Fui de las primeros escritores locales en conocer a Mario Bellatin cuando hace veinte años regresó a México. Y digo que regresó pues nació accidentalmente en la Ciudad de México en 1960 para volver casi de inmediato, con sus padres, al Perú, país donde creció. Fui también uno de quienes le recomendó que asumiese oficialmente esa nacionalidad mexicana a la cual tenía pleno derecho aunque un escritor de su naturaleza, traducido a varios idiomas con éxito persistente, no necesita de otra patria que la de su lengua. Velozmente, ante la sorpresa de muchos y la envidia de otros, Mario se convirtió, también, en un prolífico escritor mexicano y en un original educador de escritores, con iniciativas pedagógicas audaces. Traía consigo Salón de belleza, novela inicialmente publicada en México por El Equilibrista antes que cayese en manos de Tusquets Editores, que a fines de los años noventa, cuando la reconquista cultural española parecía la panacea, abrió aquí una filial, ofreciendo a los escritores mexicanos contratos leoninos que algunos firmaron ya fuese por ingenuidad o por necesidad económica.

Este libro, Salón de belleza, es un relato conmovedor y cruel sobre las enfermedades terminales y los pudrideros donde quienes las padecen terminan sus vidas. Es una obra maestra del fin de siglo hispanoamericano y el punto de arranque de una de las obras más vastas y provocadoras de nuestra literatura contemporánea, la de Bellatin, que dicho sea de paso, también ha escrito libros que deploro por razones irrelevantes en este momento.

Hoy se trata de defender a un autor que no tiene otro amor que la literatura, de la ineptitud de los gerentes locales de una trasnacional (grupo Planeta), que se presenta como el sexto de uno de los conglomerados editoriales más poderosos del mundo, el cual puso a circular, contra la voluntad del autor, una edición dizque conmemorativa de Salón de belleza, sirviéndose de un incompleto borrador autocrítico pues Bellatin forma parte de los autores para quienes la reescritura de la propia obra sólo termina con la muerte del autor. Ese borrador, que circula en calidad de adefesio en nuestras librerías, fue desautorizado una y otra vez por Bellatin, de manera pública y privada, utilizando, sobre todo, las redes sociales. En el lío, tal parece, que el ex agente literario de Bellatin, personaje de dudosa fama pública, metió su cuchara.

Todo indica que Bellatin ganará la batalla. Triunfará legalmente, porque tiene la razón jurídica y buenos abogados y triunfará moralmente aun cuando, hasta este momento, la editorial amenaza con proseguir el caso por la vía penal, acusando al narrador por calumnias. Debo decir, para no dar una visión parcial o sesgada de los hechos, que antes de hablar por teléfono con Bellatin y de escribir esta nota, me comuniqué por correo electrónico con Martín Solares, el todavía director editorial de Tusquets en México, para pedirle su versión de los hechos y exponerla junto con la del autor de Salón de belleza. Solares me respondió escuetamente que me daría la información cuando la tuviera…

Esta adulteración y piratería, de inexplicable naturaleza autodestructiva, sólo enlodará a la firma Tusquets, uno de los sellos insignia de la edición española de los años de oro. El caso tiene interés para los historiadores de la edición, pues nos regresa a los tiempos anteriores a la Convención de Berna de 1886, cuando los escritores vivían como esclavos en las galeras de las imprentas, sometidos a contratos de por vida, y la adulteración de sus obras era derecho de pernada del editor, del traductor o del director de escena, si de teatro se trataba.

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