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Con París y las amenazas que el Daesh está lanzando a Occidente y medio, nos hemos olvidado de la memoria del olvido de los refugiados sirios. Y no sólo de ellos. También de cientos de miles de personas de África que mueren en una barcaza en el Mediterráneo dejando su vilipendio con los estafadores que les prometieron el maná europeo.
Prefieren morir en la postrera esperanza por llegar al “Nuevo Mundo” que morir de hambre. Porque con sólo un hálito de esperanza, su ropa ajironada y descalzos, muchos deambulan por medio continente negro para morir entre militares, extorsionadores o felonías del mar.
Tan sólo un dato. En lo que va de este año, 2 mil 300 personas, la mayoría niños, han muerto en el Mediterráneo cuando querían conquistar España, Italia, Malta o Grecia.
Pero su empeño es tan firme como su voluntad. De hecho 292 mil inmigrantes o refugiados han conseguido llegar a Europa por el Mediterráneo.
Pero en Europa nuestro ombligo es el centro del Universo. Nos pensamos los mejores por el abrevadero jurídico y cultural que poseemos. Pero eso no nos hace mejores; más bien al contrario porque no hemos sabido aprehender todo el peso intelectual de nuestra Historia del Viejo Continente.
En Europa convivimos algo más 300 millones de personas y 160 mil refugiados sirios con rostros de pánico y de desesperación, piden árnica para que les dejemos pasar. Lo están haciendo desde el verano. Huyen de una guerra que no es de ellos; una guerra que no les corresponde; una guerra donde no son más que víctimas de la inmoralidad de los intereses y estrategias de las macro potencias. Y ellos no tienen culpa de nada, al contrario. Están pagando la factura de la fiesta de los poderosos.
Ante la indiferencia y el despropósito, 160 mil sirios buscan el calor humano en Europa. ¿Qué se encuentran? Unas puertas cerradas a cal y canto, dejándoles pasar a cuenta gotas, mientras ya están muriendo de frío e inanición.
Y esto ocurre en Europa, en la gran Europa, en esa Europa de la separación de poderes y de la Revolución Francesa y de la Democracia griega, y de la primera Declaración de los Derechos del Hombre allá por 1789, y de la “Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Se trata, del cinismo europeo al que aborrezco como ser humano.
Es verdad que muchos refugiados sirios podrían mirar para los Emiratos Árabes y Qatar y Bahréin, y los Estados ricos del Golfo. Tienen muchas más concomitancias con ellos que con nosotros. Sin embargo, tengo mis serias dudas de que “sus hermanos” les ayudaran. No olvidemos que son los hermanos pobres.
Sin embargo, hay países solidarios como Jordania que acoge, desde hace muchos años, a más de seis millones de palestinos que no han podido volver por la obstinación hebrea.
El caso de Turquía y sus más de 2 millones de refugiados sirios, es distinto. Viven hacinados en condiciones infrahumanas en Hakkari o en poblaciones después de Diyarbakır —capital oficiosa kurda de Turquía—. El trato es inhumano pero eso sí, el corazón de Europa es tan inconmensurable que le damos miles de millones de euros al presidente turco Recep Tayyip Erdogan para quitarnos el muerto de encima. Le damos la lana para que los tenga bien controlados y no perjudiquen a la inmaculada Europa. Claro que Erdogan juega en todas las ligas para sacar réditos de todos lados.
Tras los atentados de Daesh en París, además de las víctimas de Francia, quedan las otras, los cientos de miles de sirios que buscan un refugio en Europa que no van a tener; ni ellos, ni el resto de refugiados africanos que pierden todo salvo la esperanza.
alberto.pelaezmontejos@gmail.com
Twitter @pelaez_alberto