A vuelapluma, parecen escasos los entrecruzamientos entre resiliencia y tecnología. Quizá no. Largo unas ideas, dos prestadas, el resto propias.

De Boris Cyrulnik, psiquiatra francés, uno de los padres de la resiliencia: “La vergüenza del siglo XX fueron las guerras mundiales y los genocidios; genocidio armenio, genocidio judío, genocidio ruandés y otros. Son consecuencia de las tecnologías, las guerras mundiales han sido terribles por culpa de la tecnología. El problema del siglo XXI va a ser la sumisión a las máquinas”.

De Jean-Michel Jarre, uno de los padres de la música electrónica, quien recientemente presentó su último disco con la ayuda de Edward Snowden, el ex analista de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional estadounidense), en donde expresa sus dudas sobre el futuro de los humanos y las bondades del progreso tecnológico. Jarre: “Siempre pasa lo mismo. No aprendemos. Cuando aparecieron los coches nos emocionamos; cuando apareció la televisión, lo mismo. No fue hasta mucho más tarde cuando nos dimos cuenta de que cada avance tecnológico trae consigo un lado oscuro. Pero nos negamos a verlo”.

La suma de Cyrulnik y Jarre inquieta. La tecnología, desde “la invención” del fuego y las llantas, hasta los brillantes descubrimientos de las últimas décadas, siempre ha obsesionado al ser humano. Desde lo que llamaré “tecnología embrionaria”, remos, telas, cuchillos, hasta el denodado crecimiento de la “tecnología imprescindible” para la vida, celulares, métodos electrónicos de espionaje, robótica médica, el ser humano ha apostado al conocimiento para generar tecnología. Cyrulnik y Jarre denuncian la intromisión de las tecnologías en las vidas de los seres humanos y predicen modificaciones en nuestra esencia.

En lugar de usar y usufructuar la tecnología, la lógica se ha invertido: la tecnología dicta, manda. El embrollo es crítico: quienes han nacido bajo la égida de la tecnología crecen y piensan de acuerdo a sus dictados. No conocen otras vías, no cuentan con otros instrumentos para juzgar la realidad. Y no sólo no cuentan con ellos, sino que no se les enseñan. Escuchar, acompañar, dirimir, cotejar son valores natos del ser humano, no de la tecnología. Sin esos espacios el futuro del ser humano será “el de la sumisión del hombre a la máquina”.

Para los nativos de la era tecnológica la frase previa es hueca. Para quienes advierten el deterioro de la Tierra por el uso inadecuado y sin la mínima mirada hacia el futuro de nuestra casa la advertencia es clara: la máquina subsume al ser humano tanto en lo material como en lo espiritual. Usar y no pensar. No pensar y usar. Da lo mismo.

Contraponer los oprobios de la tecnología es ingente. Aunque son magras las esperanzas, no denunciar y no proponer significa complicidad. La sumisión de cualquier tipo denota uno de los grandes fracasos de la humanidad. La sumisión de quienes tienen Voz y posibilidad de efectuar cambios alarma. Menoscabar el poder, incluyendo la podredumbre política, la avaricia empresarial y la diosa tecnología, es urgente. El cambio debe iniciarse en casa y continuar en la escuela primaria.

Deben subsanarse las enfermedades que asolan al mundo. Modificar los planes de estudio desde la primaria es una vía. Figuras presenciales que compartan sus experiencias en vivo son tan, o más importantes, que la enseñanza de las materias tradicionales. Escuchar, mirar y conversar, cuando niños, con seres humanos cuyas vivencias ilustran lo que sucede en otros sitios equivale a una cátedra presencial cuyos legados no compiten con la aritmética ni la geografía, más bien la complementan.

Personas que han sufrido vejaciones, migrantes, madres de migrantes, enfermos graves que han sanado, médicos sin frontera, Las Patronas, ex drogadictos, semaforistas —personas que sobreviven en los semáforos como consecuencia de los hurtos desmedidos de políticos—, madres de desaparecidos y un largo etcétera, representantes de las nunca bien apreciadas Escuela de la resiliencia y Escuela del dolor —las cursivas son mías— podrían modificar la versión oficial del mundo que impera en los niños de clases medias y altas.

Acercar la realidad es indispensable. Los innominados maestros de las escuelas mencionadas podrían coadyuvar, durante la educación básica, con los profesionales tradicionales. La suma de ambos es necesaria. Disecar el mundo contemporáneo desde las bondades y oprobios de la tecnología, y a partir de la otra realidad, la del mundo enfermo, es el reto.

Notas insomnes. Las voces de Cyrulnik, Jarre y Snowden alertan: vislumbrar el futuro sin modificar el presente presagia malos tiempos.

Médico

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