Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez
Diseño Web: Miguel Ángel Garnica

La apertura de la Avenida 20 de Noviembre en el Centro Histórico, en los años 30, significó uno de los cambios más importantes para el primer cuadro capitalino, ya que no sólo transformó la perspectiva visual de la Plaza de la Constitución y los edificios que la rodean, sino también modificó la vida comercial, social y cultural de la ciudad.

En aquella época, el gobierno del entonces Distrito Federal justificó la construcción de la avenida bajo tres premisas: la primera era que beneficiaría a la ruta comercial que había en el Centro (misma que estaba siendo afectada por el congestionamiento vial); la segunda decía que era sumamente necesario una vialidad de estas características en el Centro y, por último, que ésta avenida embellecería a la ciudad, por lo que permitió la demoloción y reacomodo de inmuebles de más de cincuenta años de existencia.

Por otro lado, uno de los motivos que acompañaba de manera implícita a todas sus premisas era abrir nuevas rutas para el uso vehicular. Poco a poco el paisaje de la ciudad fue cambiando y muchas de las calles que se caracterizaban por ser estrechas o cerradas, fueron modificadas.

Como consecuencia natural de estas decisiones, la presencia de carros en el Centro se incrementó y, por ende, fue necesaria la creación de espacios para que sus propietarios –que iban desde comerciantes, empresarios hasta funcionarios públicos de la zona– los pudieran dejar. Una de las soluciones que implementó el gobierno fue que varios carriles alrededor de la Plaza de la Constitución fungieran como estacionamiento.

A los franeleros les pagaba el gobierno
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“Yo le acomodo su carro”

Fue así como en los linderos del Zócalo se empezaron a ver un par de personajes cuyas funciones trascenderían en el tiempo. Los acomodadores de autos, mejor conocidos por el mote de “viene-viene”, eran empleados del gobierno y contaban con un uniforme distintivo tal cual se ve en nuestra fotografía comparativa: traje completo y un sombrero muy parecido al de los policías de hoy en día.

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Ellos se encargaban de poner los automóviles en los carriles que estaban confinados para ser estacionamiento y no alterar la circulación del tránsito ni afectar al paso del tranvía. Como en ese entonces había fuentes en la Plaza de la Constitución, no tardaron en aparecer los lava-coches, quienes se abastecían del líquido en las fuentes y se sentaban a esperar que sus servicios fuesen solicitados frente a los autos, en compañía de una pequeña cubeta y una jerga o franela.

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A diferencia de los acomodadores, los lava-autos no iban uniformados ni eran pagados por el gobierno, por lo que cobraban al propietario una cuota por dejar reluciente su auto. En nuestro recorrido fotográfico pudimos notar que existía cierta camaradería entre ambos personajes, ya que, al final de cuentas, eran compañeros de trabajo.

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La situación de apertura de calles no se limitó al Centro Histórico, sino que se extendió por toda la ciudad. Debido al tamaño de la urbe y las fallas administrativas que la caracterizan, la dupla se multiplicó en todas las delegaciones sin que fueran regulados por el gobierno, naciendo así un oficio sumanete controversial.

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El siglo XXI

Ya entrado el nuevo siglo, el oficio nacido en los años 40 registraba poco más de 800 personas dedicadas a esta actividad; para 2004 se contabilizaron 2 mil 400 personas y en 2011 había más de seis mil. Las calles de la Ciudad de México dejaron de ser de uso libre y se convirtieron en un estacionamiento al aire libre con tarifas variadas.

Al detectar esta red, el gobierno puso en funcionamiento el Programa de Reordenamiento de los Cuidadores y Lavadores de Vehículos en el Distrito Federal, con el propósito de “promover y difundir sus derechos y obligaciones; identificarlos para vigilar la correcta aplicación de las Leyes, Reglamentos y disposiciones administrativas relativos a los trabajadores no asalariados; dignificar la actividad de éstos, mediante la erradicación de la discriminación, la Violencia de Comunidad y la Violencia Institucional; y propiciar la convivencia de todos los actores que se encuentren en el perímetro de actuación que determine el Programa”.

A los franeleros les pagaba el gobierno
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De acuerdo con lo reportado por EL UNIVERSAL, el programa habría de beneficiar a 7 mil 500 personas que se registraron, mismos a los que se les dotó de un chaleco y una identificación que los avalaba y protegía. El programa tuvo un presupuesto de dos millones de pesos y Benito Mirón Lince, entonces titular de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo del DF, aseguraba que el progama tenía “la intención de reivindicar el oficio en tanto no existan las condiciones necesarias para garantizarles un trabajo bien remunerado y regulado”.

El programa logró un padrón de 6 mil 300 cuidadores, la mayoría residentes de la capital y con un porcentaje de 12% de mujeres. En oposición al programa, la Autoridad del Espacio Público puso en marcha los parquímetros para que de esta manera, se redujera el número de franeleros y también que el recurso económico fuera directamente al gobierno capitalino.

Seis años después, los franeleros en la cuiudad siguen levantando controversia. Las contadas zonas de parquímetro no han logrado que se reduzcan en número, sino que desplacen  a otras, pupulando alrededor de hospitales, escuelas, oficinas, áreas comerciales e irónicamente, en oficinas gubernamentales.

Nuestra compañera Diana Villavicencio rerpotó en febrero pasado que la delegación Cuauhtémoc había hecho un mapeo que registraba que en 15 de las 33 colonias de esa demarcación aún había presencia de franeleros; tras este artículo el también periodista de esta casa editorial, Eduardo Hernández, se dio a la tarea de entrvista a un franelero de la colonia Roma Norte.

Mario le contó que ha ejercido el –errante- oficio desde hace 15 años y que gracias a éste ha podido sacar adelante a su familia y fue capaz de adquirir su casa. Confirmó que la presencia de los parquímetros los afectó en cuanto a que ya no pueden colocar sus botes para apartar lugares y que ahora son multados o arrestados por varias horas.

“Desde las siete de la mañana el hombre, junto con otros sujetos, se acercan a su zona para cuidar los vehículos, algunos estudiantes de una universidad cercana son sus principales clientes, además de los comensales de los restaurantes que se localizan en la colonia y corredores que asisten a los parques”, narró Eduardo.

La suma que solían llevarse antes de los parquímetros era de $600 pesos al día, sin embargo, desde 2011 sus ingresos se redujeron a la mitad. Mario le comentó que no suelen tener problemas con las autoridades para trabajar y esta afirmación se sumo a una que presenció otro periodista de este periódico en 2015, en la colonia Doctores. Vio cómo un viene-viene le dio su cuota -a lo que le llaman "apoyo"- a un patrullero.

Unas de las problemáticas con las que se  vincula al personaje del franelero es que esta asociado con bandas delictivas y que algunos son parte de una red de narcomenudistas. En un recorrido que realizamos en la misma zona que nuestro compañero Eduardo, pudimos verificar que si bien parte de la colonia Roma Norte cuenta con parquímetros, el perímetro de Álvaro Obregón hacia Baja California es dominado por diferentes franeleros y de diversos valet parking.

Las cuotas van desde los 20 a los 50 pesos por automóvil, dependiendo del tiempo de estadía en la zona. Nos acercamos a un par de transeúntes para que nos compartieran el porqué confiarían su carro a los franerlos.

La mayoría manifestó que por comodidad -para no llegar tarde a la escuela o al trabajo - y otros por miedo de que algo malo le ocurra a su auto.

“No tengo otra opción de donde dejarlo, ya sea por llegar a la hora o por cercanía al lugar donde voy. Me ha pasado que hasta los llego a tratar, me da confianza y les dejo las llaves. Hasta por un poco más de dinero, lavan el carro. No es lo mejor, pero me ha resultado”, nos comentó un banquero.

Otras personas han generado amistad con su franelero "de confianza" y hasta las llaves le dejan para que lo muevan. Una profesora de una universidad cercana nos dijo que muchas veces, dejárselos significa que no le van a llamar a las autoridades para que se lo lleve una grúa "ya sabemos cómo son y muchas veces es más barato pagarle al franelero que pagar una multa que te inventan los de tránsito para cubrir su cuota diaria".

La discusión sobre los franeleros pareciera ser un ciclo sin fin, todos somos conscientes de la ilegalidad de su oficio y aún así, seguimos pagando el "uso de suelo". Lo lamentable no es el oficio, sino la gran desconfianza que tenemos como ciudadanos ante las instituciones públicas.

Sólo hay que pensar en nuestras colonias, cuando alguien osa de "apartar un lugar" afuera de su casa se ve regañado y en un extremo, multado por las autoridades porque el espacio es de uso público, no particular.

La solución queda en el aire, porque es un problema que refleja la magnitud de la red de corrupción que impera en nuestra ciudad y nos demuestra que las calles sí tienen dueño, pero no es el ciudadano promedio.

Fotografía antigua: Colección Villasana Torres.
Fuentes: Artículos “Proponen dignificar nombre de franeleros” de Geovana Royacelli, “También los viene-viene tienen reino en Junta Local” de la Redacción EL UNIVERSAL, “Franeleros ganan hasta $35 mil al mes” de Diana Villavicencio, “Con la franeleada pude tener mi casita” de Eduardo Hernández, EL UNIVERSAL.

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