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La relación entre Fidel Castro y la izquierda mexicana fue tan paradójica como la Revolución Cubana hecha régimen. Empezó con una fascinación que rozó la idolatría por su encarnación del Ariel socialista, siguió con la decepción que provocó su cercanía con los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional y terminó en el desconcierto de la anacronía.
Castro y nuestras izquierdas vivieron inmersos en sentimientos encontrados. Si hubo un quid pro quo entre el castrismo y el priísmo —el apoyo diplomático a cambio del no apoyo a la guerrilla en México, la legitimación de un presidente por ayuda económica— hubo un desencanto de la izquierda social. Pero la admiración al héroe revolucionario mantuvo el mito en la izquierda partidista. Y es que, pese a todo, el político pragmático no logró borrar del todo la imagen del guerrillero idealista y, cuando comenzó a desvanecerla, tuvo a la mano el respaldo icónico del Che Guevara, siempre presto a salvar una causa noble.
Fidel fue tan contradictorio como el siglo XX. La suya fue la vida y obra de esa centuria de Abraxas, mitad luz y mitad sombra, mitad vida y mitad muerte, mitad liberación y mitad sojuzgamiento. La izquierda democrática mexicana no pudo colocar, por un lado, el arrojo y la dignidad del líder de la pequeña isla que enfrentó al gigante yanqui y, por otro, la precariedad y la falta de libertades a la que condenó a sus compatriotas, y menos acertó a escindir los avances en salud, educación y deporte de los retrocesos en derechos humanos. En el fondo prevaleció el pasmo. ¿Cómo juzgar al hombre que derrotó a una dictadura para encarnar una autocracia, al que resistió valientemente los embates de la superpotencia y no fue capaz de vencer la inercia de un modelo caduco? Entre los marxistas incondicionales y los liberales descalificadores quedó, a fin de cuentas, un amago de socialdemocracia que se encogió de hombros.
Aunque Fidel Castro fue para unos un encantador de serpientes y para otros una serpiente encantadora, la inmensa mayoría se quedó solo con el encanto o con el reptil. Su enorme capacidad para obnubilar mentes, a favor o en contra, fue tan ostensible como dañina. Yo sigo sin comprender lo mismo la dificultad de sus detractores para aceptar que con escasísimos recursos puso a Cuba a la vanguardia latinoamericana en el ámbito de la salud, en el educativo y en el deportivo, que la renuencia de sus seguidores a admitir que en el terreno de las garantías individuales y de la democracia —occidental, liberal, burguesa o como quieran llamarle a la democracia realmente existente— frenó el progreso de su país. El castrismo es alfabetismo y escolaridad, medallas de oro, médicos y hospitales que hacen mucho con muy poco, y es también pensamiento único, presos políticos, ausencia de pluralismo y de libertad de expresión. ¿Por qué no decimos ambas cosas? ¿No podemos ver tanto la oscuridad externa que representan el bloqueo y Guantánamo como las tinieblas que surgen adentro junto al balsero y al disidente cuyos derechos humanos son violados? ¿Tenemos que escoger, tenemos que ser selectivamente ciegos? ¿No podemos concebir claroscuros?
Bien a bien, nuestra izquierda nunca supo qué hacer con Castro. De hecho, nadie en México lo supo, a excepción de dos minorías: quienes lo erigieron en deidad y quienes lo satanizaron. ¿Merece crucifixión decir acerca de él que en términos de los derechos del hombre fue un hombre sin derecho a la absolución? ¿Hay suficiente leña verde para el que se atreva a decir en torno a su muerte que el mejor homenaje que se le puede hacer a un gran hombre es decir que fue grande sin dejar de ser hombre? Ese es el legado de Fidel: la templanza del luchador revolucionario y la obcecación del poderoso conservador, sus ideales petrificados en dogmas y el espaldarazo tardío de la historia a su solitaria oposición al neoliberalismo.
Adiós, comandante, trate de descansar en paz. Hago votos por que Cuba pueda dar, sin mermar su independencia, un doble viraje: moverse hacia una economía equidistante del estatismo y el laissez faire imperante y abrirse a la inclusión como en su momento hizo Mandela. Yo, sin embargo, no dejaré de lamentar que no lo haya hecho usted, aunque sólo hubiera sido para dejar de obnubilar a la gente y para ser encumbrado por tirios y troyanos.
Ex presidente nacional del PRD
@abasave