No creo que leer libros, sean de Dante, Mill, Marx, Rimbaud o Rulfo, haga mejores, en principio, a los hombres. Tiranos como Stalin y Mao fueron lectores compulsivos y sólo hay un momento en una de sus biografías en que me conmovió el sátrapa chino y no sus millones de víctimas: cuando rompe a llorar al descubrir que sus cataratas le impedirán leer. Si medimos el índice de civilización por el nivel de lectura habría parecido imposible que sociedades tan letradas como la alemana en 1933 o la argentina en 1973, se autodestruyeran. Leer demasiados libros, también, como decía mi abuelita, vuelve locas a las personas. Y leer un solo libro, si recordamos el saldo rojo de la Biblia o del Corán, es peor.

Empero, en un contexto democrático, leer bien, y mucho, ayuda a los gobernantes, aunque ha habido y hay líderes muy apreciados (más allá de lo que pensemos de sus posiciones políticas) como Reagan, Lula o Evo Morales, quienes han presumido de su incultura. Curiosamente, los tres, antes que políticos fueron sindicalistas, es decir, aprendieron a cuidar el dinero de su gente. Pero volviendo al tema, en México, tuvimos presidentes leídos y escribidos, jurisconsultos soñadores como Echeverría y López Portillo, responsabilizados de desastres mayúsculos.

Suponiendo, sin conceder, que leer hace mejores políticos, es probable que si Peña Nieto y Videgaray tuvieran algo más que cultura general, sí es que la tienen, no habrían cometido la estupidez y la traición, como las calificó memorablemente Silva–Herzog Márquez, de invitar a Trump. Semanas antes, algunos articulistas advertimos que, sin actuar, el gobierno demostraba ignorar lo que es el fascismo. Los hubiéramos dejado equivocarse en su pasividad. Mediante la bochornosa y quizá trágica invitación, superaron todas las expectativas y mostraron su completa inopia ante un demagogo cuya palabra, por definición, no vale nada. Algunas lecturas humanísticas los habrían ilustrado, amueblando esas mentes vacías tan suyas, sólo retocadas por la minimalista razón tecnocrática. Ya es tarde. El vicio de la lectura, en general, se adquiere en la infancia y en la adolescencia. Conservarlo hasta la edad madura es el gran reto de los pedagogos. Ojalá en algún improbable futuro, Peña Nieto y Videgaray sean utilizados en las aulas para mostrar lo que acontece cuando un político desatiende sus lecciones de historia universal.

Más allá del escándalo Trump que rebasó la indignación del llamado “círculo rojo” de aguafiestas, enemigos y comentócratas, para convertirse en escozor nacional, reafirmamos que no leen los políticos ni leen, tampoco, sus asesores. La visita del candidato republicano se origina en la Feria de Guadalajara de 2011 cuando el actual Presidente, despojado de sus tarjetas informativas con letras grandotas, demostró no sólo su grosera incultura, sino la ineficacia de su equipo. Tampoco debe estar muy leída la biblioteca, si la tiene, de Josefina Vázquez Mota, para hablar de los candidatos de aquella elección, ni desde luego, la de Andrés López Obrador, a quien en mala hora se le murió el erudito José María Pérez Gay. Chema hubiera evitado el bochornoso spot en que los asesores del “presidente legítimo” aspirante a su segunda reelección, demostraron no saber de qué va La rebelión en la granja, de Orwell.

El desembarco de los priístas, excepción hecha de Muñoz Ledo, en la vieja izquierda, significó el despido del PRD de los antiguamente célebres “intelectuales de izquierda”, arrojados a ese basurero de la historia que conocen bien. Sin ellos, la ignorancia de López Obrador, equivalente a la del Presidente también en indigencia académica, hubiera sido, al menos, barnizada. De la feria de Guadalajara a Orwell, pasando por Trump, me parece que el problema es más grave y se origina en el arraigado antiintelectualismo de nuestra sociedad. Es lógico que los textos literarios no merezcan los comentarios del público. Pero cuando en los artículos políticos aparecen referencias “eruditas”, generalmente extraídas de una cultura general en extinción, aparecen, muy irritados, aquellos lectores que se sienten vejados en su docta ignorancia.

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