Como lo sabrá bien el lector de prensa internacional, la gran coalición que gobierna Alemania, compuesta por demócrata cristianos (derecha) y socialdemócratas (izquierda), estuvo a punto de romperse hace días cuando éstos últimos, en alianza con la oposición (los verdes y la extrema izquierda más 75 conservadores disidentes), rompieron su compromiso previo, con la CDU de Merkel, de no llevar el asunto a la cámara e hicieron aprobar en el parlamento federal, el matrimonio homosexual y el subsecuente derecho a la adopción infantil por parte de estas parejas.

Contrariando a sus convicciones, la canciller prefirió, en primer término, dejar el voto ante esa ley a la libertad de conciencia de sus diputados, manteniendo así la coalición con los socialdemócratas. De lo contrario, hubiera precipitado una crisis de gobierno despidiendo, en plena campaña preelectoral, a los ministros de izquierda. A riesgo de parecer ridículo comparando a la que probablemente sea la democracia más avanzada del planeta con México, creo que el episodio arroja algo de luz sobre nuestro asunto de las alianzas electorales y las coaliciones de gobierno.

Alianzas y coaliciones son comunes en todas las democracias, ya como recurrente mal menor o en calidad de virtuosas muestras de unidad nacional. En 2000 hubiese sido muy votada una alianza con el PRD “para sacar al PRI del Palacio Nacional”, como rezaba la propaganda, pero los foxistas la calcularon innecesaria, confiando, con éxito, en el arrastre de su candidato. En sí, las alianzas no son inmorales y creerlas de ese carácter, al combinar ideologías antagónicas, es no entender la topografía de lo real levantada por Maquiavelo. Se trata de posponer diferencias —como lo han hecho los alemanes— y colocar sobre la mesa acuerdos mínimos pero indispensables.

Dado que por fortuna no están a discusión el Estado laico y sus libertades, la llamada “agenda de la diversidad” del PRD bien podría pasar a segundo plano y el PAN, en contraparte, mirar hacia otro lado cuando se hablaba de aborto (lo hacía Reagan, por ejemplo). Mucho más complicado sería acordar el programa económico, basado en las reformas estructurales, pues los socialdemócratas del PRD, que los hay, nunca han abandonado el estatismo, como en su momento lo hicieron laboristas y socialistas, en Europa. No lo hicieron por miedo, antier, a que el pío fantasma del general Cárdenas les jalara la pata en una mala noche y ayer, por pavor a López Obrador, cuyo autocrático nacionalismo lo comparten la mayoría de los perredistas y todos los morenistas.

Es improbable que la derecha gane en solitario las elecciones de 2018 y si el PRD se extingue será por haber preferido, desde la caída del muro de Berlín, el caudillismo a la modernización. Su última oportunidad es aliarse con el PAN, como subordinado (las encuestas mandan) y presentar un urgente programa democrático contra la delincuencia criminal y contra la corrupción institucional, el par de asuntos más angustiosos para la ciudadanía.

Acordar un programa mínimo bien podemos hacerlo hasta los mexicanos. El candidato es otro problema, que por ahora me salto, porque lo curioso de este proyecto es que, como ya lo dijeron otros comentaristas, es bizco. Apunta a desintegrar la moribunda Restauración priísta pero en realidad es un frente contra López Obrador. Es arduo —y mucho menos si se hace desde la debilidad— combatir a dos adversarios al mismo tiempo. Sin segunda vuelta contra Morena, es hora de que el PAN y el PRD digan la verdad: se trata de un frente contra una amenaza de ruptura populista del orden democrático. Y entonces la pregunta es por qué el PRI (nuestra originalísima aberración) no está invitado. Dirán que porque son genéticamente corruptos, ellos los impolutos, avecinados sus jefes en Miami y en Atlanta, quién sabe con qué dinero. Sí, sin duda eso son los priístas (y también son otras cosas, no tan malas, de las que es políticamente incorrecto hablar), pero, como decía Don Corleone, ten a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca. Existen, trabajosamente cincelados, pero existen, los mecanismos para cortarle las uñas a los corruptos de todos los partidos. Con su Inmaculada Alteza como presidente esos mecanismos desaparecerían o, en el mejor de los casos, quedarían a su iluminado arbitrio.

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