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Texto: Xochiketzalli Rosas y Gamaliel Valderrama
Fotos actuales: Alejandra Leyva
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
Parado frente al enorme edificio y sus descomunales puertas, el pequeño Raúl, de apenas ocho años de edad, solo pudo sentir un temor que le congeló el cuerpo. Él y su hermano estaban a un paso de ser internos de “El Hospicio”. No eran huérfanos, pero su mamá no tenía los medios suficientes para mantenerlos, era madre soltera y además de los varones tenía una hija más pequeña.
A casi 70 años de aquel día, el recuerdo sigue fresco en su memoria. Don Raúl permanece en silencio por unos segundos. Su mirada se desvía un poco, se nota que evoca aquel momento cuando por primera vez estuvo parado frente a la imponente construcción. Sus ojos se humedecen. Se contiene. Respira y responde animoso: “entrar al hospicio fue duro”.
El señor Raúl Guzmán rememora a “El Hospicio” no como un lugar tétrico, sino “bonito, con jardines y fuentes hermosas”; sin embargo, el llanto surgió cuando la madre de los hermanos Guzmán salió del internado. “Mi mamá nos dijo ‘ahorita vengo’. Lloramos cuando se fue. Los prefectos nos consolaron, no decían: ‘el sábado o domingo su mamá va a venir por ustedes, los va a llevar a su casa. No lloren, luego va a venir, ahorita se fue a trabajar’”.
A finales de los años 40 del siglo pasado, los hermanos Guzmán ingresaron al internado ubicado sobre la calzada San Antonio Abad y Viaducto Río de la Piedad, donde hoy se levantan un centro de salud, una escuela primaria y el Cuartel General de Guardias Presidenciales. Raúl tenía ocho años y su hermano mayor sólo le llevaba un año. Ambos vivieron cerca de ocho años en la institución, de los cuales, dice Raúl, “los primeros años sí fueron duros. Después uno se fue acostumbrando al ritmo de vida”.
El señor Guzmán explica que la dureza se debía a que “los niños más grandes se aprovechaban de los chamacos. Te decían, ¿qué traes? Si llevabas algo bueno te lo quitaban. Traías un buen cinturón, te lo arrebataban. Te vas adaptando, hasta que eres más grande y ya no te dejabas, pero cada trancazo que te tocaba, te tenías que defender, porque te agarraban de barco”.
Vista aérea del Hospicio, donde se pueden observar todos los edificios que conformaban al complejo arquitectónico que tardaron cinco años en construir. Crédito: Libro Nostalgia por mi barrio.
Esta residencia a la que llegaron los hermanos Guzmán nació de los ideales de progreso del entonces presidente Porfirio Díaz, cuando emprendió una serie de cambios no solo de infraestructura en todo el país, sino también a nivel social; por eso la renovación del Hospicio de Pobres representó uno de sus grandes logros en este rubro y en favor de los desamparados.
El antiguo Hospicio de Pobres era una institución que existía desde 1774, la cual había surgido, de acuerdo con información de la publicación El Mundo Ilustrado, a la “vista de las conmovedoras escenas que presentaban los niños desheredados y huérfanos”. Por ese motivo se ideó la construcción de una casa que fuera el asilo de los desamparados. El edificio donde se instaló este hospicio se ubicó desde entonces en Avenida Juárez, esquina con Balderas en lo que hoy conocemos como el Centro de la Ciudad de México.
Sin embargo, las exigencias de la época volvieron insuficiente a este local. Así, en septiembre de 1900 el general Díaz decidió que se edificara un nuevo edificio, pero ahora en lo que en ese entonces eran las afueras de la ciudad. El nuevo complejo se ubicaría, hasta la década de los 60, en lo que hoy es Tlalpan y Viaducto, a tres kilómetros de la Ciudad de México, y sería un hospicio moderno, con todos los adelantos educacionales y arquitectónicos. Los encargados de la edificación fueron los ingenieros Roberto Gayol y Mateo Plowes.
El nuevo Hospicio de Pobres —también conocido como Hospicio de Niños— se convirtió así en uno de los 14 establecimientos que la Beneficencia Pública del entonces Distrito Federal tuvo a su cargo y en el que se impartía caridad a más de seis mil asilados, según refiere información de El Mundo Ilustrado.
De acuerdo con expedientes del acervo de la Beneficencia Pública, alojados en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, cada semana el director de obras del nuevo Hospicio, durante la construcción del nuevo complejo, escribía un reporte con la relación de los trabajos ejecutados; especificaba las tareas de los ayudantes, vigilantes, peones, herreros y carpinteros. Esto con la finalidad de dejar constancia de los avances de la obra.
En el reporte correspondiente a julio de 1904, a poco más de un año de la inauguración, se informaba de la edificación de los arcos y paredes del hermoso vestíbulo, así como en los corredores del edificio de la administración y de actos públicos, y del patio frente al edificio principal.
El antiguo Hospicio para Niños Pobres en una fotografía captada por Guillermo Kahlo. Este conjunto se encontraba en la Calzada San Antonio Abad, muy cerca del Río de la Piedad, ahora es Viaducto. Crédito imagen: Colección Ricardo B. Salinas Pliego / Fomento Cultural Grupo Salinas.
Así, la nueva residencia se dividió en diversos departamentos, siempre separados los pabellones de los niños y las niñas, incluso cada uno contaba con su propia escuela. La de las niñas era de dos pisos con una capacidad para 300 alumnas para la impartición de los talleres y las clases de dactilografía, modas, canto, entre otras.
El edificio de la Escuela de Niñas, ubicado dentro del complejo del Hospicio de la Calzada San Antonio Abad, en una fotografía de los años veinte. El conjunto perduró hasta los años sesenta en que fue demolido casi en su totalidad.
En el pabellón de niñas había 12 dormitorios con 50 camas cada uno. Eran habitaciones amplias y bien ventiladas, medían 40 metros de largo por cinco de ancho; mientras que las ventanas se colocaron cada tres metros y daban al jardín.
Aspecto de uno de los salones de la escuela de niños asilados del Hospicio de Pobres de la Calzada San Antonio Abad, momentos antes de su inauguración el 17 se septiembre de 1905. Crédito imagen: “El Mundo Ilustrado”.
Por su parte, el comedor de niños se construyó con capacidad para 400 asilados —el de niñas para 600—; ambos espacios se comunican con la cocina por medio de pasillos donde se ubicaron los lavabos. Precisamente en la cocina se instalaron brillantes estufas metálicas en las que podían prepararse alimentos para mil 200 personas.
En la parte posterior del edificio se encontraban 40 lavaderos y los talleres para almidonar, planchar y repasar la ropa; cerca el asoleadero que se adecuó con piso de cemento. Los baños tenían gabinetes para vestirse, estanques de agua templada y una buena instalación de duchas y regaderas.
De esta manera, el edificio estilo francés —que ocupó una superficie de cuatro hectáreas y media y costó un millón 300 mil pesos—, tardó en quedar listo cinco años.
Fue el 17 de septiembre de 1905 cuando ocurrió la solemne inauguración del nuevo hospicio. Todos los invitados fueron conducidos en trenes especiales que salieron de la Plaza de la Constitución, lugar desde donde despachaba Porfirio Díaz.
La infancia de los niños desamparados
Minutos antes de las 10 de la mañana de aquel día, Díaz, acompañado del vicepresidente y de los ministros de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra; de Hacienda y Crédito Público, José Ives Limantour; de Guerra y Marina, Gral. Manuel González Cosío; de Comunicaciones y Obras Públicas, Leandro Fernández, y de Fomento y Colonización, Ing. Blas Escontría, arribó a presenciar la imagen final de su obras.
Las niñas del nuevo hospicio llegaron un día antes de la inauguración. Los niños llegaron después de la ceremonia, ya que no hubo forma de transportarlos. Y su antiguo hogar, el viejo hospicio fue demolido.
La primera generación de niñas asiladas del Hospicio de Pobres es captado junto con su maestra en uno de los pabellones del conjunto arquitectónico. El comedor de niñas tenía capacidad para atender a 600 de ellas, mientras el de niños, para 400. La sección de mujeres tenía 12 dormitorios y 50 camas para cada uno, con enormes ventanales que daban a los patios.
La crónica del evento, publicada en El Mundo Ilustrado, refiere que bajo un lujoso dosel de terciopelo sobre una plataforma se instaló Díaz, rodeado de sus secretarios de Estado, y en el resto del salón aguardó la numerosa y selecta concurrencia.
Los adornos estaban conformados de grupos de flores y guías de festón. El programa de la inauguración arrancó con una pieza musical que ejecutó la banda de Policía; después llegaron los discursos, que fueron interrumpidos a cada momento por los delirantes aplausos, Plowes informó en su participación sobre los sistemas de construcción seguidos en la obra.
El presidente declaró que el nuevo hospicio quedaba inaugurado, se leyó el acta que firmaron la mayor parte de los concurrentes. Concluida la ceremonia, Porfirio Díaz y su séquito recorrieron el lugar durante dos horas.
La multitud se abre paso para que el fotógrafo capte el momento exacto en que el Gral. Porfirio Díaz y el Vicepresidente Ramón Corral entren al Hospicio de Pobres, poco antes de la ceremonia de inauguración y el habitual recorrido por las instalaciones del complejo arquitectónico el 17 de septiembre de 1905. Crédito: “El Mundo Ilustrado”.
De acuerdo con las órdenes de admisión expedidas para el Hospicio de niños desde la inauguración del nuevo edificio, del 23 de octubre de 1905 al 12 de diciembre del mismo año, el nuevo hospicio recibió 51 niños, de los cuales 19 eran niñas. Cifra que se triplicó en seis meses, pues en el periodo del 4 de enero al 2 de junio de 1906 habían ingresado 174 infantes.
“Se inaugura con el nombre de Hospicio para niños Expósitos; precisamente ese nombre porque eran niños, inicialmente, abandonados, expuestos al medio, de quienes incluso que no sabe de dónde proceden, y por eso les ponen el apellido de Expósito; por ejemplo, Juan Expósito, porque eran infantes que ingresaban sin nombre, sin antecedentes”, narra en entrevista con EL UNIVERSAL el cronista del grupo Tultenco, Héctor Mancilla.
Y es que precisamente la palabra expósito significa: “Niño o niña que ha sido abandonado por sus padres de recién nacido y ha sido criado en un hospicio”.
Vista a la largo de Hospicio, desde el edificio central hacia lo que hoy es Calzada de Tlalpan.
No obstante, cuando creció la ciudad y la comunidad alrededor de este recinto, y con ésta la demanda de escuelas, el hospicio abrió sus puertas para que la comunidad asistiera a sus aulas.
Asimismo, se empezó ampliar el servicio para otro tipo de menores, no sólo huérfanos, también a niños que sus mamás no los podían atender y los llevaban de medios internos o de internos, o que requerían los servicios temporales del lugar.
Así lo registra la historia de Aurora Alva Galindo. De acuerdo con su expediente de alumna, esta niña —en ese entonces de nueve años de edad— ingresó al hospicio el 12 de noviembre de 1907, luego que siete días antes, el 5 de noviembre, el director del Hospital Juárez solicitara por orden del juez 2 de instrucción que se le aceptara en el hospicio porque no tenía lugar dónde quedarse o alguien que pudiera cuidarla, pues su madre María Galindo se encontraba hospitalizada. Fue aceptada el 8 de noviembre con la indicación de permanecer ahí hasta que su madre fuera dada de alta. Su expediente no tiene el registro de su salida.
En el Hospicio, en un principio asistían varones y mujeres, y había una cantidad pequeña de párvulos (infantes de dos a cuatro años de edad). Los niños permanecían hasta los 12 años, posteriormente pasaban a escuelas técnicas, una de ellas era la Rafael Dondé, para que aprendieron un oficio. Y las niñas aprendían bordado, cocina, costura, a veces se quedaban hasta los 24 años de edad.
Es en la década de 1930, que la Beneficencia Pública decreta que el Hospicio de Niños cambie a Casa del Niño y después modificó su nombre a Internado Nacional Infantil #71. Y ya no se alojaban niñas, sino solamente varones. Y asimismo lo corrobora la infancia de don Raúl, pues cuando él ingresó al Hospicio a principios de la década de los 50 ya no vio a ninguna niña.
La construcción sería un hospicio moderno, con todos los adelantos educacionales y arquitectónicos. En la imagen se aprecia un extenso patio flanqueado por edificios de dos pisos y grandes ventanas. Crédito imagen: “El Mundo Ilustrado”.
Don Raúl conserva una fotografía donde aparecen su hermano, un compañero y él, al reverso de la imagen se logra leer “Recuerdo del Internado 5° Año”, de la postal –que le vendió en un peso un maestro que se dedicaba a sacar fotos– recuerda inmediatamente cómo era la vestimenta reglamentaria en la institución: “pantalón de peto, camisa, calzones, botas y nada más”. Al instante llega a su memoria que los cepillos de dientes los guardaban en la bolsa delantera del pantalón, ubicada en el pecho, “como no había donde ponerlos, siempre los llevábamos con nosotros. Te tenías que poner abusado, porque si lo perdías ya no tenías con qué lavarte los dientes, más que con los dedos”.
De izquierda a derecha, compañero de los hermanos Guzmán, al centro hincado se encuentra don Raúl y de pie su hermano. Los tres niños llevan el uniforme reglamentario del internado. Foto: Gamaliel Valderrama.
La fotografía fue tomada por uno de sus profesores en el internado. El retrato recuerda el señor Raúl, le costó un peso, misma cantidad que le daba su mamá como mesada semanal. Foto: Gamaliel Valderrama.
Los días de los hermanos Guzmán y de los niños del internado comenzaban a las 5 de la mañana. “Cuando nos levantábamos cada quien tendía su cama. Había comisiones para hacer el aseo, agarrabas la jerga, la escoba y a barrer los pasillos del dormitorio y otros a trapear, mientras todos los demás se quedaban al fondo para que no estorbaran”.
Después de la limpieza, los muchachos se bañaban “con agua fría”. Una vez acicalados venía el desayuno, que duraba una hora y generalmente consistía de “frijoles, un bolillo y café con leche”. Ya con el estómago lleno, seguían las clases “que duraban hasta las 2 de la tarde”.
Luego de terminar su horario escolar, don Raúl recuerda que los formaban para ir al comedor, donde los alimentaban con “lentejas, papas, caldo de olla, frijolitos y agua natural”. Después de ingerir los alimentos “nos dejaban salir a jugar. No faltaba quien tuviera una pelota y la sacaba para jugar futbol, frontón, basquetbol, había un espacio grandísimo”.
La cena, dice el señor Guzmán, “era como a las 6 de la tarde, nos daban un bolillo y atole. Después de las 7 de la noche nos hacían ir a los dormitorios, y a las 8 era toque de queda, como le decíamos. Sonaba un clarín con el toque de silencio y, ahora sí, todos a dormir. Después de eso ya nadie se levantaba, había empleados que nos vigilaban”.
Pero los vigilantes no eran lo único que impedía que los jóvenes vagaran de noche por “El Hospicio”, pues según don Raúl se contaba “que por la enfermería se aparecía un perro negro. Nos entraba miedo, estábamos chamacos. Daba terror pasar por ahí, porque todo estaba oscuro. Lo único que estaba iluminado eran los baños, y estos estaban al fondo de los cuartos. Había dos filas de camas y al final estaban los baños, ahí sí había luz”.
Don Raúl muestra la foto que le tomó su profesor en los años en que estuvo en el Hospicio junto a su hermano.
Pero no toda la actividad se desarrollaba al interior de “El Hospicio”, los fines de semana se les permitía salir a los internos, siempre y cuando un familiar fuera por ellos, pero si eran huérfanos tenían que ser mayores para salir de paseo y regresar.
Uno a uno, los recuerdos de aquellos momentos comienzan a fluir de la memoria del señor Raúl: “nos íbamos a Chapultepec, a las chinampas, acá a la vuelta estaba el río de la Piedad, formábamos unos columpios en los árboles y nos balanceábamos sobre el río. En la Viaducto-Piedad eran puros llanos desiertos, entonces nos íbamos ahí a jugar entre las milpas o las hierbas. Cortábamos unas barras grandotas de girasoles y ahí estamos jugando”.
“Cuando llegaba la hora de comer nos dejaban entrar al internado, pero ya no podíamos salir, hacíamos maña y nos saltábamos la barda. Todos los muchachos andábamos en la calle, por allá en San Cosme, por el Cine Colonial, El Cairo, El Real, El Nacional, El Atlas, Estrella, y nos dejaban entrar, le preguntábamos al de la puerta: ¿nos dejas entrar?, el encargado aceptaba, ‘súbanse, pero no hagan ruido, ni tiren basura’, nos decía. También fuimos al Lírico, al Follies (Teatro Garibaldi), a ese tipo de teatros, y nos dejaban entrar hasta las galerías. Subíamos hasta la parte más alta”.
Pero cuando se portaban mal durante la semana, el castigo restringía las salidas y además les eran confiscados los pantalones, recuerda el señor Guzmán. Sin embargo, estar en ropa interior no detenía a los voluntariosos muchachos para disfrutar de un fin de semana de cine y teatro gratis. “Para que no te quedaras sin salir, nos brincábamos la barda en puro calzoncillo, y como éramos varios, unos ocho muchachos en ropa interior, pues decíamos: una cosa natural”.
En alguna escapada, don Raúl cuenta que en el teatro Lírico pudieron ver gratis “a Tin Tan, Pedro Infante, Jorge Negrete y a los Churrumbeles de España”. La entrada gratuita la conseguían mostrando sus calzones, pues estos tenía la marca del Internado Nacional, el encargado de la puerta les tenía consideración, relata el señor Raúl: “‘¡Ah!, son del internado. Pásenle, pásenle, pero no hagan ruido’, y nos dejaban pasar. Nos quedábamos hasta que terminaba la última función, eran las dos de la mañana. Nos íbamos a caminar, pero ya no íbamos para la escuela, ya era muy noche. Nos quedamos por la Lagunilla, donde había unas alcantarillas grandísimas y salía vaporcito, ahí nos dormíamos”.
Las escapadas nunca fueron descubiertas, afirma el señor Guzmán. “Fíjate que no se daban cuenta. Nosotros llegábamos temprano y nos metíamos a desayunar, como si nada hubiera pasado”.
El recuerdo de lo que fue el antiguo Hospicio de Pobres quedó para siempre plasmado en la cinta mexicana: “Dos huerfanitas”, protagonizada por las actrices infantiles Evita Muñoz “Chachita” y María Eugenia Llamas “La Tucita”, quienes escapan del “Orfanatorio Municipal” al descolgarse por una de las ventanas usando unas sábanas entrelazadas.
El hospicio funcionó por varias décadas, modificando su orientación para convertirse en la Escuela Amiga de la Obrera, y desde principios de la década de los años noventa, hasta la fecha, en la Escuela de Participación Social N°6.
Apenas quedó nada del gran palacio
El edificio y predio iniciales sufrieron mutilaciones que lo redujeron. La más importante fue durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz en 1964 para dar cabida a la construcción del cuartel militar destinado a las Guardias Presidenciales, para lo cual fue demolida la mayor parte del conjunto.
En lo que fueran los jardines frontales se construyó el Centro de Salud José María Rodríguez. La parte del inmueble que quedó en pie es ocupada por la escuela antes referida.
Fachada de unos de los dos edificios que se conservan del antiguo Hospicio, hoy en día son ocupados por la escuela Participación Social N°6. Estos edificios se pueden observar sobre la calle de José Toribio Medina, la cual la fue abierta tras la demolición del hospicio.
El 11 de julio de 1963 el diario EL GRÁFICO daba a conocer la que para muchos fue una triste noticia: “Desaparece el Conjunto de Edificios de ‘El Hospicio’”, recitaba el cabezal de la nota.
Una toma aérea de mediados de los años sesenta en la que se aprecia el trébol del Viaducto Miguel Alemán rumbo al Aeropuerto capitalino. Del lado izquierdo se alcanza a ver la conclusión de las obras para demoler el antiguo Hospicio de Pobres y lo poco que quedó de aquel enorme conjunto arquitectónico de la colonia Asturias. Crédito: D.D.F.
Una toma del trébol del Viaducto, la Calzada de Tlalpan y la Calzada San Antonio Abad alrededor de 1967. Entre otros detalles, se aprecia el tranvía en donde un par de años más tarde correría la línea 2 del Metro. Del lado izquierdo se alcanza a ver la destrucción del antiguo Hospicio de Pobres.
Aquel majestuoso palacio que Porfirio Díaz había ordenado edificar moría con un poco más de medio siglo de existencia. Los dos edificios principales: el de niñas y el de varoncitos, incluidas las construcciones donde habitaban el director y los empleados principales, tenían marcada la sentencia de muerte con el aviso oficial de que aquel establecimiento sería demolido.
Lo más lamentable era que aquel destino era inevitable: los viejos caserones estaban en las ruinas, viniéndose abajo por los estragos del tiempo y el abandono.
La nota en la que se anunciaba el destino del Hospicio refería que el vasto predio pasaría a depender de la Secretaría de la Defensa, por eso ahí se construyó el cuartel de los Guardias Presidenciales.
Incluso la nota de EL GRÁFICO refería que en los últimos años de este hospicio se había enfrentado a los atracos y despojos: “Diariamente salen de allí automóviles abarrotados de víveres de lo mejor, que se restan a la alimentación que la Secretaría de Salubridad destina a los chicos asilados. Todo mundo conoce cómo desaparecieron muebles y hasta azulejos del internado de niñas, cuando se suprimió”, se puede leer en la nota.
Y aunque en un inició se desconocía dónde seguirían funcionando las escuelas: secundaria y primaria impartían educación a los chicos internos, una de estas instituciones permanece en la actualidad y es la que conserva el único edificio que sobrevivió del gran complejo.
Fachada del centro de salud que ahora está en parte de los terrenos donde estuvo el hospicio.
Los hermanos Guzmán estuvieron internados por cerca de ocho años, Raúl salió cuando cumplió los 16 años, había concluido su educación primaria. Tuvo la oportunidad de asistir al internado Rafael Dondé; sin embargo, decidió no hacerlo “porque no le gustaba ese colegio”, a su salida ya lo esperaba un trabajo en una fábrica de bolsas de plástico.
Don Raúl tuvo diversas ocupaciones, pero nunca abandonó del todo la escuela, estudió la secundaria, después se graduó de una Vocacional y se licenció como contador público –misma profesión que tiene su hermano– en la Escuela Superior de Comercio y Administración del IPN.
Aunque abandonó “El Hospicio”, estuvo ligado a éste durante varios años más, pues con sus excompañeros del internado formó un equipo de futbol que duró 15 años, se llamaba “Juventus”, recuerda. “Sin mentirte eran unos 20 compañeros, era un equipo bien formado”. Sin embargo, con el tiempo les perdió la pista a todos.
Varios años después de haber abandonado el internado, cuando don Raúl se enteró que su antigua casa se convertiría en lo que ahora es el Cuartel General de Guardias Presidenciales y vio en ruinas el internado, no pudo más que sentir una profunda nostalgia y tristeza por el viejo palacio porfiriano que le dio cobijo durante su niñez.
Fotos antiguas:
Colección Villasana-Torres.
Fuentes:
Publicación de El Mundo ilustrado de 1905; publicación Reseña histórico-descriptiva del antiguo Hospicio de México de Martiniano T. Alfaro, 1906; Libro 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976, Tomo 5, p. 1286; entrevista con el cronista Héctor Mancilla; entrevista con Raúl Guzmán. EL UNIVERSAL GRÁFICO.