unidos; son los mismos “sabios” que predijeron que nunca llegaría al poder el candidato del Partido Republicano.
Dije que 1984 es un año significativo. Lo es por haberle dado título a otra obra distópica, de George Orwell; lo es por la novela de Margaret Atwood. Ella misma pone las cosas en perspectiva: el momento actual en relación con su fábula. No se apresura a decir que ella “previó” lo que sucedería en 2017; no, de ninguna manera, pero al mismo tiempo nos da luces sobre todo lo que ha pasado a lo largo de la historia que pueda explicarnos los hechos de este año.
La palabra “distopía” se opone a “utopía”, voz que memorablemente Francisco de Quevedo tradujo como “no hay tal lugar”, quitándole así su sentido positivo, su fantasiosa carga de promesa feliz. La utopía es el mundo de una sociedad armoniosa, en cualquier caso justa y libre, y sin duda igualitaria. La sociedad distópica es la pesadilla totalitaria, de la que hemos tenido suficientes vislumbres, atajados por luchas enormes, como la que culminó en 1945 con la derrota del nazi-fascismo.
La literatura es una especie de cristal forjado por la imaginación: vemos en ella ideas y paisajes y conjeturas. Una novela como la de Margaret Atwood habla de nuestra condición y examina implacablemente las peores posibilidades.