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Texto: Andrea Ahedo / Foto: Óscar León Jiménez
Edali Murillo, de 26 años, vive en dos estados marcados por la escasez de agua. En la Ciudad de México, donde nació, hay delegaciones en las que sus habitantes esperan a la pipa en la calle para llevar algunos litros del líquido a sus casas. Y en Chiapas, donde trabaja, es testigo de cómo los niños y niñas de comunidades indígenas se enferman por beber refresco, ya que no tienen acceso a agua potable.
Desde que cursaba la carrera de diseño industrial en la UNAM, Edali se interesó por dar soluciones a la problemática del agua en México, por eso creó una lavadora que no necesita un gramo de detergente para limpiar ropa; y actualmente colabora con una fundación que acerca agua limpia a las escuelas del sur del país.
En México están nueve de las 43 entidades que más desperdician agua en el mundo, de acuerdo con un estudio del año pasado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. La Ciudad de México despilfarra el 40% del agua por su infraestructura vieja y en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, se escapa hasta el 70%.
“Mi sueño es que México entienda cómo funcionan los ciclos de la naturaleza, donde no existe la basura y no comprometan los recursos de los que disponemos”, dice Edali.
Desde que era pequeña, a Edali le enseñaron en la escuela cómo aprovechar los recursos naturales; además, era una niña creativa, que disfrutaba el tiempo libre dibujando y tomando clases de piano. Esas dos habilidades la encaminaron para estudiar diseño industrial, una carrera en la que sus estudiantes usan la imaginación para crear productos que mejoran la calidad de vida de la gente.
Al principio, Edali deseaba crear productos para niños, pero al tomar la clase de diseño y medio ambiente sus objetivos profesionales cambiaron. Para su tesis colaboró con unos amigos en el diseño de un purificador de agua para las casas. Su investigación duró un año y medio, tiempo en el que visitaron colonias con escasez de agua en la CDMX. En esas prácticas Edali fue testigo de las largas filas que hacían los vecinos con sus cubetas para recolectar agua y notó que el líquido que les llegaba a cuentagotas era de mala calidad. Al platicar con ellos se dio cuenta que esa experiencia los obligó a comprender que debían cuidar los recursos.
Cuando Edali le contó a sus padres sobre el purificador, ellos le ayudaron: “¡Les debo todo! Mi padre, ingeniero civil, despertó en mí el interés por las actividades creativas y sabe además sobre problemas sociales, económicos y medioambientales del país; y mi madre es odontóloga, gracias a ella aprendí respecto a los problemas de salud”.
Lavadora sin detergente
Después del purificador, Edali comenzó un nuevo diseño: una lavadora llamada ÖKO3 que no necesita usar detergentes. Su plan inicial fue inscribir ese concepto en un concurso internacional de diseño. Como trabajaba durante el día, Edali pasó seis meses investigando y haciendo sus prototipos por las noches.
Su padre, José Daniel Murillo, también la apoyó, la llevó a comprar sus materiales, cartulinas y contenedores para hacer sus pruebas. Pero a pesar de su esfuerzo la joven no ganó. Después supo que uno de los patrocinadores principales del concurso era uno de los mayores vendedores de detergente en el mundo.
La lavadora de Edali funciona con gas de ozono, usado frecuentemente para desinfectar agua, superficies y atmósferas. Su madre, Pompeya Gómez, le explicó los beneficios, ya que lo usa en su consultorio médico para desinfectar instrumental.
Edali compró un ozonizador por 2 mil 500 pesos a un maestro de la universidad. Con el aparato comenzó a desinfectar agua, frutas y verduras. Así, un día se preguntó si ese sistema, pero con mayor potencia, podría sustituir a una lavadora que suele ocupar una familia de la ciudad. Según el informe intercensal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el 69% de los hogares mexicanos tiene una lavadora, automática o semiautomática.
Lo primero que hizo Murillo para saber si seguir o no con su proyecto fue hacer pruebas con pedazos de tela manchados de salsas, y al ver que sí funcionaba, contactó a una profesora de la Facultad de Arquitectura para que la guiara en el proceso. “Pensé en sus ventajas: el tiempo, que no requiere enjuague, el ahorro de detergente y evitar que se hagan tantas descargas de agua con jabón al drenaje que, finalmente, va a dar a los ríos y crea más problemas”.
ÖKO3 fue diseñada para emplear sólo 30 litros de agua por ciclo, es decir, sólo el 36% de lo que necesitan las normales. El tiempo de lavado es de 15 minutos; lo que tarda el ozono en desinfectar y reducir la estática de la ropa, por lo que también elimina el uso de suavizantes. Además, tiene una cubeta que la almacena para reutilizarla en limpiar o echarle agua al inodoro.
Meses después de conocer los resultados del concurso en el que no fue premiada, supo de otro: la Octava edición de la Bienal de Diseño organizado en 2015 por la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes, para el que tuvo tiempo de reforzar la presentación de su lavadora. Sorpresivamente para su familia, quienes creen que parte de los concursos están amañados, fue ganadora del tercer lugar.
Su reconocimiento la llevó a los portales de noticias a principios de 2016: “me llamaron de la UNAM y sacaron una nota en La Gaceta”.
Cientos de personas comenzaron a escribirle a través de redes sociales, le preguntaban dónde podían comprar su lavadora porque son conscientes del desperdicio de agua que hacen a diario y quieren revertir la situación.
Conmovida, Edali confiesa que no puede responderles a todos, porque son demasiados, pero a los que sí les contesta les dice que la lavadora aún es un prototipo y que no está a la venta pues necesita “mejoras, quiero, por ejemplo, sacar pruebas para el tiempo de exposición, que tenga mejor programación para el tipo de lavado y que sólo use el ozono necesario”.
Aunque el concepto aún no existe en los aparadores de los centros comerciales, Edali dice que piensa perfeccionar la lavadora durante una maestría en Alemania.
Edali, la joven que rescata el agua
Agua para las comunidades indígenas
Al poco tiempo, Edali recibió una invitación para colaborar con la Fundación Cántaro Azul, cuya misión es mejorar la salud de niños de las comunidades rurales que no tienen acceso a agua limpia, lo que ocasiona enfermedades gastrointestinales y el 50% de la malnutrición infantil, según la Secretaría de Salud.
Cántaro Azul y sus integrantes hacen posible que 6 mil niños de 68 escuelas de Chiapas y Oaxaca puedan beber agua potable. Les instalan sistemas de captación de agua de lluvia en las escuelas y en cada tinaco, garrafón y pared les explican el proceso en su lengua natal.
En Los Altos de Chiapas, el 70% de los habitantes son indígenas. Ahí viven el 69% del total de la población tzotzil en todo el país y una tercera parte de los tzeltales, de acuerdo con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Sin embargo, tienen un alto nivel de marginación. En los municipios hay altas tasas de fecundidad y mortalidad infantil: En Chanal y Santiago el Pinar cada mujer tiene más de cuatro hijos; y en Aldama y Chalchihuitán, 50 niños menores de 1 año mueren por cada mil nacidos.
Al principio, admite, no quería dejar su vida en la CDMX y mudarse a Chiapas; pero cambió de opinión cuando conoció el proyecto de cerca. “Nos dieron un recorrido por las comunidades para visitar los sistemas. Yo iba maravillada del paisaje mágico. Hay neblina y los personajes de la comunidad aparecen a un lado de la carretera con su vestimenta tradicional. Sientes que entras a otro mundo”, cuenta Edali.
Durante la visita de bienvenida Edali platicaba con otros compañeros de la organización, tomaba fotos de las mujeres que tejen afuera de sus casas y saludaba a los niños que les gritaban por la calle. Esa visita cambió su decisión, la hizo aceptar colaborar con Cántaro.
Ahora, viaja regularmente a las comunidades para mejorar el proyecto y conocer las necesidades de la población. Para ir a la oficina de Cántaro, Edali camina hasta el centro de San Cristóbal de las Casas, luego toma un camión y llega a su destino en 15 minutos. El ambiente de trabajo, asegura, es diferente a una oficina común. Colabora con traductores de tsotsil y tzeltal, quienes la ayudan a entender a los niños y a las familias de comunidades indígenas.
Antes de hacer una instalación el equipo viaja al lugar y conoce su cultura. Allí todos son bien recibidos: “Recuerdo un día que fuimos una comunidad donde sólo había pastizales, no teníamos dónde comer y una señora de una tienda nos dijo que por 20 pesos nos ofrecía desayuno. Pensé que sería algo sencillo, pero ella y su hija nos recibieron a la mesa con quesadillas y otros platillos mientras hacían tortillas a mano”.
El trato es similar en la mayoría de las comunidades. Cuando los integrantes de Cántaro se quedan a dormir en las escuelas, las familias les llevan comida para pasar la noche. “Interactuamos con los niños, les hacemos preguntas y realizamos actividades. Es padre estar con ellos porque son muy curiosos. Los niños de la comunidad son muy inquietos, te preguntan todo ‘cómo te llamas, de dónde vienes’. Estar allá es muy distinto a lo que estoy acostumbrada, tienen otra forma de ver las cosas”.
El trabajo que hace Edali consiste en lograr que los niños entiendan cómo se purifica el agua de lluvia. Por eso, les han instalado una serie de juegos en el patio: afuera de los kioskos, donde están los tinacos, hay una fuente pequeña que los niños activan cuando usan una bicicleta. Durante los recreos los niños salen corriendo, se turnan para subir a ella y hacer brotar el agua. También hay paneles musicales con metalófonos, palos de lluvia e instrumentos musicales para que los niños entiendan que pueden invocar a la lluvia con música para tener agua en sus salones.
Convivir con las comunidades ha sido un aprendizaje para Edali, pues “ellos tienen la visión del futuro porque revalorizan los recursos, hacen buen manejo de ellos y respetan el medio ambiente, el que nos provee de todo”.