“Hace un año, un atroz ataque terrorista sacudió una ciudad, un país, y el corazón de la Unión Europea. (…) Nunca más”.

Este miércoles en Bruselas las instituciones comunitarias, con el Parlamento Europeo a la cabeza, recordaban así a las víctimas de hace un año de los ataques terroristas en el metro y el aeropuerto de la considerada capital europea. Casualidad o no, en Londres un ataque solitario que ha dejado cinco víctimas mortales, y decenas de personas heridas, algunas de gravedad, catalogado por las autoridades como terrorista, hace que nos preguntemos: ¿nunca más?

Es complicado intentar hacer un análisis con tan poca información disponible. Sin embargo, es pertinente destacar dónde se ha llevado el ataque.

A diferencia de los ataques en Bruselas de hace un año; los de Niza, París y Berlín del año pasado; los ataques en el propio Londres en julio de 2005 (durante los cuales estallaron tres bombas en el metro) e incluso los de la estación madrileña de Atocha (que cumplieron 13 años de acontecidos este mes), los hechos ocurridos este 22 de marzo en la capital británica apuntan a un símbolo de la democracia de ese país: el Palacio de Westminster, sede del Parlamento.

En este sentido, es necesario evitar los estereotipos raciales y de apariencia, si bien las autoridades han identificado al agresor y todos los indicios apuntan a la inspiración fundamentalista religiosa. No obstante, existen también dos elementos a considerar: ciudadano británico y condenado por delitos varios aunque nunca por terrorismo.

Por lo tanto, lo que se puede formular como hipótesis es que este ataque ha sido la expresión de un desencanto y oposición a un sistema que en la lógica de muchos de estos “lobos solitarios” perpetua la falta de oportunidades y deja como única salida el radicalismo. Un día después despertamos con otro evento similar, aunque frustrado, en Amberes (Países Bajos) que comparte los mismos elementos. Pero como ejemplo en el otro extremo del radicalismo puede encontrarse el asesinato de la diputada británica laborista Jo Cox, a manos de un terrorista de extrema derecha ocurrido en junio del año pasado.

La presencia del terrorismo en Europa no es nueva, pero ésta se ha complejizado respecto a la diversificación de las motivaciones subyacentes en estos ataques (). Las amenazas en la Unión Europea han pasado de la coordinación de grupos inspirados en el fanatismo a conjuntarse con la actuación solitaria de individuos nacidos y crecidos en una UE cada vez más cuestionada con valores e ideales bajo fuego por parte de todos los extremos.

Es por ello que si se pretende hacer realidad el “nunca más” frente a los ataques terroristas no basta sólo con el proceso de securitización policial o militar. Porque este proceso sólo refuerza el argumento del debate, por cierto nada nuevo, entre seguridad y libertad: “Para estar más seguros hay que renunciar a la libertad”. Un argumento que se torna falso cuando ampliamos la cosmovisión y pasamos a descubrir que colectivamente, como humanidad, no estamos más seguros. Y no, la causa de la inseguridad no es sólo el extremismo asesino.

Es necesario cambiar la criminalización de sectores de la población por un enfoque de seguridad humana que abarque todos los ámbitos subyacentes al descontento y descomposición social/colectiva para afrontar de manera eficaz los factores: pobreza, exclusión, racismo, ultranacionalismo, criminalización, guerras, intolerancia sumada a la ignorancia, entre otros, que en los últimos tiempos han contribuido a la radicalización y captación de quienes piensan que el terror es una solución.

Internacionalista y especialista en
Integración Europea
agarciag@comunidad.unam.mx

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