Christopher Domínguez Michael

Las mentiras sobre Elena Garro

01/04/2016 |02:04
Redacción El Universal
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El próximo 11 de diciembre se conmemorarán cien años del nacimiento de la gran escritora y dramaturga Elena Garro. Ya empezó, por desgracia, la temporada de mentiras, tejidas desde los años setenta por ella, su hija Laura Helena y un entorno venenoso que pretendió, sin lograrlo, hacer de un matrimonio desastroso entre ella y Octavio Paz, una condena del poeta por misoginia y mil pecados más. Todo lo que sigue está debidamente documentado en libros en circulación:

1. Es mentira que a Garro se la haya “robado” Paz para casarse con ella y llevarla al congreso antifascista de Valencia en 1937. Dada la minoridad de Garro (nacida en 1916 y no 1920 como ella decía) hubiera sido imposible el matrimonio, pues se requería de la autorización legal de su padre, mismo que se presentó a firmar su consentimiento en días previos al enlace civil, como lo exigía el código penal entonces vigente.

2. Es mentira que Paz bloqueó la carrera literaria de Elena. Fue él quien salvó Los recuerdos del porvenir, la primera novela de Garro, del abandono, presentándola, orgulloso, a Joaquín Mortiz e influyendo para que ganase el Premio Xavier Villaurrutia en 1963. Al mismo tiempo, cuando Paz ganó su primer premio internacional de poesía, en Bélgica, recibió, de su ya ex esposa, un jubiloso telegrama.

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3. El divorcio de Paz y Garro, verificado en Chihuahua en 1959 por ser ésta la única entidad que admitía como causal la incompatibilidad de caracteres, fue legal. Ella interpuso un juicio de amparo en 1967 pero fue sobreseído en 1969.

4. Durante los años sesenta, Garro, como todos los intelectuales ligados al PRI, fue una apasionada defensora de “los hijos predilectos” del régimen, los campesinos. Pero lo hizo como colaboradora de su íntimo amigo Norberto Aguirre Palancares, jefe del Departamento Agrario del gobierno de Díaz Ordaz.

6. Durante esa década la estación de la CIA en México contempló la posibilidad, descartada por su mitomanía, de reclutar a Garro como agente dado su ferviente anticomunismo y su conocimiento del medio intelectual mexicano.

7. Según los documentos desclasificados por el IFAI hace una década, Garro, infiltrada en el movimiento estudiantil de 1968, fue informante de la Dirección Federal de Seguridad. Sus informes, por fabulosos, fueron desechados por otro de sus amigos íntimos, Fernando Gutiérrez Barrios, a quien ella llamaba “mi D’Artagnan”, el posterior operador de la guerra sucia.

8. Desde agosto de ese año, Garro denunciaba a sus amigos los intelectuales mexicanos, de conspirar contra el gobierno y poner en riesgo la vida de los jóvenes estudiantes a quienes “manipulaban”. El 7 de octubre, ya ocurrida la matanza de Tlatelolco, dijo que esos mismos intelectuales eran los responsables de los hechos. Víctima de un brote paranoide, le aterraba la posibilidad de ser considerada como un agente doble, pendiente de los efectos de la renuncia de Paz a la embajada en la India, en protesta por el 2 de octubre.

9. Elena y su hija Laura Helena le pidieron a Borges, Bioy Casares y Jünger condenaran en público “el complot comunista contra México” y se solidarizaran con el “gobierno agredido” de Díaz Ordaz. Ninguna de las dos mujeres eran de izquierda, en 1968, como he llegado a leer en ciertos blogs. La carta de Laura Helena a su padre y contra él, publicada en EL UNIVERSAL el 23 de octubre, es un documento nítidamente neoconservador.

10. Detestada por sus antiguos amigos, Garro y su hija se autoexiliaron en Estados Unidos, Madrid y París hasta 1993. Durante todos esos años, Paz las apoyó económicamente de manera regular, no teniendo obligación legal alguna de hacerlo.

11. La adicción, que iba del odio al amor, de Garro por Paz fue sólo una de las manifestaciones de su vasta patología. Sólo he vivido con él y contra él, decía. Sin él, mi mundo estaría vacío, afirmó varias veces, del hombre que fue su gran pasión y el personaje de varias de sus novelas.

No se equivoquen señoras y señores. La muy talentosa Elena Garro no fue nuestra Simone de Beauvoir. Fue nuestro Céline.