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Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.
Fotografía actual: Archivo Fotográfico El Universal.
Diseño web: Miguel Ángel Garnica.
Habitar la ciudad en este siglo, con el estrés y la prisa que la caracteriza, ha provocado cierta indiferencia para conocer a algunos de sus personajes, de maravillarnos con sus calles, de percibir sus sonidos y, sobre todo, de imaginar la meticulosa forma en la que fue planeada, décadas atrás, para su funcionamiento actual.
A todos los que hemos vivido a la capital como un sitio donde las construcciones nunca terminan, las desviaciones viales no cesan y que se ahoga en altos índices de contaminación; la existencia de un pasado donde el recurso público se invertía en la estructura y el orden de la urbe, llama la atención. Al menos así lo recuerda una generación completa.
Hace 65 años, entraba como regente del entonces llamado Departamento del Distrito Federal (DDF), el controvertido Ernesto Peralta Uruchurtu, conocido popularmente como “El Regente de Hierro”. En tiempos como estos donde la desviación de fondos públicos es algo común y recurrente, el nombre del oriundo de Hermosillo, Sonora, resalta entre los gobernantes de la capital, pues su gestión de 1952 a 1966 resultó trascendental durante las administraciones de Adolfo Ruíz Cortínez, Adolfo López Mateos y parte de la de Gustavo Díaz Ordaz , pues por su labor era ratificado.
Su sobrenombre derivó de su interés por comprender y solucionar, de manera moderna, el funcionamiento de la metrópoli; también por su intolerancia ante los actos de corrupción en dependencias de gobierno y lo que él consideraba como comportamiento “inmoral” de los citadinos.
Sus decisiones fueron sumamente criticadas ya que con él, nació el principio del caos citadino: modificar su traza en beneficio del automóvil. Aunque claro, el número de carros y de habitantes era mucho menor que el actual y el término “zona metropolitana” aún no se escuchaba.
Desarrollo urbano del D.D.F. : “Servir al pueblo es servirlo”
La era del “Regente de Hierro” acompañó, durante diversos periodos presidenciales, la meta de expandir a la ciudad y conseguir la descentralización urbana. Por lo tanto, no tardó en desarrollar planes que se dirigieran hacia ese objetivo.
Uno de los principales proyectos fue embellecer la imagen de la capital. De la mano de Uruchurtu, el gobierno federal concretó la idea del Centro Histórico y fue bajo su mandato que nació la Plaza de la Constitución como el espacio que conocemos hoy en día, al retirar las fuentes y las palmeras que la habían caracterizado.
Aunado a esto, apoyó la colocación de fuentes y el ensanchamiento de avenidas importantes, como Paseo de la Reforma, a la vez que las adornaba con flores o árboles, generando así el paisaje contrastante que tenemos hasta nuestros días entre los colores de los jardines -algunos descuidados- y el de los edificios. Esta acción le trajo el apodo de “Don Gladiolo”, ya que era la flor que predominaba.
Sobre los servicios públicos, el regente Uruchurtu priorizó la modernización y expansión de la red de alumbrado público e implementó el servicio de limpia, que en un libro donde el D.D.F. reportaba sus avances y logros, se describía de la siguiente manera:
“Trabajadores de limpia ejecutan su tarea, distribuidos en turnos, día y noche. Con las primeras luces del sistema de alumbrado avanza un ejército de hombres y vehículos sobre calles, colonias, avenidas, zonas de alta velocidad. Mientras la ciudadanía descansa, ese ejército trabaja y al despuntar el día luce el semblante de la ciudad limpio y claro. (...) México, la metrópoli, es una ciudad ahora limpia. Aquí la pátina no está reñida con el baño; lucen sus edificios y monumentos con magnífica antigüedad que no es desaseo; detritus y basura desaparecen antes que termine la noche; brilla la cinta asfáltica al paso nocturno de barredoras; riegan jardines y prados en calculados diluvios, al abrirse el día omnipotente sobre la bella capital.”
Otra de sus ideas para la ciudad fue la construcción de los mercados. En su afán de limpiar las calles, Uruchurtu retiró los tianguis o puestos de vendimia ambulantes de las colonias y les designó un sitio específico en el que los vecinos pudieran comprar alimentos. Cada uno de los mercados, inaugurados en su mayoría en 1957, contaba con servicios de baños, guarderías infantiles y zonas de lavado y desinfección para frutas y verduras.
Más de 150 mercados aparecieron a lo largo de su mandato y con aquellos “marchantes” que no seguían la instrucción de adquirir un local y limitarse a vender en los mercados, el Regente les levantaba sanciones que podían ser monetarias -cobrándoles multas superiores a los 100 pesos de “aquellos tiempos”- o arrestándolos.
Bajo este tenor, en 1954 ordenó la construcción del Rastro y Frigorífico del D.D.F., para que el sacrificio de ganado o de aves se realizara en un lugar con las condiciones higiénicas necesarias y, sobre todo, que fuera lejos del Centro Histórico. La aparición de estas dos instituciones, el mercado y el rastro, trajo una estandarización de precios en los productos alimenticios, al mismo tiempo que logró una estabilidad en cuanto a la distribución y optimización de todos los recursos.
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, el “Regente de Hierro” encabezó la construcción de obras públicas como lo fueron puentes, desniveles y plantas de bombeo; el entubamiento de los ríos Consulado, Churubusco y de la Magdalena, la renovación de la Calzada de Tlalpan y planeó sistemas viales, como el Periférico.
Asimismo, durante los años de 1952 a 1964, impulsó la edificación de escuelas -que al término de su gestión fueron 324, que iban desde jardines de niños hasta escuelas de enseñanza técnica, para un total de 350,000 alumnos- , parques, plazas públicas, hospitales infantiles, penitenciarias que se mejoraban con la filosofía de que “se debía cumplir con la ley sin aniquilar la persona humana”, estadios y centros deportivos, también de unidades habitacionales.
Su administración fue la responsable de la ampliación del Bosque de Chapultepec, al que le añadió 122 hectáreas, un sistema vial para peatones y vehículos, juegos de agua en 24 fuentes, dos lagos artificiales, un restaurante y 10 kioscos de comida distribuidos “estratégicamente”. Asimismo, construyó un parque de diversiones con la mítica “Montaña Rusa” –que todos hemos visto- y el Museo de Historia Natural; inaugurados de manera oficial en 1964.
Los esfuerzos del D.D.F. por generar nuevos espacios estaban justificados bajo la premisa de que el ciudadano merecía espacios extra-familiares de calidad “para descansar al aire libre, para pasar las horas de alegría colectiva, cumpliendo el deber, en temas de contagiante cordialidad pública”.
Como lo mencionamos anteriormente, entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado los gobernantes del país buscaban la expansión del área urbana, lo que provocó la delimitación de espacios por su uso, estaban las zonas comerciales, laborales e industriales y por otro lado, los de vivienda que se empezaron a crear en los límites del D.F. y el Estado de México, originando cinturones de miseria y de conflicto que siguen presentes.
Entre 1963 y 1964 inauguró unidades habitacionales con más de mil casas. Una en San Juan Aragón y del Peñón, donde se erigieron diez mil casas unifamiliares, con dos, tres y cuatro recámaras y todos los servicios, además de contar con sus respectivas zonas comerciales y de descanso. La otra en Santa Cruz Meyehualco, donde se edificaron tres mil casas populares y mil quinientas en otros rumbos de la ciudad.
La vida nocturna capitalina
Uruchurtu tuvo actitudes muy conservadoras en cuanto a la diversión y la vida nocturna de los capitalinos, por lo que restringió los horarios de cabarets y bares a la una de la mañana, ya que no toleraba pensar que la ciudad fuera un lugar de “perdición y vicio”. También fue muy receloso con el uso de las calles ya que sólo eran ocupadas para celebraciones o fiestas que apoyara el gobierno, dejando de lado su uso para manifestaciones sociales de cualquier índole.
Por otra parte, se encargó de que existieran guarderías o estancias en las que las madres, empleadas de alguna dependencia gubernamental, pudieran dejar a sus hijos mientras salían de su trabajo, lo que significó más de lo que se reconoció en aquella época: en una sociedad aún más tradicionalista que la actual, se estaba aceptando que la mujer salía de casa a trabajar y que en caso de que fuera madre, requería de un lugar en el que pudiera dejar a sus hijos y estar tranquila.
Uruchurtu había logrado una red eficiente y diversa de transporte público, camiones, taxis y tranvías se conectaban entre sí para que los habitantes pudieran desplazarse de un lado a otro. Sin embargo, hacia los años sesenta se le informó que se construiría una red de transporte subterráneo que daría mayor movilidad a los casi cinco millones de habitantes que tenía la ciudad.
De acuerdo con un artículo del Archivo General de la Nación, Uruchurtu había justificado su negativa al plan de la compañía de Ingenieros Civiles Asociados (ICA) de diversas maneras, como que “la ciudad se encontraba en una zona sísmica, su suelo era pantanoso y susceptible a inundaciones”. Aunado a esto y, quizás los principales motivos de su negativa, era el costo del proyecto y la indiscutible sobrepoblación que el Metro generaría en la capital. Al regente se le notificó que el proyecto al que tanto se había rehusado, sería una realidad y poco después de eso, renunció a su cargo. Luego de 31 años de dejar su cargo, murió en 1997, en su casa de Paseo de la Reforma.
La persistencia
La huella de la modernidad posterior a los años cincuenta fue capturada en decenas de películas de la época del cine nacional; las avenidas como Juárez y Paseo de la Reforma resplandecían y las tomas grabadas de noche retrataban el brillo que su regencia logró. Los recorridos visuales que nos muestran los filmes testifican la entrada de tecnología y la modernidad se coronaba con la construcción de los primeros rascacielos.
En los años sesenta el gobierno compró el predio ubicado en la esquina de la avenida Pino Suárez y República del Salvador, sede del actual Museo de la Ciudad de México, para que en 1964 abriera sus puertas como tal.
El D.D.F. informó que: “la adquirió para restaurarla y dar abrigo en ella, en las veintisiete salas que consta, a los antecedentes -documentos, obras de arte- de la Metrópoli, así como a las modalidades de su desarrollo hasta nuestros días. No existe rama de la investigación o del saber que no guarde relación estrecha con el acervo histórico de la ciudad, y por ello, su museo será recinto de tradición y cultura”.
Esta nota no tiene ningún sentido proselitista, sólo que han sido demasiados los personajes que hablan de embellecer y mejorar la ciudad invirtiendo millones de pesos y las obras que realizan no trascienden como las del “Regente de Hierro” Uruchurtu, sólo añaden pisos o se re-pavimentan las vialidades que se crearon en tiempos anteriores, más no se modifican en esencia.
Las hazañas de Uruchurtu nos deja con cierta esperanza de que ojalá llegue un, ahora gobernador, que entienda que el presupuesto de la Ciudad de México está destinado al beneficio de sus habitantes, y que no es para sus bolsillos.
Fotografía antigua: Colección Villasana - Torres y Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
Fuentes: Artículos “Uruchurtu democrático” de Pablo Marentes y “Breve recuerdo del progreso urbano” de Rafael Pérez Gay, EL UNIVERSAL. Artículo “AGN recuerda la inauguración del Metro, vía El Nacional“ del Archivo General de la Nación. Artículo “Arquitectura y Urbanismo de 1930 a 1970” de Humberto Domínguez Chávez, UNAM.