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Texto y fotografía actual: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Diseño web:
Miguel Ángel Garnica
A finales de la década de los 50 del siglo XX, la Ciudad de México se enfrentaba a cambios propios de la modernidad: sobrepoblación, falta de servicios públicos, pérdidas de zonas de cultivo y problemas de salubridad por el mal uso de los ríos y canales que corrían por la capital.
Las autoridades en turno se encargaron de idear proyectos que los ayudaran a combatir algunas de estas problemáticas; una de ellas fue el entubamiento de los cuerpos de agua, que desde años atrás empezaban a significar focos de infección ya que la gente los ocupaba como sanitarios, basureros o lavaderos.
Aunado a esto, la urbe no contaba con sistemas de drenaje funcionales, lo que la convertía en un canal inmenso en épocas de lluvia poniendo a prueba la creatividad de los citadinos para atravesar las calles y, a la vez, carecía de una red que le facilitara proveer agua potable a sus habitantes. Por lo tanto la inseparable relación entre el agua y la historia de la ciudad, tuvo que modificarse y adecuarse a las necesidades de la sociedad.
En los años 40 la capital sufría, aún más que hoy, la temporada de lluvias. Es difícil imaginarlo, pero tanto los ríos como los canales que la integraban se desbordaban con la sorpresiva intensidad de los también llamados “aguaceros”. Había inundaciones y encharcamientos al por mayor, generando pérdidas materiales en los habitantes.
El drenaje de los años 40
A inicios de la década de los cincuenta, hubo una inundación extraordinaria que fue descrita en la “Revista de la Semana” de EL UNIVERSAL de la siguiente manera:
“La semana pasada, la más abundante precipitación pluvial de los últimos 15 años (12 cm por hora), según los pluviómetros del Observatorio Meteorológico de Tacubaya, inundó de agua y lodo dos terceras partes de la Ciudad de México. Las consecuencias de este alud sobre la metrópoli mexicana, que no tiene defensa para resistir los fenómenos naturales, fueron desastrosas y funestas. Al finalizar la semana se habían recogido 5 muertos y numerosos heridos, y se había hecho un cálculo aproximado de algunos millones de pesos por pérdidas de muebles, utensilios de casa, productos alimenticios, medicinas y otros objetos… Las zonas más afectadas fueron las colonias Cuauhtémoc, Condesa, Hipódromo, Escandón, Tacubaya, Roma Sur, Del Valle y Narvarte recibieron toda el agua que por los cruceros de Medellín y Monterrey salió mezclada con la piedra y lodo, hubo lugares inmediatos al río donde el agua alcanzó alturas hasta de 3 m y arrastró automóviles y casas.”
Inundación de la colonia Narvarte en 1952. Colección Villasana-Torres.
Al ser una problemática recurrente, las autoridades tomaron medidas al respecto y planearon un sistema de drenaje y captación de agua que fuese funcional para todos los que vivían en la urbe. De pronto, varias máquinas se apoderaron de diversos tramos de la ciudad, dando inicio la construcción tanto de tuberías subterráneas como de presas generadoras de electricidad.
Uno de los problemas que significaba tener toda la infraestructura dentro de la capital era que el peso facilitaba el hundimiento del subsuelo, lo que ya no podía ocurrir porque la mancha urbana se extendía cada vez más. Por lo tanto, el nuevo sistema de drenaje requirió generar conexiones con diferentes municipios del Estado de México para que se pudiera aprovechar de manera óptima la fuerza de los canales al momento de desaguarlos.
El D.D.F. emprendió la construcción de plantas bombeo y añadió a las preexistentes mecanismos para que sirvieran como generadoras de energía eléctrica. La suma de este esfuerzo y la construcción de nuevos colectores ayudó a que las inundaciones fueras menos recurrentes.
El “Interceptor del Poniente del Valle de México” fue uno de los proyectos más importantes desarrollados entre los años cincuenta y sesenta. Partía del Río de la Magdalena en Villa Obregón para terminar en el Río de los Remedios (Estado de México) y formaba parte de un sistema que captaba el agua de la lluvia y “además de recibir aguas negras de la zona poniente del D.F. recoge las corrientes de doce ríos que desembocan en él. Todos los caudales que conduce se desalojan por gravedad, lo que evita el bombeo de un gran volumen de aguas negras y pluviales.”, explicaba el D.D.F.
En su primera etapa el Interceptor del Poniente del Valle de México consistió en un conducto de cuatro metros de diámetro, diecisiete kilómetros de longitud y el entubamiento de cuatro kilómetros de canal. Colección Villasa-Torres / D.D.F.
En cuanto al agua como servicio público, las autoridades tuvieron la titánica tarea de hacer toda una red que cambiara el hecho de que sólo el 50% de la población -de 1952- contara con el servicio de agua potable domiciliado. Los demás tenían que ser abastecidos por hidrantes públicos o pipas de agua -que en algunas delegaciones siguen fungiendo como principal red de suministro del líquido-.
“Tanto para disminuir la intensidad del hundimiento cuanto para resolver las necesidades una población en rápido crecimiento, se formuló un programa para el abastecimiento de agua potable de fuentes localizadas fuera (...) de la Ciudad de México”, informaba del D.D.F.
Los principales sistemas de abastecimiento que se construyeron fueron el de Chiconautla, Chimalhuacán-El Peñón y Tláhuac-Chalco. Catorce años después el 86% de la población -que en ese entonces estaba cerca de los seis millones- contaba con el servicio a domicilio. Este servicio obligaba al gobierno a asegurarse de que el agua estuviera libre de microbios o bacterias que pudieran afectar a las miles de familias que estaban por consumirla.
Uno de los problemas que son parte inherente de ambos sistemas -drenaje y tratamiento de agua- es que en algún momento, ciertas partes de la gran extensión de tuberías lleguen a colapsar y por ende producir ciertas fallas, como fugas de agua.
Postal de una planta de tratamiento de agua en los años sesenta, cuya infraestructura estaba hecha para dos funciones: potabilizar el vital líquido y también para distribuirla para regar áreas verdes, como el Bosque de Chapultepec o los campos de Ciudad Deportiva. Colección Villasa - Torres / D.D.F.
“El primer gran cambio ocurrió durante el siglo XVI, cuando con grandes esfuerzos, la ciudad lacustre original fue lentamente desecada y transformada en una ciudad española de diseño reticular.” Así justificó el D.D.F. la iniciativa de entubar los ríos que para mediados del siglo pasado seguían siendo parte de la vida de la ciudad.
El entubamiento de estos ríos
Como lo hemos explicado, no fue una decisión tomada a la ligera y tampoco le quitó el encanto al panorama citadino. Lo cierto es que los cuerpos de agua tenían un mal uso y si hoy en día el olor de un riachuelo contaminado es desagradable, no podemos imaginar cómo hubiera sido en gran escala.
El proceso de entubamiento de ríos fue paulatino, dio inicio a finales de los años 40 y concluyó casi 40 años después. Se trabajó por secciones y dio empleo a decenas de compatriotas. Según el D.D.F. este proceso trajo como consecuencia el saneamiento de zonas urbanas y permitió que sobre ellos se construyeran amplias avenidas que siguen siendo parte del nuevo sistema vial de la ciudad, que ayudaron a acortar distancias y tiempos de traslado.
Por ello se considera que este proceso fue un cambio radical para la fisonomía de la capital, el primer punto que cambió fue el de Río Consulado y Calzada de Guadalupe, devinieron Churubusco, La Magdalena, San Ángel, Tequilazco, Barranca del Muerto, Mixcoac, La Piedad, Becerra, Tacubaya, San Joaquín y Miramontes.
Registro fotográfico del Río Consulado y Calzada de Guadalupe durante el proceso de entubamiento. Colección Villasana-Torres.
En 2006, Angélica Simón escribía para esta casa editorial un artículo relacionado con este tema y entrevistó al entonces director ejecutivo de Planeación y Construcción del Sistema de Aguas de la Ciudad de México, Juan Carlos Guahsh y Saunders, quien decía que “la hidrografía de la Ciudad de México se puede estudiar en la Guía Roji”.
Los ríos en el siglo XX
A pesar del gran esfuerzo por hacer que el sistema fuese funcional, la realidad actual del sistema de aguas es pésima. Somos más de 10 millones de personas habitando la zona metropolitana.
Jorge Legorreta, uno de los arquitectos más importantes que ha tenido el país, también habló con Angélica y le comentó que “a finales de la década de 1930, un arquitecto de nombre Carlos Contreras propuso por primera vez, edificar un anillo de circulación sobre los ríos Piedad, el río Consulado y la Verónica. (...) Fue el primero en vislumbrar la construcción del Viaducto, es decir, un ducto de agua negra y sobre él una vía para el transporte. Sin embargo, fue hasta 1952, cuando se concretó esta idea y se construyó el viaducto Miguel Alemán.”
Río de La Piedad durante los trabajos de entubamiento en su última sección. Colección Villasana-Torres.
Mapa de la Ciudad de México en los años sesenta, que representa los ríos que fueron entubados. Colección Villasana-Torres / D.D.F.
El fallecido arquitecto explicaba que esta medida fue funcional y económica para el gobierno, ya que en vez de invertir en descontaminar los canales y educar a la gente a cuidarlos, las autoridades tomaron “la salida fácil”. Los ríos pasaron de ser fuente de vida a drenajes de agua negra.
Desde ese entonces, diferentes sectores de la sociedad civil -desde académicos hasta grupos de ambientalistas- han escrito proyectos para revertir este hecho y poder disfrutar de los cuerpos de agua que corrían por la ciudad. En 2013, Rafael Montes escribía para EL UNIVERSAL el artículo “Rescate del Río Piedad: ¿es posible?”, en el que informaba sobre el proyecto de desentubación de los ríos Becerra y La Piedad -que corren por el Viaducto-, liderado por el arquitecto Elías Cattan.
En dicho proyecto se menciona que desentubar los ríos no sólo significaría que la ciudad tuviese un nuevo paisaje o una nueva zona de esparcimiento familiar -con ciclovías, parques- sino que también ayudaría a regenerar la zona boscosa al poniente de la capital y a mejorar las condiciones climáticas de la metrópoli.
Cattan explicó que a la par de estos beneficios, el proyecto tiene contemplado la construcción de plantas de bombeo para el tratamiento del agua y evitar así su desperdicio. Cuatro años después, las cosas no han cambiado y ambos ríos siguen su cauce entre concreto, acompañados por miles de automóviles que se dirigen del oriente al poniente y viceversa.
Por otra parte, el Río Magdalena es el último río considerado como “vivo” dentro de la ciudad. Cuenta con un cauce de 20 km y cruza cinco delegaciones, lamentablemente las condiciones en las que se encuentran no distan de las que tuvieron alguna vez los ríos Becerra, Consulado o Churubusco: registra grados de contaminación considerables propios del suelo por donde pasa, no hay un sistema eficiente de captación de agua y, al entrar en contacto con los habitantes de la capital en Los Dinamos, se llena de basura.
Esta condición hizo que el Gobierno del Distrito Federal se aliara con el Programa de Estudios de la Ciudad de México de la UNAM, para desarrollar el plan maestro para su rescate. Juan Tonda, científico de la UNAM, explicaba en un artículo que “el rescate del Río Magdalena no sólo permitirá un mejor aprovechamiento de las fuentes locales de agua para consumo humano, además va a estimular el regreso de aves a refugios urbanos, disminuirá las islas de calor —producto de la urbanización— y estimulará el desarrollo de áreas verdes. Todo ello sin contar con que la cooperación de la ciudadanía en proyectos ambientales favorece el turismo en los centros urbanos y promueve la cultura y educación, a través de la recuperación de espacios históricos y con la construcción de museos que favorezcan la preservación del ambiente”.
Sin embargo, este proyecto quedó trunco al igual que el del desentubamiento de los ríos en el Viaducto. En ambos casos, los líderes del proyecto dieron a conocer que el gobierno capitalino en turno (2006-2012) estaba sumamente interesado y dispuesto a trabajar con ellos, pero nada pasó. Mientras tanto el Río Magdalena se sigue desbordando en épocas de lluvia y la mayoría de las vialidades cuyo nombre empieza con “río” se encharcan ya que la capacidad de desagüe se ve rebasada, poniendo en riesgo las vidas y el patrimonio material de cientos de personas.
Hoy, de los ríos sólo conocemos el nombre y la idea de revertir el proceso de entubamiento es casi imposible. La cantidad de automóviles que literalmente navegan encima de las aguas -que suben y bajan al ritmo de los desniveles y puentes- con el cauce, hacen que las vialidades no sean suficientes e imaginarla sin ellas, muchas de ellas arterias principales, la haría colapsar.
Quizás podríamos permitirnos pensar que este proceso en el que se despojó a la ciudad de algo que había nacido con ella, nos enseñe a cuidarla y valorarla, para que no sólo conozcamos sus maravillas en anécdotas o libros de historia.
Fotografía antigua:
Colección Villasana-Torres.
Fuentes:
Libro “La Ciudad de México” Departamento del Distrito Federal 1952-1964. Artículo “Los ríos que ya no tenemos” de Angélica Simón; “En peligro, el único río vivo de la capital” de Yetlaneci Alcaraz; “Rescate del Río Piedad: ¿es posible?” de Rafael Montes; EL UNIVERSAL. Artículo “Al rescate del Río Magdalena” de Juan Tonda; Revista de Divulgación de la Ciencia UNAM.