Christopher Domínguez Michael

La Restauración, tocada

Junto a la corrupción, asociada al tricolor como nunca lo estuvo entre 1945 y 2000, el régimen actual ha sido inepto como garante de la seguridad

09/06/2017 |01:14
Redacción El Universal
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El resultado definitivo de las elecciones mexiquenses, cuyos ciudadanos de alguna manera siguen viviendo en el más poderoso estado de la Federación, como lo fue durante los primeros años de la República Federal de 1824, será decisivo para el destino de la Restauración priísta. De revertirse en los tribunales la apretada victoria de Del Mazo, se volverá muy improbable que el PRI repita en 2018. Y de conservar el poder la dinastía de Atlacomulco, la victoria pírrica del domingo pasado le traerá ánimo y dinero al antiguo partido autoritario. Pero es de dudarse que les alcance.

Tras los buenos augurios reformistas del Pacto por México, vinieron los jóvenes gobernadores del PRI, cleptócratas que dejaron en carteristas y ladronzuelos a sus ancestros. El Presidente y su consejero áulico se dispararon al pie, ratificando, como dijo el propio Peña Nieto, que la corrupción es consustancial al ser humano, pero sobre todo al jefazo priísta. Con una parsimonia rayana con la complicidad, han ido arrestando, aquí y allá, prófugos, presumiendo de ser el castillo con más señores feudales encerrados en su torre, lo cual debería ser, de no reinar la inverecundia, motivo de vergüenza.

Junto a la corrupción, asociada al tricolor como nunca lo estuvo entre 1945 y 2000, el régimen actual ha sido inepto como garante de la seguridad de los mexicanos y un fracaso en tanto que monopolista de la violencia legítima. La oposición hizo de las suyas y puso en la cuenta del gobierno, el primer crimen de Estado cometido por la izquierda mexicana contra la izquierda mexicana: Ayotzinapa. Porque eso fue, si bien fue operado por esos narcos a quienes les repugna denunciar a las almas bellas. Todo ello ante un gobierno que se siente culpable de existir gracias a una suerte de atrofia ontológica, aplastado por ochenta años de historia sin autocrítica, incapaz hasta de presentarse como lo que es, para bien y para mal: el creador del envejecido México moderno.

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Todo indica que la Restauración sólo durará un sexenio. Tal cual lo temimos hace cuatro años algunos editorialistas, como cuando los Borbones regresaron al poder en 1815, los priístas ni olvidaron ni aprendieron. Sus famosas reservas de voto verde se agotan una tras otra y la inversión ilegal o paralegal necesaria para hacerse, de grado o de fuerza, de cada voluntad ciudadana, es cada día más onerosa. Pero su bancarrota final sigue estando en las manos de una oposición unida. Si México fuera un país normal, sin la excepcionalidad histórica encarnada en el PRI, lo natural es que aliado, el centro–derecha (el propio PRI más el PAN) derrotaría, con o sin segunda vuelta, a la izquierda vegetariana e inclusive a la carnívora, para decirlo en términos de Martin Amis.

Pero la genética anti-priísta del PAN imposibilita esa coalición y plantea otra alianza, contranatura, entre la derecha y un PRD hamletiano, sin alma socialdemócrata que, o desaloja al PRI o le entrega el poder a López Obrador. Me temo, víctima de la neurosis anticipatoria, que ocurrirá lo último. Morena, en el Estado de México, atrapó, por primera vez, el voto anti-priísta de la clase media panista; tras los gobiernos de Calderón y Peña Nieto, a su vez, se necesita mucha enjundia para pedirle a las víctimas de la violencia cotidiana abstenerse de hacer la prueba con el pertinaz tabasqueño, a pesar de que no trae nada que ofrecer contra el crimen. “Si tanto la quiere, que la tenga”, dirán en buen romance, muchos entre los desesperados.

El remedio será peor que la enfermedad y habremos cambiado una democracia bárbara (para seguir citando a José Revueltas) por una tiranía dizque honrada, aunque a Robespierre, el único tirano de ese carácter que documenta la historia, le cortaron la cabeza no por honesto, sino por terrorista.

Falta mucho, alardean los colmilludos. Aparecerá el independiente providencial, sueñan los intelectuales que odian a los intelectuales. Pero como la democracia siempre es un mal menor, quizá esa mayoría de electores del Estado de México haya traído consigo la buena nueva del optimismo: por más corrompidos que se encuentren, hay que votar por los partidos defensores del orden democrático, contra el caudillo que desmantelará, pieza por pieza, nuestra democracia.