Yo también me referiré a una frase atribuida a Churchill, aquella tan conocida de que la democracia no sólo es el menos malo de los regímenes políticos sino aquel al cual hay que defender de sus más entusiastas apologistas. La adolescencia de la democracia mexicana se prolonga y una de sus manifestaciones, floreciente también en países de longeva tradición democrática, es el desprecio al principio de la representación, que abona la creencia de que la asamblea, la consulta y el referéndum son fórmulas donde la ciudadanía recupera lo que los políticos y sus partidos le expropian, por corrupción o ineficacia.

No me voy a referir al referéndum, patentado por las dictaduras para legitimarse popularmente ni a las asambleas, en cuyas manos estuvo Cataluña durante meses. Me referiré a dos consultas locales: a la que rechazó el Corredor Chapultepec propuesto por el gobierno del Distrito Federal y a la también infructuosa consulta directa al vecindario que se hizo en Polanco para honrar a Octavio Paz con una calle en 2014.

Según documentó en este diario Ricardo Alemán en diciembre del año pasado, la consulta sobre el Corredor, decir sí o decir no, sólo interesó al 5% del padrón nominal de la delegación Cuauhtémoc. No defiendo, aclaro, el proyecto, que amigos y colegas en quienes confío definieron como mercantilista y ajeno a una verdadera regeneración de la Avenida Chapultepec, calle que me importa en particular, pues en ella nací. Espero que algunas de las 14 mil personas adversas al Corredor, donde sobra el talento, propongan algo mejor a lo rechazado y que los gobernantes no se amilanen y prosigan en el rescate urbano de esa zona áspera.

Pero voy más lejos. Nada más falta que esas consultas sean vinculantes cuando los números no pueden ser más antidemocráticos. Resulta que una minoría del 3%, rodeada por una complaciente y aplastante mayoría silenciosa, sepultó el proyecto. Las autoridades son electas para arreglar las calles y hasta, sí se puede, para hermosearlas y por ello algunos pagamos nuestros impuestos. ¿Para qué convocar a la autoridad electoral a organizar una consulta que muy bien pudo resolverse a mano alzada con los leones que resguardan el bosque de Chapultepec como testigos?

Ese asambleísmo antidemocrático es propio del peor de los populismos, lo mismo en Venezuela que en México, donde la elección por aclamación es el método preferido de López Obrador, el eterno suspirante a la presidencia de México de quien, por primera vez en mi vida, voy a hablar bien por haber mandado bautizar con los nombres de los poetas Carlos Pellicer, Jaime Sabines y Octavio Paz a los puentes de una remota y desangelada Súper Vía. Supongo que no lo consultó con los automovilistas que por allí circulan e hizo bien mientras que los bienintencionados funcionarios de la actual Secretaría de Cultura de la ciudad inquirieron y obedecieron a la rústica mayoría de los vecinos de la calle de Tres Picos, quienes se negaron a que su calle llevase el nombre del Premio Nobel mexicano de literatura, como parte de los festejos de su centenario, en una colonia donde abundan las calles con nombres de escritores, como Lord Tennyson, hoy olvidados hasta en su casa. Se le ofreció al pudiente vecindario, sin éxito, facilidades de diversa índole en el sin duda engorroso problema postal y predial del cambio de nombre.

Nunca debió consultárseles a los vecinos ese cambio de nomenclatura que es atribución legal de la autoridad, como cuidar de las aceras y de los parques. A mí me cae gordo don Venustiano Carranza y no por ello voy a exigir que se me consulte para darle a esa delegación, por ejemplo, el nombre del general Felipe Ángeles. En París, dudo que los vecinos hayan sido consultados cuando la calle Sébastien Botin pasó a ser Gaston Gallimard por ser ésta la sede de la famosa editorial desde hace décadas y muy cerca de allí a nadie indignó que una esquinita de Saint–Germain–des–Près lleve el nombre de Jean–Paul Sartre y Simone de Beauvoir, pareja que le dio celebridad mundial al barrio.

En España, las nuevas alcaldesas, provenientes de la izquierda, han aplicado la ley de la memoria histórica promulgada por Zapatero y están eliminando los últimos vestigios franquistas del callejero de Madrid y Barcelona. Habrá unos pocos nostálgicos enojados y otros más, quizá muchos, prefieran el olvido contra la memoria, pero nadie pidió ser consultado, sabedores de que la mayoría de los diputados (los suyos y los otros) aprobó esa ley en 2007. Consultas como las nuestras atrofian e inhiben el poder de la autoridad, nulifican la representatividad del voto ciudadano y venden como democracia a su negación.

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