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Texto y fotografías actuales: Angélica Navarrete y José Antonio Sandoval Escámez
Diseño Web: Miguel Ángel Garnica
Cuando decimos “ya llegó la horma de tu zapato” es normalmente para expresar que se trata de la persona que está hecha justo para otra, esto porque, precisamente, las hormas hechas a la medida se ajustan al pie de la persona que las solicita. Y es que cada horma es distinta según el zapato que se quiera. No es lo mismo la horma para una zapatilla que para un huarache o una bota. El calzado que habitualmente compramos en las zapaterías está elaborado sobre hormas con medidas estándar, no a la medida de cada pie como lo hacen los hormeros, los artesanos que se dedican a este oficio.
Uno de ellos es Félix Báez de Luna. Su tarjeta de presentación tiene varios elementos visuales: dos logotipos del equipo de futbol Pumas en los extremos y varias hormas de colores que asemejan zapatos de plástico duros y sin el agujero para meter el pie; y es que Félix se dedica desde los 25 años a la reparación, adaptación y venta de hormas en madera o plástico para mayoreo y menudeo.
Dice que la horma no es otra cosa que el molde base sobre el cual se coserá el zapato del tipo que se quiera, desde sandalias o huaraches hasta botas, incluye la altura del tacón. El primer paso es sacar las medidas de cada pie de sus clientes con una cinta de medir las cuales pasarán del plano del papel al volumen real, es decir, se traducirán en una horma de polietileno que al final nos podrá dar un par de zapatos justo a la medida.
En cuanto a las ventajas de hacerse zapatos a la medida, Félix afirma que al acudir con un hormero se gana comodidad y la seguridad de que los zapatos que surjan bajo las medidas de esa horma no van a apretar y con ello se evitarán roces y los molestos callos, porque se obtiene un calzado exactamente a la medida que dará más comodidad; sin embargo, el precio es mayor. Mientras el costo de un par de zapatos en una zapatería en promedio es de 300 pesos, un par de zapatos a la medida cuesta entre 800 o 900 pesos, o más, dependiendo del modelo y tamaño.
Félix es puma de corazón, tanto, que hace dos años se tatuó en el pecho el emblema de los felinos. Sus vecinos lo conocen como “El Puma”. Nos cuenta que su suegro, el hombre que aparece en nuestra imagen comparativa, le enseñó el oficio y que empezó a practicarlo durante dos años los fines de semana.
Un día su suegro enfermó y tuvo que ayudarle haciendo un pedido de hormas que se debía entregar sin falta, así fue como realmente aprendió en una semana y por obligación. Ya han pasado 22 años y desde entonces se dedica a esta actividad.
A Félix lo visitan políticos y hasta luchadores a quienes ha elaborado hormas a la medida; de los primeros no recuerda los nombres y de los segundos no los quiere compartir.
“Yo estoy en la porra 'Rebel'. Los pumas es una afición de niño. Mi hijo sí quiso ser futbolista pero no llegó a ser profesional. Tengo dos hijos, uno de 26 y otro de 24 años. Yo sólo llegué hasta la preparatoria y me puse a trabajar. Me empleé en una editorial porque era una asociación con mi padre, quien es cantautor, Feliz Báez Saldate”, nos dice.
En su taller ubicado en la colonia Emilio Carranza, de la delegación Cuauhtémoc, también hay pósters de su equipo favorito al cual acude a verlo entrenar al estadio olímpico cada 15 días. Antes de iniciar la plática él nos pregunta: ¿Cómo se escribe zapato? A lo que respondemos: “Con 'Z' ”. “Pues no – replica - se escribe con “h” de horma, porque sin horma no hay zapato. Y es que Félix considera su trabajo como hacer una artesanía porque “en la horma jamás deja uno de aprender, hay que hacer adaptaciones, cada horma es diferente”.
Vestido con su camiseta de Los Pumas -diario porta una distinta de su equipo para ir a trabajar- explica que cobra 50 pesos por adaptar una horma, 80 si la hace de principio a fin, nuevas cuestan 200 pesos o 300 si se tienen que adaptar al modelo y entre 80 y 600 pesos puede costar un par de hormas dependiendo la medida y los requerimientos.
Nos cuenta que hay distintos tipos de hormas para zapatillas, zapato de hombre, de mujer o de niño, botas, sandalias, de pata de gallo, ortopédicas y especiales; algunas de estas cuentan con bisagra o cuña, las cuales se doblan o desarman para sacarla del zapato cuando éste ya ha sido cosido, pegado y terminado por el zapatero sobre ellas.
Quince o veinte minutos son suficientes para tomar las medidas del pie de un cliente. Un par de hormas lo puede entregar en una semana, pero dependiendo la urgencia del pedido puede ser en tan solo cuatro días, esto si es a medida, pero si es estándar - es decir, una horma hecha a máquina - llega a reparar hasta 25 pares en un par de días. El número de sus clientes en un mes es muy variado: en promedio son 10 o 12, aunque pueden llegar hasta 50.
Lo importante para el hormero, dice Félix, no es el número de clientes, más bien es el número de pares de hormas que pide cada uno. “Puedo tener 50 clientes de un par de hormas cada uno, o cinco clientes con cien pares cada uno”. En hacer una horma de cero tarda una hora, mientras que las modernas máquinas de hoy tardan sólo 10 minutos.
Zona zapatera por tradición
En el recorrido realizado por EL UNIVERSAL en la colonia Emilio Carranza en busca de hormeros, se pudo observar que la mayoría de las calles de la zona llevan el nombre de oficios como Plomeros, Talabarteros, Pintores, etc., haciendo referencia a las actividades de sus habitantes, especialmente la talabartería, un trabajo fundamental en la fabricación de zapatos y que en la actualidad se realiza en esta parte de la ciudad.
Félix nos cuenta que la zona de Tepito, en la capital, fue el lugar donde se establecieron originalmente los fabricantes de zapatos cuando venían de León, Guanajuato; ahí asentaron sus peleterías, pero al entrar otros productos extranjeros (fayuca) en la década de los 70, dice, fueron desplazados a colonias cercanas como la Emilio Carranza y la Morelos.
También llegaron a Ferrocarril de Cintura, en el tramo entre Anillo de Circunvalación y Canal del Norte, así como calles aledañas, por eso en esta zona se encuentran todos los materiales para elaborar zapatos, desde las hormas, la piel, tacones, los adornos, las hebillas y hasta las cajas de cartón en las que se venden. “Aquí alrededor hay zapateros, porque ésta es una colonia de zapateros, hay casas que son pequeños talleres de zapatos, aunque ya quedan muy pocos”, narra Félix.
Hoy, la reparación y arreglo de hormas a mano en esta colonia de ciudad de tradición zapatera, lo hacen actualmente unos cuantos maestros hormeros, ellos mismos calculan que quedan menos de cinco. Con sus manos moldean y dan forma a la base en la cual el zapatero soportará la piel o la tela para la manufactura del zapato tal como lo conocemos. Son los hormeros el primer paso para la elaboración de un par de zapatos a la medida.
Ya no es negocio hacer hormas para zapatos
En un pequeño taller ubicado en la planta alta de un edificio de la colonia Emilio Carranza es donde trabaja el maestro hormero Eliseo Torres Cobián, quien tiene casi 75 años de edad, de los cuales 60 le ha dedicado a este oficio.
En la calle de Plomeros de esta colonia tiene menos de un año, “esto porque estuve un año enfermo (2015) y tuve que vender la accesoria que tenía en Circunvalación”. Él tuvo dos operaciones del corazón pero regresó porque le gusta el trabajo de hormero.
—¿Quién le enseñó el oficio? —se le preguntó.
—Yo aprendí viendo de los antiguos maestros que había, yo entré a trabajar en Tepito a un taller que arreglaba hormas, antes no había de plástico, pura madera.
Recuerda que cuando llegaba de la escuela se iba a trabajar con ellos y de ahí surgió su gusto por esta actividad.
—¿La reparación de hormas aún es negocio?
—Era negocio, ahora ya no, porque antes sí había mucho trabajo, había clientes que traían de 100 a 200 pares para arreglar, esto hace 10 años, se cobraba menos, pero había mucho trabajo. En esa época yo hacia 100 pares de hormas a la semana, se pagaba entre 45 y 50 pesos el par, ahora sólo llegan entre 5 y 20 pares. Incluso hay veces que pasa una semana y no llega nada. Yo lo hago por gusto, tenía mi taller en Avenida Circunvalación —continua —, ahí estuve cerca de 10 años, nunca me he salido de esta zona, estuve en Ferrocarril de Cintura en los años 60 que fue la mejor época, llegué a tener hasta ocho trabajadores.
Para él regresar a laborar luego de dos operaciones de corazón no fue sencillo, ya que al buscar una accesoria le pedían una renta muy cara que no costearía con el trabajo, hasta que encontró un pequeño lugar donde poner su taller.
Mientras el maestro Eliseo Torres era entrevistado, una persona llegó a recoger un par de hormas que había dejado para reparar, al momento de preguntar cuál era el costo y el maestro responder que eran 75 pesos, el hombre se sorprendió, dijo que no pensó que fuera ese el precio.
“Se las estoy dejando a buen precio - le dijo don Eliseo - por un par así se cobran 100 pesos”. A pesar de la explicación, el hombre dio varios pretextos para no pagar el precio completo y se retiró con las hormas. “Por este tipo de cosas es que muchos jóvenes ya no quieren aprender el oficio. A mí porque me gusta el trabajo, de otra manera ya hubiera dejado esto”.
Dice que “los jóvenes de ahora ya no quieren dedicarse a esto (la reparación de hormas), no les gusta ensuciarse… ya no quieren aprender, no quieren meterse al polvo”, nos comenta el maestro Eliseo Torres, quien calcula que en la actualidad ya solo quedan entre cuatro o cinco maestros hormeros en esta zona de la capital de tradición zapatera, esto basándose en los que él conoce que aún están activos, además de que es un gremio muy pequeño y que cada vez lo es más.
Por su parte, el maestro Juan Badillo, quien tiene 54 años de experiencia en la hechura y reparación de hormas, nos relata que él inició a los 12 años con sus hermanos. “Ellos me enseñaron todo, yo inicié pegando la lámina del talón en las hormas, que antes se hacían de madera”. Ahora trabaja solo, sus hermanos ya se retiraron y él está a punto de cerrar su local en el número 336 de la calle de Imprenta en la colonia Emilio Carranza.
Esto era un negocio familiar, antes se usaba pura madera, pero ahora solo se trabaja el plástico, es mejor que la madera.
A diferencia del maestro Eliseo, a quien sus hijos lo apoyan y ya sólo trabaja por gusto, el maestro Badillo aún tiene que solventar gastos que el oficio de las hormas ya no cubre. “Tengo que pagar la renta del local, además del transporte, ya que vivo hasta Ecatepec”, nos cuenta que antes vivía en esta zona, en Avenida del Trabajo, pero cuando el arreglo de hormas era un buen negocio tuvo la oportunidad de comprar unos terrenos en el Estado de México y se fue a vivir ahí.
A días de cerrar su local de reparación de hormas, uno de los pocos que quedan en esta colonia, el maestro Badillo nos dice el por qué piensa que está desapareciendo el oficio de hormero: “Para mí, desde que entró el Tratado de Libre Comercio nos puso en toda la torre, tal vez para muchos fue bueno, o es bueno, pero este negocio de los zapatos y las hormas se fue para abajo, hasta que llegó un momento muy difícil, ya no se puede”.
“Para mí fue eso, el TLC, antes había mucha chamba, yo ganaba muy bien, siempre traía dinero a pesar de que sólo ponía la lámina del talón en la horma, hoy ya no se puede”.
Ya ha desmontado gran parte de su taller, sólo quedan unos cuantos trabajos para entregar a clientes, se observa una sierra mecánica y un torno, aún así Juan Badillo nos cuenta que gracias al trabajo de la horma sus hermanos y él lograron sacar para comprar casas y terrenos. “Ahora ya no hay trabajo, ya no se puede uno mantener de esto”.
En tanto que Félix Báez de Luna “El Puma” dice que la demanda de trabajo para los hormeros depende directamente de la demanda que tengan los zapateros y que no es que haya disminuido el trabajo de los hormeros, sino más bien ha bajado en general la venta de zapatos hechos en México por la entrada de empresas chinas.
Antes hacía 25 pares de hormas por modelo y hoy sólo seis. Considera que en general la producción de zapato mexicano ha caído frente a la entrada de empresas chinas. “Antes (el zapato mexicano) era de piel”, recuerda.
Nos explica que hoy un zapato hecho en México puede costar 300 pesos, pero los chinos cuestan 100 y “como está la economía las familias prefieren comprar tres pares de 100 a tres de sus hijos que sólo calzar a uno de ellos con un par de 300”.
La horma de su zapato, el proceso a detalle
Mientras Félix mide los pies de una de sus clientas nos dice que es común tener un pie un poco más grande que otro. Su trabajo es darle a las hormas justo la forma y las medidas de los pies de cada cliente.
Lo primero que hay que hacer es tomar las medidas de los pies: las principales son las del largo y la forma del pie, pues las hormas se rigen bajo varios “recios” o anchuras de pie y se mide del talón a la parte de arriba del empeine, también se mide la parte de debajo de los dedos –la parte más ancha del pie- aunque se deja un poco de más anchura para que el zapato, ya terminado, no apriete. Hay que tomar en cuenta que a lo largo del día por el andar o el calor, los pies se hinchan un poco de forma natural.
El “talón” es una pieza metálica de la horma, integrada de fábrica, que justo hace de talón para cuando se “viste” con la piel el zapato y se usa cuando se meten los clavos que sostendrán la piel mientras pega y evita que éstos se queden en el zapato. Es el momento en que se le da forma al zapato con la piel.
Félix explica que para comprobar cómo quedo la horma, se toma un pedazo de tela y se cubre para ver la forma del zapato. Esa forma es como va a quedar. Es a lo llaman “vestir” el zapato. Terminada la horma el trabajo lo continúa el zapatero, quien en otro proceso trabaja con modelistas, cortadores, maquinistas y adornistas.
Otro de los pocos hormeros de esta zona, el maestro Eliseo Torres Cobián nos muestra en su taller cómo se arregla una horma, toma una de plástico a la que arreglará la punta de un diseño de hombre, la cambia de picuda a un modelo más redondeado y más moderno. Primero corta en pedazos una horma de plástico sin par, la cual pega a base de calor a la horma que modificará.
Cuenta que en los años 50 y 60 del siglo XX había un sindicato que abarcaba a todos los hormeros de las fábricas “Luis Torres” y “Hormas Manuel Villegas” donde él laboró, dice que ahí el trabajo era fraccionado, es decir, cada una de las personas hacía una parte de la horma.
Ahora, mientras sigue recordando, continua con el arreglo de la horma, la mete en una cubeta con agua para enfriarla y así continuar con la compostura, la seca y con una plantilla de cartón del número seis marca el tipo de punta que llevará. Posteriormente, con una sierra corta el sobrante y vuelve a marcar con la plantilla.
La horma que continúa arreglando, ahora pasa al torno, donde con una “fresa”, o esmeril, retira el sobrante que la sierra no pudo quitar. La punta va tomando la forma deseada por el cliente del maestro Eliseo, quien al terminar con la “fresa” vuelve a marcar con la plantilla el tipo de punta y pasa, en el mismo torno, a una lija gruesa y después a una delgada.
La horma ya está casi lista, sólo falta que pase por un cepillo en el torno, al cual el maestro Eliseo le aplica una cera especial para dejar completamente lisa la punta de la horma. Queda terminada. El maestro Eliseo toma la horma y la cubre, o la “viste” (como dicen ellos) con su propia camiseta para mostrarnos cómo se verá el zapato. Ahora pasará a manos de un maestro zapatero para la fabricación del calzado.
Hoy sobre la calle de Ferrocarril de Cintura en la Colonia Emilio Carranza se observan muchas “hormerías”; sin embargo, sólo son de compra o venta con modelos de medida y forma estándar, no hechas a la medida. Los tres entrevistados coinciden en que los jóvenes ya no quieren seguir este oficio, porque “no se quieren ensuciar” o “porque ya no quieren aprender” y porque además ya no es el negocio que fue en décadas anteriores.
Fotos antiguas e ilustraciones: Cortesía del Sr. Félix Báez y anuncios de EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Fuente: Entrevistas con los maestros hormeros de la colonia Emilio Carranza: Félix Báez de Luna; Eliseo Torres Cobián y Juan Badillo.