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Se trataba del penúltimo acto de Artur Mas antes de dejar correr su cabeza como el mártir de la política.
El suspenso se mantuvo hasta el último segundo y cuando parecía que el tiempo había sucumbido sobre el propio tiempo, Artur Mas, enfundado en su coraza soberanista, ofreció su cabeza para que la independencia de Cataluña siguiera su curso, es decir, un viaje a ninguna parte.
Nombró con el dedo que no deja mentir más que a la traición y la propia mentira enmascarada de falsa verdad, a su delfín, a su ignoto Carles Puigdemont. Este personaje fue presidente municipal de Gerona, valedor del independentismo, depositario de esa gran mentira convertida en verdad a base de repetir una y otra vez que los españoles son los invasores como si se tratara de alienígenas venidos de esa lejana galaxia llamada España.
Mas y su cruzada, como el rey Arturo en la búsqueda del Santo Grial, en forma de senyera nombró a Puigdemont como su hijo pródigo, su alumno más aventajado, para que le sucediera en ese camino a un callejón sin salida que sólo puede causar dolor a todos.
Pero daba igual. Artur Mas pretende pasar a los libros incunables, modernos y digitales de la Historia como el creador del Estado catalán.
Por eso, como buen megalómano, no hizo película ni libros que lo atestiguaran. Sin embargo dejó la semilla del independentismo anacrónico como si fueran gotas de agua que caen persistentes.
Ahora nos encontramos con una ruta hacia la independencia mucho más elaborada que antes. El nuevo presidente catalán Puigdemont le ha dado a Mas el privilegio de ser su embajador oficioso para contar al mundo la propuesta separatista de Cataluña.
A estos reyes del cómic, personajes de salón, soldados virtuales, les importan poco o nada las decisiones del Tribunal Constitucional. El Alto Tribunal dijo, hace algo más de un mes, que cualquiera que instigue un proceso independentista se topará con la ley, incluso con la cárcel.
Hace muy pocos días el nuevo presidente catalán manifestó que crearía el Banco Central catalán. Solamente este hecho sería motivo suficiente como para su inhabilitación o incluso una condena penal. La pregunta es quién es el que pone el collar a ese perro. El presidente Mariano Rajoy, que es quien realmente puede hacerlo a través de los mecanismos legales del Estado, le convertiría en un sayón de cara a todos los independentistas catalanes. Haría de la víctima una leyenda. Sería peor el remedio que la enfermedad.
Hay tan sólo un año y medio para frenar esta vesania. Si no se para a tiempo tendrán que hacerlo con métodos coercitivos y la violencia es un callejón sin salida, como dijo Sartre. Ocurrió en la antigua Yugoslavia. Claro, eran tiempos muy distintos, y han pasado ya 30 años.
Hoy Europa es mucho más fuerte. No creo que a Merkel, a Hollande o a Cameron, les interese la separación de Cataluña del Reino de España; entre otros motivos porque muchos países europeos tienen, de una manera latente, el mismo problema. Si no, que se lo pregunten a los corsos, a los sardos en Italia o a los irlandeses o escoceses.
Pero Artur Mas vive en la nube del Olimpo nacionalista. Quiere convertirse en un Luis Companys o un Josep Tarradellas. Lo que no entiende es que al final de los sueños uno también se despierta a menos que el sueño sea para siempre jamás.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto