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Lo que he visto estos meses en la política española es intransigencia, obstinación, egoísmo, insolidaridad; pero también, corrupción, impunidad, despotismo, arrogancia, soberbia. Hay muchos epítetos para calificar la política de este mi querido país, que es España.
Y es que cuando estamos casi a finales de marzo, cuando nos asomamos a la Semana Santa, los españoles tenemos nuestro propio calvario. Porque en el calvario va la penitencia. Durante años hemos cometido el pecado de condescender, de mirar para otro lado. Todos, de una manera u otra, llegábamos a final de mes, vivíamos apalancados en el Estado del bienestar; y poco nos importaban las arrogancias o las corruptelas políticas.
Y lo que es inadmisible también es que, tras tres meses de las elecciones generales, aún no tenemos un gobierno. Y es inadmisible porque tanto el Partido Socialista como el Partido Popular no ceden en sus posturas. Los dos quieren mandar, cueste lo que cueste; incluso por encima de los propios españoles.
Y esto de mandar debe de ser muy atractivo. Eso de que uno pida A y le den todo el abecedario debe ser lo suficientemente goloso como para que nadie quiera dejar la silla del poder.
Y así nos acostamos y nos levantamos todos los días desde hace tres meses, con un gobierno en funciones de Mariano Rajoy maniatado y sin capacidad de maniobra mientras vemos el pobre espectáculo de unos líderes políticos que se pelean como niños aplicando el “tú más”, como si se tratara de un matrimonio mal avenido.
El único que ha infundido sensatez en todo este teatro de lo absurdo —que parece incluso una caricatura del propio Eugenio Ionesco—, es el rey. Felipe VI es, desde que comenzó su reinado hace dos años, el único político de este, nuestro querido país, que tiene una visión cosmogónica, global del Estado y de sus instituciones.
Pero como la maledicencia y la necedad son como la gripe —que se contagian a gran velocidad—, existe una campaña de acoso y derribo contra la monarquía. Y no es algo nuevo. Ya en el último lustro de Don Juan Carlos esas voces maledicentes de ciertos mentideros de la capital y otros lares, buscaron la caída de la monarquía.
Y querido lector, ¿qué quiere que le diga?, que me parece un despropósito. Felipe VI es el único que hace posible que el desgobierno se convierta en gobierno, que vigila sin opinar —eso sí—, a las instituciones, y los líderes y los partidos políticos y los sindicatos; y a todos los llama al orden.
Es cierto que no tiene capacidad de ejecución, pero sí la suficiente fuerza moral como para reconducir la situación. Porque deje que le diga, querido lector, que si esto no lo remedian nos vamos a ir directos a una repetición de elecciones generales para el próximo 26 de junio.
Como los resultados sean parecidos a los de diciembre volveremos a la situación del principio. Ese escenario es factible. Si hay posibilidad de que algún partido gane con una mayoría, se cruzarán las vacaciones estivales. No será sino hasta el otoño cuando ese nuevo Ejecutivo comience con sus primeras líneas de actuación.
La conclusión es que habremos perdido un año, con las consecuencias económicas que acarrearía. Pero ¡qué más da! La cosa es no moverse del poder en España.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto