Tanto en su Taller de Escritura como en sus clases de Poesía y Crónica Hispanoamericana, José Emilio Pacheco era, sobre todo, un profesor atento a la forma. Su clase sobre el alejandrino según Darío y según Borges era un proeza: tres horas tan divertidas e intensas revolviendo diez o 12 versos, que se pasaban como un capítulo de Star Wars. La más espectacular de todas sus clases era la de “La Duquesa de Job”. La lección consistía, por supuesto, en un discurso sobre la invención de la prosodia modernista, pero, sobre todo, una disertación sobre la geografía de la ciudad de México en la etapa temprana del Porfiriato y un tratado sobre la vida cotidiana en tiempos del Modernismo. Su cátedra sobre “Suave Patria” era su único momento nacionalista revolucionario: una demostración, palabra por palabra, sobre por qué López Velarde era mejor que Lugones —que le caía mal— y la verdadera piedra de fundación de la posmodernidad poética hispanoamericana.

Mi único desacuerdo con José Emilio en los cinco años en que fue mi maestro vino de ese poema: él pensaba que en el verso: “Suave patria, alacena y pajarera”, “pajarera” es un adjetivo —como en “llena de pájaros”— y yo sigo convencido de que es un sustantivo que se refiere a la riqueza musical del país, como “alacena” se refiere a la multitud de sus granos. Esto no importaría en lo más mínimo si no definiera un rasgo esencial del magisterio de JEP: podía defender durante una hora dónde estaba una cisura poco clara —hablando de las de Darío, que son alucinantes, no de las de Borges, que son académicas— y alargar el estudio de un texto hasta la siguiente clase si algún impertinente le metía el pie: con lo de “pajarera” me hostigó por semanas dentro y fuera de clase.

Lo que le interesaba a José Emilio era encontrar la rajada en la que un hecho en el mundo se transforma en sustancia para la especulación literaria, un hecho con consecuencias morales en las que nadie ha pensado antes. El hallazgo de esos hechos, esos datos inútiles que al final terminaban siendo constitutivos de su escritura, venía de una curiosidad lectora única y una memoria prodigiosa. JEP pertenecía al género que puede citar números de página de memoria. Era, y creo que nadie se atrevería a discutirlo, el amo absoluto, el dueño universal, el artista máximo del dato inútil.

Aquí algunos datos inútiles que aprendí de él y que me parecen indispensables:

1. El Ché Guevara era sobrino de Amado Nervo. (Cierto)

2. Porfirio Díaz era un hombre escueto, poco dado al ingenio retórico. Nunca dijo su frase más célebre: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. (Cierto)

3. El cerebro de Rubén Darío era diminuto y pesaba como el de un niño. (Cierto)

4. Bernardo Reyes fue el primer editor de Ariel fuera de Uruguay (cierto) y sometió al apache Gerónimo en el Cañón de los Embudos en Sonora para entregarlo a los Estados Unidos. (Falso, fue el general Crook; Reyes estaba en Nuevo León en ese momento.)

5. “Chilango” viene de “Huachinango” y “gringo” de “griego”. (Cierto)

6. Sor Juana era genial pero no era ninguna santa: tenía esclavas y cuando menos en una ocasión vendió a uno de los hijos de una de ellas y se quedó con el dinero, lo cual es una conducta cuando menos dudosa para una esposa de Cristo. (Cierto)

7. El imperio Austrohúngaro se acabó, sobre todo, por una racha de mala suerte de la casa Habsburgo-Lorraine. (Estrictamente cierto)

8. A Neruda le gustaban las mujeres de pies grandes. (No confirmado)

9. Henry Kissinger es un cerdo. (Cierto)

10. El “huesito” en la “Suave Patria” es el tobillo y no el cóxis (cierto) y “Pajarera” es un adjetivo. (No confirmado)

Tal vez lo que de verdad enseñaba José Emilio era cómo contar una historia con estro y fundamento, cómo calar en la consciencia de los demás poniendo en el centro a otro. Su pasión por los datos inútiles estaba en el corazón mismo de su magisterio como narrador: el dato inútil es la crema del conocimiento, el sitio en que lo histórico se convierte en una experiencia interior; las enzimas de la Historia: el aditamento que nos permite digerir los grandes paisajes para encontrar lo que daña en ellos, lo que señala lo chico en lo inmenso.

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