Christopher Domínguez Michael

Diálogo entre el indignado y el escéptico

18/03/2016 |02:08
Redacción El Universal
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Del presidente Enrique Peña Nieto a Andrea Noel, víctima reciente de un ultraje sexual público, pasando por la ex rectora Esther Orozco de la UACM, personajes que nos caen muy bien o muy mal o nos son indiferentes, no hay personaje público en México (y en el mundo) capaz de defenderse ante el infame tráfico de difamación, calumnia y vejamen propio de las llamadas redes sociales, sea a través de los tuits, Facebook o las páginas abiertas por los periódicos para las opiniones del respetable. Más que ante una democratización, estamos ante lo que Aristóteles llamaba “oclocracia”: el anárquico gobierno de la muchedumbre, concluye su perorata el indignado.

—Pero no olvidemos que el fenómeno, aunque irritante, es fugaz y dura los quince minutos atribuidos a la fama por Andy Warhol, afirma el escéptico quien levanta los hombros, impotente o indiferente, ante la proliferación de la impunidad.

Insiste el indignado:

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—Barbaridades que antes se quedaban en el rincón de una cantina, en el fondo de un antro o en los mingitorios públicos, ahora se graban, se imprimen, se dibujan, urbi et orbi, gracias a la fibra óptica, el pixel y la aplicación, se quejó el recién fallecido Umberto Eco.

—La humanidad siempre ha sido canalla pero sólo el siglo en curso le ha dado la oportunidad de manifestarse a plenitud, vulgarmente, replica el escéptico: resignémonos. Las democracias, agrega, no deben ni pueden controlar ese flujo intestinal; se necesita un Estado más o menos totalitario como el chino para censurar, en alianza con las trasnacionales informáticas, las redes.

—Si es así, se alarma el indignado, quienes denunciamos las tropelías majaderas de un Trump, porque es poderoso y en algunos meses puede ser presidente de Estados Unidos, somos hipócritas al denunciarlo mientras toleramos que el hijo del vecino use su teléfono inteligente para acosar a sus compañeras en la secundaria.

—Borges decía que la censura no había sido del todo mala para la literatura, medita el indignado. La estrechez moral obligaba, ciertamente, al refinamiento estético, al truco de la imaginación. Sometido a los estrictos cánones dizque proletarios del realismo socialista, un Shostákovich se las arregló para acercarse a la escuela de Viena en sus sinfonías y cuartetos…

—Regresemos al mundanal ruido, pide el escéptico. Admitamos que hay algunos consensos como el que permite a las policías informáticas perseguir la pornografía infantil.

—Sin duda, lo interrumpe el indignado, pero algunos curas acusan a los niños y adolescentes de incitar su lujuria. Y conozco intelectuales liberales que se dicen seducidos por lolitas o efebos quienes abusan impunemente de su minoridad. Eso de que la libertad de expresión no puede ser absoluta, algunos lo dicen de dientes para fuera.

—Hay quien considera antiliberal la prohibición de la esvástica en Alemania o niega el derecho de un Estado a perseguir a quienes niegan el Holocausto o el exterminio de los armenios por los turcos, agrega, melancólico, el escéptico.

Concuerdan uno y otro en volver al tema mexicano y sus variaciones:

—Concedo, subraya el escéptico, que en un país donde la impunidad es reina, la permisividad ante la difamación en las redes no puede ser tan alta como en las democracias donde la justicia es pronta y expedita. Si la calumnia se persigue en la prensa escrita, ¿por qué no ha de perseguirse en internet?

—Se persigue sin éxito. Pero las redes acotan al poder, lo ridiculizan y movilizan a los ciudadanos, advierte el indignado, en trance de optimismo.

—Más aún, reflexiona el escéptico, vienen las elecciones de 2018 y estamos ante una paradoja muy mexicana: mientras que en las redes todo se vale, la legislación electoral prohíbe la virulencia política entre los candidatos, reduciendo las campañas a los spots: comerciales inocuos y mercantiles. Venden sonrisas, no ideas. Despolitizan.

—La democracia es un bazar, concluye el escéptico. El obsceno libertinaje verbal de Trump, allá, nos indigna; la mojigatería de las autoridades electorales, aquí, en México, nos indigna también. ¿En qué quedamos?