La sola lectura de un título de libro, Poemas para ablandar a las rocas, me puso de inmediato, y como sin querer, a pensar en un montón de cosas. (Pensar: trabajo noble y problemático, el más detestado y el más amado.) Ante esas seis palabras recordé un libro de hace medio siglo, Cada cosa es Babel (1966), de Eduardo Lizalde, una obra semisecreta y de culto, con un destino extraño: su aparición coincidió con la de la antología más conocida de la poesía mexicana moderna, pero Lizalde, un poeta de primera, no figura en ella porque “no hubo tiempo ni manera de meterlo”, al igual que a Gerardo Deniz, cuyo primer libro, Adrede (1970), se dio a conocer un poco después. El poema babélico de Lizalde fue “víctima” de su libro más célebre, El tigre en la casa, del mismo año que Adrede, y uno de los libros de poesía más admirados del tiempo mexicano; lo malo es que muchos lectores de ese tigre lizaldiano pasaron por alto Cada cosa es babel.
La frase “poemas para ablandar a las rocas” se me apareció llena de sugerencias. Hay dos sustantivos en ella: poemas, rocas, ambos en plural; un verbo en infinitivo, “ablandar”. Las preposiciones son una fuente de reflexiones: “para” apunta a una subterránea cualidad de “manual de instrucciones” de este libro; “a” parece transgredir una regla gramatical y retórica. A continuación trataré de explicar estos dos puntos.
Dentro de la preposición “para” están virtualmente las posibilidades de utilizar este libro con ese fin: el de ablandar a las rocas. ¿Para qué hacer, o intentar hacer, semejante cosa? Conozcamos el libro para responder. “Ablandar a las rocas” sería un error pero no lo es. Nos han enseñado en la escuela que una de las preposiciones que indican el acusativo, “a”, debe utilizarse para informar sobre la acción que se ejerce en función de una persona, y no de cosas: “visitar a Alfredo”, sí, pero no “visitar a París”, sino sencillamente “visitar París”, porque la ciudad es una cosa y Alfredo es una persona. Lo “correcto” sería, entonces, “ablandar las rocas”; pero no: la frase “ablandar a las rocas” convierte a las rocas en una especie de personas por medio de la prosopopeya. Ablandar a las rocas parecería una labor semejante a la de “convencer o persuadir o conmover a las personas”. Pero aquí hay mucho más: dimensiones de significación que tienen que ver con la mitología y con la historia de las imágenes poéticas. Veamos.
¿Quién es el poeta prototípico de la antigüedad? Podríamos decir que Homero. Pero hay otro candidato para ello, mayestático y sublime: Orfeo. El llamado “efecto Orfeo” es el de la música de éste, poderosa al punto de que es capaz de detener el fluir de los ríos, desarraigar a los árboles y “ablandar a las rocas”, enternecidas por la dulzura de la lira y el canto del poeta de Tracia.
Poemas para ablandar a las rocas es una antología personal, de reciente publicación, de Guillermo Vega Zaragoza. Leámosla.